Colaboración especial

El peregrinaje es un viaje que se emprende hacia un lugar sagrado. La motivación del peregrino suele ser espiritual; un tránsito del cuerpo físico hasta el sitio de valor simbólico, invisible, pero no menos real. En distintas ocasiones se ha dicho que la dilatada obra de María Negroni es inclasificable, no obstante, suele mencionarse que la constante que acompaña a sus textos es la del desplazamiento del Yo lírico. ¿Dentro de la poesía puede haber una disolución absoluta del sujeto para dar paso únicamente al florecimiento del lenguaje? Quizá sea menester de la epistemología (y no de la literatura) resolver a ese cuestionamiento.

Las intenciones de la autora no las sabemos con exactitud. Nosotros preferimos pensar que, en vez de un abandono del Yo, existe un peregrinaje. ¿Cuál es ese lugar sagrado al que la poeta viaja? Como Rimbaud y Pessoa, María Negroni ensaya otras vidas. Se mete en la piel de Emily Dickinson, H.D., Pizarnik, Penrose y Charles Simic. A través de ella, hablan los vikingos y poetas de Islandia, transformando esa masculinidad en la palabra pronunciada por una mujer del siglo XX. También nos encontramos con otros personajes más extraños; Cornell, Satie y el Duque de Bomarzo son algunos de los que se congregan a través de la pluma de la poeta argentina. Desde Islandia, Negroni ha migrado su Yo a otras latitudes. ¿Cuál es el destino final? Acaso no sea Nueva York o el norte de Europa. Acaso no sea la vida de los artistas, sino el lenguaje mismo como una forma de Aleph que nos revela la totalidad del mundo. La poesía es el lugar sagrado al que la autora de Museo negro nos guía desde la intertextualidad.

Pound y Eliot establecieron que el poeta moderno debía incursionar en la creación, la traducción y la crítica. María lo ha hecho todo, hasta la novela. Pero siempre desde la dimensión de lo poético. ¿Qué significa eso? En palabras de la autora “la emoción y el pensamiento”. Sin duda estos dos rasgos caracterizan la suma de su obra. Por un lado, tenemos estas grandes interrogantes filosóficas que surgen al intentar interpretar su estética. Por el otro, los versos advienen como una fuerza interior que nos reencuentra en esa tierra desconocida que no conoce fronteras. El Yo peregrino de María Negroni consigue emocionarnos, permitiendo una intersubjetividad que nos acerca y nos reconoce en el Otro. En su poesía no hay una disolución del Yo, sino un encuentro con algo más universal, algo que la tradición literaria ha tratado de expresar con el lenguaje y que, sin embargo, todavía no podemos explicar.

Es interesante analizar la experimentación y los contrapuntos que Negroni propone en cada libro. Pero más enriquecedor, sin duda, es dejarse llevar por las distintas tonalidades expuestas. Pues, aunque suele darle la espalda a lo anecdótico, sabemos que sus versos se originan de esa soledad tan necesaria (como pensó María Zambrano) para crear algo nuevo. Y también desde cierta tristeza (como lo supo Borges) que ayuda a encontrarse a uno mismo. Este peregrinar hacia la soledad y la tristeza permite una constante refundación, que pocas veces se repite y aumenta la riqueza literaria que nos ha heredado.

Esa enorme variedad creativa se ve proyectada en sus poemarios Archivo Dickinson, Exilium y Cantar la nada. Libros publicados en la última década que dejan muestra de la pluralidad de estilos y peregrinaciones que la poeta realiza. En Campos de Plumas ofrecemos a nuestros lectores una selección realizada por la propia autora, donde encontrarán una muestra de las tres obras mencionadas como un pequeño atisbo de todo su universo poético.

No hay mejor forma de encabezar nuestro séptimo número que con la colaboración especial de una de las poetas más importantes de la actualidad en toda Hispanoamérica. Su valor no sólo radica en la contribución realizada a la tradición literaria en nuestro idioma, sino en la pasión con la que sigue demostrando que el lenguaje es un viaje infinito al cual siempre estamos por llegar. ¡Así sea, queridos lectores! Los dejamos en esta isla desconocida que es la poesía, recinto sagrado en el que siempre podremos encontrarnos.    

Poemas de Cantar la nada

De Archivo Dickinson

De Exilium