Selección del autor

“Mal te perdonarán a ti las horas, / las horas que limando están los días, / los días que royendo están los años.” Así termina el célebre soneto de Góngora que versa sobre el inevitable paso del tiempo. Acaso esa sea la angustia más grande de los hombres, la incertidumbre que causa el sabernos fugaces sobre la tierra. Por ello intentamos permanecer el mayor tiempo posible, de una forma u otra, ya sea a través de la descendencia o de otro modo de sublimación del eros: haciendo de nuestras acciones una creación eterna. Aquiles fue a Troya buscando esa inmortalidad y el poeta Homero cantó sus hazañas. Sin duda alguna, en el origen de la poesía misma, se encuentra la reflexión acerca de la finitud como la muestra más real de la condición humana. “Pasajeros en tránsito, somos nosotros, no ella, los que sin más pasamos”, dice un poema de Jorge Ortega, como en los demás que, en su obra, confrontan nuestra existencia con la naturaleza que permanece allende el tiempo de los hombres.

Sólo la naturaleza permanece: la luz, el agua, la piedra; que se altera, pero no desaparece. Porque la erosión modela, recrea algo que siempre ha estado presente. Quizá esa sea la causa de la «devoción» del poeta por la piedra. Ortega encuentra en cada monumento creado la paradoja de una permanencia construida por un ser mortal que vislumbra su historia a través de ese «hidrante mineral de las edades». En sus poemas, los elementos de la naturaleza se conjugan, pero no en estado salvaje, sino a partir de la intervención humana como una expresión del trabajo. Los sentidos intentan descubrir lo que hay detrás de cada transformación, lo que no se dice, lo que está, pero no se revela. ¿Cuántas personas habrán caminado sobre las calles que recorre ahora el poeta? ¿Cuántas manos se habrán posado sobre esos monumentos? ¿Cuántos ojos habrán visto la luz que se refleja en el agua? Todos ellos «espectadores de un mundo que no les pertenece».

Sin embargo, tal como la naturaleza no cesa, tampoco nuestro deseo de abarcarlo todo. Será por eso que encontramos en la poesía un vehículo para persistir. Entonces habrá qué descifrar el misterio del poema, «aunque no comprendamos su lenguaje». ¿Por qué inmortaliza aquello que nombra? Jorge Ortega reflexiona no pocas veces sobre este asunto desde una especie de meta-poemas que intentan alumbrar las grutas del lenguaje. No por ocio, sino por intuir que “hay jardines sonoros que prolongan la vida”.

Desde una estética clásica, Jorge Ortega crea poemas sólidos, bien trabajados, cincelados hasta dar con la perfección en la forma. Si bien, en ellos leemos sus experiencias de viajes e intuiciones cotidianas, los temas centrales siguen presentes en todo momento: el paso del tiempo y la reflexión en torno a la poesía. ¿Qué se puede hacer con esos dos elementos sino intentar crear para no ser olvidado?

En esta ocasión, el lector de Campos de plumas encontrará una selección realizada especialmente por el autor, donde queda reflejada la esencia de su poesía. Cinco textos que no dejan de asombrarnos, tanto por la capacidad de construcción de la forma, como por la sensibilidad y emoción del fondo. Jorge Ortega demuestra porqué es una de las plumas más destacadas de México, convirtiendo cada poema en un pequeño mármol que permanece en su blanca pureza.

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