Octavio Ignacio Pérez

1
La esperanza no existe.
De Tesalia a San Salvador
el hambre es la misma.
No hay frontera en ella.
Soy presa de la escasez;
el miedo es algo siniestro,
que puedo asir por el recuerdo
de una patria
que me ha olvidado.
(Escucho las palabras de mi madre:
Roto el dedal, sólo queda el sueño.)
La esperanza no existe.
Vi deshacer en diésel cuerpos enteros
violar mujeres frente a su marido
romper el himen de niñas con el cañón de una pistola
multiplicar dedos al extraerlos de la mano.
Sé que Dios está con nosotros
sin embargo,
aún con Él
fuimos secuestrados por la pulsión de una mejor vida.
La esperanza no existe.
Al nacer nomas dijeron:
proliferen como las moscas.
En nosotros todo pasa, pero nada
sucede. Nuestras palabras se esfuman.
Humo que no ahuyenta ni atrae.
La esperanza no existe.
En Guatemala, lengua y moneda
me negaron el pan;
fui secuestrado en Tenosique
/ sello de nacionalidad
y burocracia; al paso por El Ceibo
descubrí el hambre:
vara con que se miden
todos los pecados.
Crucé a llanta y vagón, a los dieciséis,
fui deportado
y vi, cómo cayeron piernas y caras.
La esperanza no existe.
Nos dijeron:
son la reserva espiritual del mundo.
Pero solo somos el retrete de Dios
(quien abandonó, soberbia en mano
a todos sus hijos
luego de cruzar el Suchiate.)

Octavio Ignacio Pérez (Chapala, Jalisco, 1985). Poeta, tapicero, cartonero y educador popular. Autor del libro Deja que lleguen las moscas (Ed. El viaje, 2014). Y las plaquettes de poesía El jardín de las bromelias, y Canto medular (2018). Ha sido publicado en las antologías La tierra que andamos y Trabajar en el gabacho (Historiatra Editores). Es fundador de Chinchorro Oficios y Arte.