Arte poética

Aníbal Fernando Bonilla

Fotografía: Rosalina Arteaga

La poesía es conjuro de palabras sustraídas de la luz de ocasos y días febriles. Desde el cofre que vierte evocaciones, los versos emergen de manera inefable para deleite o padecimiento del lector. Su horda es el efecto de la lluvia repentina y, a la vez, la conjetura de lo inasible; lágrima que brota más allá de los confines imaginarios y del sosiego de atardeceres verídicos, su palabra es revoltijo que agita aguas corrientes, como vasta descripción de la vida y la muerte.

La poesía es huella ignota que cabalga sigilosa en la historia, el recorrido iluminador de los astros y la línea incandescente que deviene en fuego, cuyo calor somete sin clemencia en la hendidura que fragmenta ilusiones. Es magma incontenible en el desconsuelo de los vencidos o el arrecife que atraviesa el caminante en la madrugada. Es, igualmente, el enigma que traen los amaneceres convulsionados ante lo desconocido, pues su composición abarca la mirada contemplativa que otea en la planicie de la geografía inacabada: ojos sigilosos que devoran al demiurgo; ojos hambrientos de aire, de albor, de imagen.

Desde la pira de la ensoñación, la poesía —fantasma lúcido y lúdico— arremete de modo insolente en los vértices del quebranto y la esperanza. Meticuloso hurgar de los códigos que se aferran al reloj de arena, deviene en un tránsito sin final. Es anhelo de beso aturdido en el azaroso peregrinaje hacia el hallazgo sempiterno, ruptura del silencio tras su extendida prevalencia. La poesía subyace en el laberinto de las impresiones como todo y como nada. Es enunciado peculiar del poeta luego de su exploración particular: un atisbo genuino entre el aliento y la angustia; dicotomía que fecunda en el poema su necesaria vitalidad exploradora.

No obstante lo dicho, cuesta reafirmar el sentido de la poesía, ya que ningún concepto será abarcador ante su verdadera esencia: enfrentar al arcano plasmado en la textura del mensaje escriturario.

Generalidades sobre la poesía

Menuda es la interrogante acerca de qué es la poesía, aunque de inevitable razonamiento para todo cultor de este apasionante oficio y, por supuesto, para el público lector. En una aproximación a sus entretelones, podría decir que la poesía transita el propio camino del esteta en su cotidianidad: hechos mundanos y sobresalientes, cumbres paisajísticas, sobresaltos íntimos, conflictos sociales. Género literario que divisa y examina a la dimensión humana —en una profunda confesión creativa, tal como sugiere Rainer Maria Rilke—, la poesía además recoge impresiones, sentires, decires como expresión intrínseca del ser, que no sólo puede sublimarse en el verso, sino en otras manifestaciones artísticas, teniendo como requisito básico la mirada sensible y contemplativa del celebrante.

Paul Valéry resalta del vate el manejo que este adquiere del lenguaje y su “sensación de universo”, cuya exigencia implica un estallido emocional, contenido en la orfebrería lírica. La exaltación creadora va acompañada de la técnica en el empeño escritural. Por lo tanto, el poema no sólo es solaz de un domingo de verano, sino la conjunción de herramientas y métodos —lingüísticos, semánticos, estilísticos— que iluminan la estética en el papel en blanco.

José Gorostiza explica que la esencia poética emerge del mundo exterior, o sea, de los conflictos, preocupaciones, agobios, incertidumbres, deseos y quimeras del hombre respecto a la naturaleza circundante. En tal marco, quien escribe yuxtapone la materia prima recogida para el procedimiento versal con finura y cadencia, con rigor y precisión sintáctica. A fin de cuentas, como asevera Harold Alva, “se escribe porque un poeta no sabe cómo comunicar sino mostrándose, enseñándonos su naturaleza, el cuerpo textual al que viste de imaginación”, ese cuerpo “con el que logra una voz, un registro único que, alimentado por la vocación, alcanza a hacer del lenguaje su pista de aterrizaje”.

La escritura de un poema baila con la complejidad de la vida, en los lugares más recónditos de la inventiva geográfica. He aquí algunos motivos para su plena vigencia.

Sendero y luz imaginativa.

La literatura descuella —a ratos con ruido, otros de forma sigilosa— pese al tiempo lacerante y convulso que nos ha tocado andar, en donde predomina la pompa mercantil, la trivialidad y el escándalo. Existe la percepción de que se lee poco; sin embargo, se publica cada vez con más afán en los formatos físico y digital. En este último caso, las condiciones tecnológicas desbordan las posibilidades de comercialización, aminorando los costes de la cadena de valor del libro. Aunque eso no sea un indicador del estado de salud de la literatura, lo que sí se evidencia es que su espíritu redentor ronda como un elemento necesario para que se haga menos rutinario y más llevadero el pálpito de los días. Que falta autoexigencia en muchas ediciones, es cierto; pero también es palmaria el ansia de expresión desde los adentros del ser, aun a riesgo de engendrar apenas paraliteratura.

¿Qué se transmite en la creación literaria? Dolores, anhelos, sobresaltos, conmociones, cansancios, temores y huellas que va dejando la vida, ya que es precisamente su vertiginoso acontecer, compuesto de alusiones propias y extrañas, lo que se asume en la confección textual: la pequeñez del hombre en la grandeza de la palabra dicha.

Ese lenguaje es remanso y, a la par, fuerza incontenible de menciones y sentires que se vuelcan en pieza con ritmo singular —como tango, samba o cumbia—, afianzada en la pragmática escritural. Nada es casual en el enunciado literario: el narrador o el poeta fijan horizontes en la complejidad de su travesía, llena de lecturas y amaneceres. Como afirma Juan Marqués, “si tu poesía no es tu propio camino, algo así como la prolongación de tu conciencia, de tu mirada, de tu sensibilidad… entonces, ¿qué es?, ¿para qué la escribes?”. Tal vez habría que agregar que uno escribe para ampliar surcos o compartir soledades; para que la paloma, el beso, el lago, el geranio, el viento, la madre, no se limiten a cada una de sus acepciones, sino que extiendan alas a otras significaciones lúdicas que subviertan a la misma lingüística —sin perder, claro, la cualidad literaria innata: la hermosura total—.

Poesía y poema

Es aleccionador y desafiante delimitar las fronteras entre poesía y poema, aunque en la práctica sabemos que aquella línea demarcadora siempre será relativa. Queda claro que, más allá del demiurgo inventivo, cabe en todo ejercicio lírico la aplicación de la técnica estilística apoyada en la semántica y en la morfología, consolidando al poema como tal, en su fondo y su forma. ¿Qué es el poema? tempo, ruptura, persuasión, como también confidencia y evocación indeleble.

Aquel axioma que considera al texto versal como artificio es pertinente, en tanto el artefacto se nutra de las vivencias del poeta para su depuración y recreación. Tal experiencia se torna vital en la manufactura poética; el material primigenio adquiere sentido artístico a través de la sensibilidad escrita. En esa dimensión es que se considera al poema como instrumento cargado de poesía. La lúcida perspectiva ensayística de Octavio Paz acierta en el planteamiento de que la poesía es una acción revolucionaria, ya que, con el lenguaje, el poeta bosqueja y fragua piezas sublimes que modifican lo ordinario —entendiéndose dichas piezas en el más amplio sentido de la manifestación artística—. La poesía y el poema son dos aristas que se bifurcan y, paradójicamente, se contraen en el enunciado, se apropian de él y elevan su connotación al nivel de obra poética. El propio Paz suscita así una reflexión metapoética.

Ahora bien, ¿cómo desentrañamos los códigos poéticos? La respuesta es que lo hacemos desde la tradición histórica —contenedora de estilos— y la existencia misma del creador. Para analizarlo, contamos con la noción de lo abstracto, la iluminación del inconsciente, el instinto de lo imposible, el impulso fidedigno. La instrumentalización poética ya mencionada supera la localización del estilo, ya que lo sustancial es alcanzar la emancipación del verbo, algo que tiene su máxima representación en la génesis del significado y significante de las grafías, el sonido y el ritmo comprendido en el poema.

El poema y sus maneras de expresión

Antonio Gala consideraba que la poesía es “como un líquido que toma la forma del recipiente en que se vierte. Hay poesía de pintura, de literatura, de música, de escultura, de arquitectura”.

En lo que atañe a este comentario final, del amplio abanico tipológico del poema nos interesa la forma en que danzan las palabras acertadas, ardientes y vitales. Efectivamente, desde que el hombre asume su condición primaria ya hay indicios de rudimentos poéticos, y la evolución de estos ha dado una taxonomía al mundo según el germen modélico planteado por el poeta, como fruto de la necesidad básica por exponer sus impresiones, sentimientos y pasiones.

Con lo aludido, no podemos dejar de lado el contexto histórico de las sociedades en donde se desarrollaron las variadas características que nutren los poemas, desde la épica hasta el sello experimental, con extensión o imbricación prosística incluso. En su afán irreverente, como es sabido, el poeta llega a desacralizar también a la tradición poética y, por ello, aparece el antipoema como un golpe de efecto contrario a los salones de la lírica clásica. Lo mismo sucede con el poema social y su carga ideológica, o con esa corriente que reivindica lo coloquial, el lenguaje de la calle y la vida de la gente común, formada por Juan Gelman, Jaime Sabines, Roque Dalton, Mario Benedetti, José Hierro o Ángel González, entre otros.

Reproduzco los versos de María Mercedes Carranza, desde la lacerante realidad: “Un pájaro / negro husmea / las sobras de / la vida. / Puede ser Dios / o el asesino: / da lo mismo ya”. ¡Bendito sea el artefacto contenido en el poema, sea cual fuere su molde subgenérico!

Aníbal Fernando Bonilla (Otavalo, Ecuador, 1976) Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana, y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social. Ha publicado, entre otros, los poemarios Gozo de madrugada (2014), Tránsito y fulgor del barro (finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018),  Íntimos fragmentos (2019), la recopilación de artículos de opinión en ConTextos (2009), Evocación de la tierra habitada (2011, 2014), y Tesitura inacabada (2022). Columnista de diario     El Telégrafo entre 2010 y 2016. Actualmente es articulista de El Mercurio, de Cuenca, y colaborador en la revista digital venezolana Letralia, Tierra de Letras. Ha participado en eventos de carácter literario, cultural y político en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y  Colombia, como el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2012), el XIII Encuentro Internacional “Poetas y Narradores De las Dos Orillas” en Punta del Este (2014), en donde recibió la distinción “Idea Vilariño” por su trayectoria literaria, y el III Encuentro Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos en Santa Cruz de la Sierra (2016)