Altar de piedras bronceadas. Muestra de Poetas en Salamanca

En la ciudad de la adivinación se aprende el verbo. Salamanca está en la historia de la lengua, claro, desde la creación de su universidad, pero al menguar el siglo XV la Grammatica de Antonio de Nebrija hizo visibles los contornos de un golfo que pronto se haría océano. Para nacer, el español se conocía a sí mismo en un año vital de su expansión: 1492. Por vez primera, se podía leer un estudio normativo de un hijo maduro del latín. Y son muy conocidos los recelos de la reina cuando, en Salamanca, se le presentó la obra, como sería también una certeza del autor: la lengua siempre es compañera del imperio. Había otras a las que este, que sería el más poderoso, podía usar para afianzarse. «La Católica», por otro lado, era consciente del cuidado, urgente, necesario, de la herencia clásica, pues tuvo como preceptora a la única mujer que había llegado a la universidad (de Salamanca, por supuesto): Beatriz Galindo, «la Latina».

Más de tres siglos después el episodio es recordado no sólo por quienes hablan castellano. Salamanca tiene preminencia en la cultura occidental porque dio sitio a eventos y debates donde el nexo entre el poder y la razón tocó momentos críticos: en su universidad se discutió qué tan factible era el periplo de Colón por mares vírgenes y, años después, la dignidad de los americanos invadidos. Fue ahí donde Unamuno sentenció, ante militares sublevados, que su imperio estaba, no en la raza, sino en el idioma: “se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña (…) Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis”. Los incontables estudiantes provenientes de otros países, e inclusive de otras lenguas, pueden secundarlo, gracias a la orientación cosmopolita y la enseñanza del idioma, tradición de la universidad. Los salmantinos se abren al foráneo, no arrasan su historia. No le hacen sentirse «extraño».

Así, será el propio Unamuno quien ejemplifique, entre otras cosas, la actitud del poeta libre —incluso, ante los déspotas— y a quien alude el nombre de este libro, como se verá luego. Un “sueño de no morir es el que infunde” Salamanca, y deberíamos agregar que aquel sueño puede vivirse en otras islas. El autor partió en 1936; su constelada siembra linda con los mares que contiene, en dosis, Luque, o con el invisible laberinto de Colinas. Cerca, están las sucesiones de rumores que delata Siles, y los poetas que recogen esta tradición, siempre construida en vista de las raíces del idioma, en sus espacios de creación. Nacidos en América también podrán reconocerse aquí, frente a un altar que arde en la espera de volverse, nuevamente, a un verbo a punto de nacer o, mejor dicho, a punto de nombrar la tierra.

23 poetas —como los años del presente siglo— son los que reúne Yordan Arroyo en esta muestra. Una titánica empresa para darle a conocer al lector de Campos de plumas la producción magnética que, a modo de constelación, se posa sobre la Ciudad Dorada, para enriquecer con su brillo a toda la tradición lírica de la lengua española.  

Los editores, noviembre de 2023

Agradecimiento al ilustrador:

Miguel Elías