Cachetitos

Carlos Alberto Ramos Zúñiga

Arte: Miguel Juárez Figueroa

Para mi amigo Miguel Martínez.

Gracias por todo

Pinche vida de la chingada. Ya no alcanza para nada, tengo que pagar la renta, la colegiatura de mi hija y la comida. Si no fuera por la necesidad de comer, no habría problema, pero no es así. Todo está más caro; sube el gas, la gasolina, el pasaje, la carne, bueno hasta mi coquita y mi maruchan incrementaron su costo.

Dentro de poco voy a tener que mudarme a un espacio bien pequeño y a una colonia fea y alejada. Para colmo, me acaban de llamar; están listos los papeles del divorcio y de la custodia de la niña, lo único que me queda es firmar y pagar. Por si fuera poco me ha comenzado a doler la cabeza, a ratos he perdido la vista, me siento cansado y en algunas ocasiones me mareo. Fui a consulta, pero no me alcanzó para el medicamento, así que sigo igual.

Las parrandas también las abandoné, pero no por salud o porque me hubiera dejado de gustar el trago; la razón es que me faltaban los billetes. Las primeras borracheras las costearon algunos amigos, pero no puede ser siempre así, ellos también se cansan. De igual manera, el cigarro lo tuve que dejar. Esta vida está de la chingada y ya ni humo puedo echar.

El trabajo ha ido de mal en peor.Antes me contrataban mucho, incluso llegué a tener una gira de presentaciones;había inventado nuevos chistes, tenía mejores trucos y mi rutina era de lo más divertida; figuras hechas con globos y regalos para los niños al realizar el clásico “a quien me traiga un zapato o unas llaves”, luego el juego de las sillas o de los sombreros y se llevaban sus burbujas, una pelota o un dulce. Al final del acto malabares con fuego, algo chingón… Pero desde que mi salud comenzó a menguar ya no me presentaba cada fin de semana; ahora, a lo mucho dos veces al mes —en ocasiones, ni eso—.

Antes hacíamos el espectáculo entre tres: mi hermosa edecán (una mujer graciosa y muy guapa con quien me entendía a la perfección: le decía que me dijera cosas tiernas y me respondía que “calabacitas, chicharitos y rabanitos”, y esto le encantaba al público);el otro era mi hermano Miguel, mejor conocido como el “ingeniero de audio”.Él se encargaba de poner las pistas y de invitar a las personas a aplaudir. La magia se acabó un mal día en que mi edecán se hartó de que no tuviéramos presentaciones y decidió renunciar para irse a trabajar con el payasito Quesito. Nos dejó a mi hermano Miguel y a mí bien jodidos.

Mi hermano Miguel no la hacía de tos porque mientras tuviera una lata de cerveza en su mano, estaba contento. Esto siempre ocurría porque buscábamos la manera de que así fuera, era yo el que me privaba de varias cosas. Entre los dos intentamos hacer los espectáculos mágicos-cómicos-musicales como me gustaba llamarles y no nos fue tan mal. Claro, las cosas no eran lo mismo sin la edecán.

Ahí la llevábamos, hasta que la jodí al final de uno de los actos.Estaba haciendo malabares con las clavas encendidas y una de ellas se me escapó de las manos y fue a darle a la piñata que se quemó en el acto; se armó un griterío porque los chamaquitos querían correr por los dulces que caían en llamas. El que me contrató era un amigo que después de esto, se me acercó y me dijo: ya ni la chingas, pinche Cachetitos; ya mejor sácate a la chingada porque mi vieja te quiere madrear.

Salimos pitando y para chingarla dejé la clava que le dio a la piñata.Qué chingados voy a hacer con dos solamente. Al pinche perro más flaco se le cargan todas las pulgas. La camioneta en la que viajamos es un cacharro traicionero que se descompone con sólo mirarlo. Para joderla, se quedó a una cuadra de la casa de donde nos corrieron. Ese día nada más alcanzó para tres cervezas; lo demás, lo gasté en las refacciones para el cacharro.

En mi trabajo lo importante es reír, aunque por dentro te esté cargando la chingada. Las cosas se fueron complicando más, sentía que todo estaba del carajo. En alguna ocasión le tuve que pagar a mi hermano Miguel con un Tonayan.Me dijo que me estaba pasando de cabrón, que ahora sí ya había tocado fondo… que además, era un culero porque esa madre sabía bien feo.Todo esto, mientras le daba unos tragos así, directo. Me sentía mal, porque era cierto, hasta tenía ganas de darme en la madre, morirme y ya, pues así, para qué vivir.

Un día me encontré con un primo político.Tenía mucho que no lo veía, tanto que no sabía que se había separado de mi prima y ya se había juntado con otra mujer, con la cual tenía dos niños. Al más pequeño le iba a festejar su cumpleaños y al otro su primera comunión (todo en una sola fiesta para aprovechar). Sin perder tiempo le dije que yo la hacía de payaso, que mi show no era caro pero sí muy entretenido, dos horas de risa garantizada. Creo que me vio tan jodido que aceptó que amenizara su fiesta. Dentro de quince días yo sería el estelar, me dio un adelanto y a cambio yo prepararía un evento chingón.

Puntuales, llegaron los quince días.Había practicado mucho, conseguí la clava que me faltaba;le pedí a mi hermano Miguel que se pusiera chingón, porque comenzaríamos desde ahí otra vez, ahora todo para arriba. Preparé mi vestuario, me pinté la cara de una forma muy graciosa y limpié mis zapatotes.Estábamos listos, hasta lavamos nuestro cacharro.

La fiesta estaba a reventar de chamacos, eran unos treinta más los papás; nunca había tenido tanto público,una pachanga en grande, ¡chingona! como dijo mi hermano Miguel. Nos instalamos, él ponía las bocinas y preparaba los micrófonos.Mientras tanto yo la estaba haciendo de pinta caritas. En cuanto terminé comenzamos con el espectáculo. La música atrajo a los pequeñines que se sentaron en el pasto. Los aplausos no se hicieron esperar, tampoco las risas ni los regalos. Perdí por completo la noción del tiempo, para mí sólo existía el show y los niños riendo de mis payasadas.

De mi exprimo ni sus luces, sólo lo vi cuando llegamos. Entre tanta gente era fácil perder a alguien, pues los niños gritaban, y los papás aplaudían (porque ellos también participaban). Hice un juego con burbujas y los espectadores festejaron y rieron muchísimo. Se me ocurrió llevar cascarones de huevo llenos de confeti, mi hermano Miguel se encargó de repartirlos y los niños de romperlos en las cabezas de sus amiguitos, sus padres o del que estuviera descuidado.

En el intermedio algunos papás se me acercaron para pedirme una tarjeta, les había gustado mi espectáculo. No cabía de felicidad, estaba a punto de llorar: con esto me recuperaría, era la sangre nueva que necesitaba. Para la segunda parte del show, preparaba las clavas para hacer malabares y comencé a escuchar a los niños que gritaban “¡Cachetitos! ¡Cachetitos! ¡Cachetitos!”Estaban rendidos por las risas.

Salí con las clavas y a propósito tiré una, causando la risa de los pequeños; después hice algunos malabares y les pregunté si querían algo más difícil.Al unísono gritaron que sí, y entonces les dije “sin un zapato”, mientras me quitaba mi zapatote y ahora sí, a hacer los mismos malabares del principio. Después utilicé fuego y a los chavitos casi se les caía la baba.Terminé todo el acto con unos malabares que recién me había inventado. El evento se acabó cuando invité a todos a bailar, repartimos más cascarones de huevo y yo abrí algunos tubos que avientan confeti.Lo juro, el mejor espectáculo de mi vida.

Nos despedimos del público y comenzamos a recoger nuestras cosas. Se acercaban los niños porque querían tomarse fotos conmigo y yo estaba encantado. Cuando subimos todo al cacharro, nos llamó la señora Lupita (la esposa de mi exprimo, dueña de la casa y la fiesta), nos pagó lo que faltaba y nos invitó a comer. Aceptamos porque teníamos la sensación de triunfo. Una vez en la mesa nos sirvieron consomé y barbacoa como si fuera el fin del mundo, a mi hermano Miguel hasta le pusieron unas cervecitas.

La fiesta seguía con el sonido de unas bocinas, pero eso era suficiente, porque los niños corrían por todos lados, algunos adultos comenzaron a bailar y uno que otro a entrarle al vino. Estábamos al lado de una mesa en donde estaban amigos y familiares del anfitrión, a algunos los conocía de vista. Terminamos y estábamos por levantarnos para irnos, pero en ese momento hizo su aparición mi exprimo.

Se acercó a donde nos encontrábamos y me dijo “qué pedo, pinche Cachetitos, cómo te fue”. Venía muy borracho, casi tira la mesa de los regalos. Siguió diciéndome “qué cagado está tu nombre, Cachetitos” y quiso hacerme ese mimo que hacen las tías viejas a sus sobrinos; me hice para atrás para esquivarlo, pero casi se cae encina de mí. “Eres una mamada, Cachetitos… Miren”, les dijo a los de la mesa de al lado, “el pinche Cachetitos es una mamada”.Las diez personas que estaban sentadas comenzaron a reír y para acabarla de chingar entre ellos se comenzaron a decir “Cachetitos pásame la sal”, “Cachetitos Junior, tómate la cerveza”…Me convertí en un pinche chiste: Cachetitos para acá y para allá, una verdadera burla.

Mi exprimo seguía con sus burlas y yo no me podía zafar del abrazo que me estaba dando. “Eres bien pinche gracioso, cabrón”, y una palmada en la espalda que realmente era un madrazo. “Cachetitos, no me vas a creer pero, cuando regresé de ir por unos pomos, choqué con la camioneta vieja que está aquí afuera.Como está toda jodida, el pendejo del dueño ni cuenta se va a dar”, y me apretaba más.Su tufo a borracho ya me tenía hasta la madre. Y luego: “pinche Cachetitos, me caes bien chingón”, y un nuevo madrazo, “aunque no quieras, somos familia”.En ese momento agarró mi nariz de payaso y la estiró mucho.Cuando la soltó nada más sentí el putazo en el ojo derecho, que de inmediato me lloró.

Su esposa hizo su aparición para decirle que se calmara y que dejara de tomar, que esto era una fiesta infantil. Incluso, le empezó a reclamar otras cosas que no veían al caso. En ese momento mi hermano Miguel me hizo señas para que nos fuéramos, intenté levantarme, pero el “abrazo” se hizo más fuerte y me tuve que quedar sentado y escuchando cómo mi ex primo despotricaba contra su esposa. A cada momento subía más el tono de las palabras y yo seguía escuchando las burlas hacia mí que hacían en la mesa de al lado.

Supe que esto acabaría mal cuando mi ex primo le dijo a su esposa “puta” y le tiró un madrazo. Me interpuse para que no le pegara y le pedí que se calmara, que no la insultara y que mejor nosotros nos despedíamos, pero mi exprimo volvió a los insultos, hacia ella y contra mí. El mundo todo jodido, mi vida del carajo, y la poquita felicidad que había tenido, se la estaba llevando este pendejo. Después de unos minutos me mandó callar y le tiró otro golpe a su esposa, nuevamente lo evité y ahí comenzó lo bueno; “tú chingas a tu madre, Cachetitos” y me dio el madrazo más sonoro y fuerte que he recibido en mi vida. En ese momento, como broma o no sé qué, comenzó el Ave María en la versión de Schubert (lo supe porque de algo debía servir mi carrera universitaria).

El chingadazo casi me noquea, la verdad. Todo se hizo más lento. El siguiente golpe lo di yo y mi exprimo cayó como tabla. La sangre corriendo por mi cuerpo me recordó que estaba vivo. Escuché a los de la mesa de al lado. “No mames, pinche Cachetitos”, y me llovieron madrazos por todos lados.A pesar de eso, juro que nunca me sentí tan vivo, era como si de pronto me partiera la madre con la vida.

La quijada se me fue para un lado y un golpe en el estómago me sacó el aire. Hice lo posible por defenderme, por tratar de hacer daño a los que me rodeaban, pero me imagino que con mis zapatos de payaso las patadas ni les dolían. Mi hermano Miguel agarró unos platos y con eso trataba de defenderse, pero igual le pusieron una madriza. No sé en qué momento terminaron los golpes y la música. Me tiraron tres dientes, la nariz me la dejaron hecha polvo, no sé si me chingaron una o dos costillas. El pedo fue que nos culparon de todo: a la patrulla nada más nos subieron a Miguel y a mí. Disfruté como nunca, pero como ya sabemos: al pinche perro más flaco siempre se le cargan las pulgas. No tengo idea en cuánto va a salir este desmadre, estoy seguro que no habrá ni para las cervezas de mi hermano…

San Marcos, Hidalgo.

12-08-19

Carlos Alberto Ramos Zúñiga(Tula de Allende, Hidalgo, 1984). Narrador.  Autor de los libros Cuentos Proletarios, No los llames(Independiente, 2016) y coautor de la Antología Nuevas Letras Toltecas (PACMyC, 2017).