
“Vivo de poesía como las venas viven de la sangre”
(frase de las cartas escritas a Tullio Gadez, Milán 29 de enero de 1933).
Antonia Pozzi fue una poeta y filóloga italiana nacida en Milán en 1912. Educada en un ambiente familiar católico, burgués y literario —su madre, nieta de Tommaso Grossi, era de origen noble—, creció dividida entre la evasión y el empeño, ambos causantes de una crisis personal profunda que marcaría su visión del mundo, en pleno fascismo italiano.
Su padre, Roberto Pozzi, fue un abogado simpatizante del régimen de Mussolini, mientras que su madre, Carolina Cavagna Sangiuliani di Gualdana, fue una condesa, por lo que disfrutaron de cierto estatuto social. Ambos procuraron darle a su hija una formación basada en las mejores escuelas y los viajes culturales a distintas partes del continente, pero sus planes se verían frustrados desde muy temprano.
Antonia estudió en la escuela secundaria Manzoni y luego se matriculó en la Universidad Estatal de Milán para estudiar la carrera de Filología. Fue en esa época cuando inició una amistad duradera con el poeta Vittorio Sereni. Pero el episodio amoroso más importante de entonces comenzó al enamorarse de su profesor de latín y griego, Antonio Cervi, quien fue su primer tutor realmente ecléctico, al encaminarla tanto a las lecturas clásicas como a las más modernas.
Su familia, por supuesto, se opondría a esa relación por la diferencia de edades, lo que, aunado a que él también decidió concluirla, generó en ella un desconsuelo que la llevó a encontrar en la naturaleza un refugio para sus ideas. Por ello, en sus poemas se apela continuamente a esta, donde podía huir del peso de su vida familiar y del mundo que la rodeaba.
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Se puede comprender la vida de Antonia Pozzi a través de sus diarios, de las cartas que escribió y que fueron una ventana a sus intereses culturales, pues, a pesar de la brevedad de su vida (terminó con ella a los 26 años), Pozzi dejó más de trescientos poemas, cartas, diarios y unas tres mil fotografías, muchas de las cuales fueron hechas durante sus largos paseos en bicicleta.
Gracias a esa documentación, hoy en día sabemos que tenía planeado escribir una novela histórica sobre Lombardía, que amaba viajar y que visitó un gran número de lugares en Italia, y Europa en general, que inspiraron su obra. De estos, se destacó la villa familiar del setecientos ubicada en Pasturo, al pie de la Grigna, donde se aislaba para estudiar y perderse en los libros de la biblioteca.
La poesía de Antonia Pozzi está cercana al hermetismo, pero no abandona el simbolismo. En su obra, el dolor se apodera de su imagen y el mundo la reta. En cierto momento, la poeta empieza a sentir el peso de sus visiones, convertidas en un laberinto mágico donde los días se pierden. Este es el tiempo de la historia de una poeta que no muere, pues es el presente. Antonia Pozzi vive en sus versos, aquellos que son anticipatorios, porque contienen epicentros temáticos como la melancolía, la muerte y la inaccesibilidad de la felicidad.
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Hay que ver entre rendijas de contradicciones para hallar el sitio en donde surgen los demonios de la autora (Pozzi habló a menudo sobre la continuidad de la vida con la muerte). Para comprender la razón de un trágico final es necesario saber que ella era una mujer frágil e hipersensible, de dulce angustia creadora, pero al mismo tiempo conjugaba un gran temperamento con su enorme inteligencia filosófica.
En los escritos de la poeta, el amor se entiende tanto en un sentido espiritual como una pasión física; se puede captar el deseo conmovedor y destinado a permanecer insatisfecho de la maternidad; la ternura de la amistad; la desesperación de la incomprensión, el dolor y la separación, así como la salvación constituida por la poesía. Pero, no obstante su espiritualidad intensa, su obra no forma parte de una confesión religiosa precisa, sino que consiste en una dimensión sagrada de tiempo y espera.
Son tales temas lo que mueven, en sus poemas, un mecanismo de sobreposición antropológico-poético, un mecanismo de asociación que ayuda en la interpretación de su identidad suicida, la cual ocupa un espacio importante y trasversal en su obra, nunca publicada en vida, pero leída y apreciada ya desde la década de los 40’s por Montale, así como por un millar de lectores que, actualmente, la han redescubierto para el mundo, sobre todo en su patria.
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Sin duda, Antonia vivió en gran crisis con el ambiente familiar que la rodeaba (paranoia paternal, censura de su vida y obra). La amada tierra de Lombardía con su naturaleza la consolaron hasta el día en que la insatisfacción vital y su melancolía profunda la llevaron a precipitarse hacia el final, el 2 de diciembre de 1938, cuando las autoridades de Chiaravalle la hallaron sin vida en una zanja de la campaña, uno de los lugares “donde la mirada se pierde en un vuelo de puentes y de caminos”, como lo describe Vittorio Sereni en Frontiera.
Pozzi quería escapar de la escuela con su bicicleta el día de su murte. Pedaleando, la podemos imaginar dirigiéndose hacia las afueras del poblado, pasando las casas populares, dejando atrás la ciudad, y ahí, tras abandonar el vehículo para sentarse al lado de un arroyo que riega los campos, sacar un pomo de pastillas que traía consigo para tomarlas todas con un solo buche de agua.
Pozzi se acostó en la nieve que cubría la tierra donde la encontraron viva aún. Sin embargo, ningún esfuerzo fue suficiente para evitar su partida por envenenamiento. Poco después, su padre declararía para el boletín oficial que Antonia falleció de pulmonía.
Puede ser que la poeta, antes de morir, haya observado dentro de sí misma para hallar reflejados todos los libros no escritos y, después de tomarse las drogas, se haya sentado a aceptar, a trabajar en la perfección de su trasparencia. Mirándose desde afuera, quizás viera los círculos de una mujer desgajada por su propia mano.
Imagino, en su alma, flotar agónicas las cinco vocales del acento, una luz que camina por las mejillas y se aleja de su cadáver rodando. En el silencio de cada poro, cada nervio abierto se vuelve oro molido y diluido con el veneno. La resonancia de sus versos muestra una relación causa-efecto con el angustioso sentido de un destino del cual no se puede escapar. Antonia Pozzi aceptó su destino, incapaz como era de ver en la vida la fuerza germinativa.
En “Al borde de la vida” tenemos las más penetrantes confesiones acerca del sufrimiento, pues nos habla del alcance de su sacrificio:
“…me detengo
pensándome inmóvil esta noche
al borde de la vida
como un manojo de juncos
que tiembla
cerca del agua que se encamina”[1]
La voz poética de Pozzi vive a plenitud en dos posibilidades expresivas: la del sufrimiento y la del romance. El remolino de su vida la lleva a ser una figura esencial entre los poetas confidenciales, una que se pierde en el vacío de una existencia donde el pesar convive con las fuerzas inagotables de la naturaleza, deslumbrante y consoladora, por lo que su muerte también pude fungir como una expresión de las mismas.
Yuleisy Cruz Lezcano
Breve antología
Referencias:
Pozzi, Antonia. Guardami: sono nuda, Edizione Clichy, Italia, 2014.
[1] Fragmento de “Al borde de la vida” (Milán, mayo de 1931).

Yuleisy Cruz Lezcano (Cuba, 1973). Emigró a Italia a la edad de 18 años. Estudió en la Universidad de Bolonia y consiguió la Licenciatura en enfermería y obstetricia, así como un segundo título en Ciencias Biológicas. Trabaja en la salud pública y su obra ha sido publicada en diversos medios digitales.