Alexa Ajoy

Estaba acostumbrada a hombres que colonizaban cuerpos como se coloniza una tierra selvática, atravesándola de manera valiente, firmes, decididos, sin preguntar; porque todos saben que a quien llega primero se le concede el derecho de piso, a quedarse. No pueden dudar, todo lo atacan y toman por el cuello. El ímpetu es su sello personal.
Esta vez fue una llegada sutil. Sabías moverte por lo salvaje sin utilizar armas o fuego, sabías calentar fogatas sin arriesgar la flora del lugar; no necesitabas souvenires o recuerdos de que habías estado allí, ni había daños colaterales a tu paso. Todo se rendía y hasta las fieras más grotescas te enseñaban la panza para ser acariciadas cuando pasabas.
Vos llegaste y me cultivaste como una especie exótica. Florecí en tus manos sin saber cómo o porqué. En vos conocí esta sumisión distinta a la derrota: quiero obedecer cada deseo que habite en tu piel, complacerte hasta los deseos más frutales y exóticos. Quiero devorarte desde la divinidad femenina que me has dejado lucir.
Te veo echar el cuello hacia atrás y gemir suave, grave, como un mamífero que comienza a despertarse en los adentros del planeta. Tengo el incesante deseo de devorarte el cuello, comerte completo, lamiéndote la piel dulce que me enseñás con confianza. Suspiro y me empujo hacia vos. No recuerdo el momento en que mis caderas se arrastraron en tu dirección, pero ahora la sostenés con ambas manos, como si fueran un recipiente ancho cuyo líquido hirviendo quiere caer sobre vos.
Y es el momento exacto cuando me observás con ojos de presa, rendido al placer y las sensaciones, mientras te desabotono la camisa besándote los tatuajes, que mi respiración se desata como un caballo frenético y las luces brillan en la penumbra que es mi sexo hasta desconocerme a mí misma. Dejo de ser doncella y este animal gigantesco se quita mis pieles para lanzarse sobre vos, e incluso cuando soy yo este ser mítico sediento de carne, son tus dedos los que dictan el ritmo al que me muevo, y sos vos quién realmente controla la fiera sólo queriéndolo.
No temblás cuando el piso truena bajo ambos y mi deseo se arrastra por las paredes como un demonio esquizofrénico; lo recibís con los brazos abiertos, y en los momentos más fogosos, cuando me posee completamente y mi carne se raja para dejarlo salir, me observás a los ojos, cada vez más suplicantes.
Me besás con cariño, dulce y con gracia, sosteniéndome el mentón gentilmente y acariciándome los cabellos húmedos que me enmarcan la cara desfigurada. En medio de un orgasmo explosivo, me atesoras como la criatura frágil que se deja ver rara vez, pero que ambos sabemos que soy.
Es este momento en el que lo sé. Vos declamás con orgullo arrodillarte ante mis muslos y me dejás sostener el látigo, pero la que se encuentra a tu merced soy yo.

Ale Ajoy (Costa Rica, 1998). Escritora que se inició en el oficio hace 20 años. Tiene un perro de tres patas y una relación muy cercana con su planta de Romero.