
Nuestra época de revolución digital suele considerarse la de mayor libertad de expresión en la historia. Cualquiera con un teléfono celular y redes sociales puede decir lo que se le dé la gana en el momento que quiera. Y, sin embargo, esta época de aparente libertad absoluta también es la del peor tipo de censura que pueda existir: la autocensura. Hoy en día, ya no es necesario que alguien más te señale por ejercer algún “discurso de odio” (expresión por demás manida y constantemente sacada de contexto). La corrección política se ha encargado de introducir un carácter dogmático en las tendencias aceptadas por las masas, imponiéndoles a aquellos que tienen una idea distinta, el silencio o el linchamiento público. Por ello, cada vez es más difícil hablar con libertad y, sobre todo, ejercer una opinión contraria a la tiranía de la moral imperante. El arte no ha sido la excepción. En la poesía —y la literatura en general—, notamos una mayor inclinación por adecuarse a este tipo de discursos. No solamente en lo que concierne al modo en el que se escribe, sino al “compromiso” que prácticamente debe adoptarse de manera obligatoria para exhibir, públicamente, una postura social determinada. Son pocos los autores que se atreven a escribir con franqueza, sin miedo a la difamación, siempre en favor de la verdad. José María Álvarez es uno de esos poetas, que no teme a decir lo que piensa y, sobre todo, no censura su poesía.
Una forma de clasificar la obra de Álvarez sería como políticamente incorrecta, no obstante, en sus libros hay mucho más que eso. La pasión por la vida, el enaltecimiento de la alta cultura, la búsqueda incesante de una libertad perdida, y la entrega incondicional a la belleza, son los temas fundamentales de su poesía. Estas cuestiones se complementan con los viajes y vivencias del poeta, siempre resaltando el placer y la transgresión de un mundo que, en la ausencia de la comunicación virtual, resultaba mucho más libre, mucho más satisfactorio. Por ello, no resulta extraño percibir cierto dejo de nostalgia en sus versos. La vida es decadente y mundana, cada vez peor. El mundo actual, lleno de zafismo, busca imperiosamente la prohibición de esa vida entregada al placer.
La sexualidad constituye otro elemento importante en los poemas de Álvarez. La juventud fugaz, el oro de los cuerpos bajo el sol de la tarde en una playa, los encuentros casuales, todos esos momentos de amantes y amigos, aparentemente intrascendentes, nos revelan, según el poeta que «la vida puede ser admirable/ podemos tocar la felicidad».
Esta manera de comprender la vida no dejará de molestar a algunos, a esos que Nietzsche llamó resentidos por tener la moral sacerdotal de la negación. Pero al poeta poco le importa, su decadentismo vitalista lo protege de esa vulgaridad. Su único compromiso es con aquello que realmente importa y hace más soportable la existencia: la cultura y el arte.
Por todo lo anterior, vale la pena recorrer la poesía de José María Álvarez, de la cual, Luis Antonio de Villena ha dicho que es «una de las mejores del actual panorama español». Para Campos de Plumas es un placer contar con la colaboración especial de este poeta que se dio a conocer al mundo literario en la famosa antología de Castellet Nueve Novísimos. Presentamos a todos nuestros lectores, una breve selección de poemas que, sin duda, reflejan la calidad y la belleza estética de una obra que debe ser reconocida en el panorama literario de nuestra América.