José María Álvarez

Escuchadme, troyanos y aqueos
de Her Mosas Grebas
“Let me be laid,
Where I may see the glories from some shade”.
Andrew Marvell
Hundir tus dedos en la cabellera del Exilio
como Baudelaire en aquel tigre adorado,
sepultar tu cabeza atormentada
en el olor
denso (pétalos de otro mundo)
de sus bragas
y respirar ese doux relent.
Pero no de lo que dejas –ya está muerto–
sino de un desasimiento que es Libertad,
la única posible.
Y ahí sí que los besos
serán sin remordimiento;
no ha de fluir de ellos el Leteo,
sino Vivir.
Y de pronto — ¿Por qué? —, Murcia, primavera De 1961
“Suave sirena
que con tus acentos
detienes el curso
de los pasajeros.”
Cristóbal Suárez de Figueroa
“Noto que se me empieza a levantar
con derrota de cometa de brillante cola y
propensión al nomadismo sentimental.”
Alberto Viertel
No existía
la España sórdida, vulgar, barata,
que nos rodeaba.
Nuestro mundo y la vida empezaban
y acababan en aquella cama.
Aun siento el calor sofocante de Murcia
chorreando por las ventanas,
huelo tu sudor, escucho tus suspiros
de gozo. Aun veo
tirado junto a la cama tu uniforme del colegio de las monjas,
aún siento tu boca que reía hasta cuando besaba,
siento en mi lengua el sabor de tu sexo,
aún escucho tus palabras sucias, ansiosas.
Nunca satisfecha, como decía Juvenal.
¿Dónde estarás? ¿Con quién?
¿Has seguido siendo así? ¿No los asustabas?
Ojalá hayas vencido. Y si no,
que en tu memoria vuelvas a aquellos días
y te humedezcas al recordarlos,
como a mí se me pone más dura que a Catulo.
Un pedazo del paraíso
“J’ajoute aussitôt qu’ils étaient des plues
beaux qui se pussent voir, créatures de luxe.”
André Gide
La mar no se movía.
Incandescente, dichosa.
Cegaba.
Pero
tuviste que mirar, porque unos gritos
alegres te llamaron.
Y entonces viste
a los niños bañándose, y con ellos
bañaban a un caballo.
Todo era un amasijo de saltos, alegría;
el caballo era tan feliz como los niños.
Uno de ellos se subió a su lomo
y cabalgó sobre las aguas.
No podías creerlo. Alejandría te regalaba
la mañana del mundo.
Ese ser hermosísimo y bestial
hermano de los delfines y el centauro.
Te decía:
la vida puede ser admirable,
podemos tocar la felicidad.
Mort À Paris en exile[1]
“Que es mi Dios la libertad”.
José de Espronceda
En este bar bebía Joseph Roth.
Esa mesa pequeña
ahí, ese rincón espeso de humo.
Ahí se emborrachaba Joseph Roth
hasta convertir su memoria en una llaga,
hasta mascar la nada.
Como comprenderán ustedes
ese lugar es ya sagrado.
Lo que toca alguien así
es ya sagrado.
Y de este bar salió Joseph Roth
hacia la muerte en aquel
hospital. Como en la niebla
el sonido de las campanas de Venezia.
La Cripta de los Capuchinos se requebrajó.
Todos los exiliados del mundo inclinamos la
cabeza. Nuestra conciencia
de hombres libres y lúcidos
se desgarró.
La historia de Europa sintió de pronto un hueco
de hielo y lluvia triste.
Hoy, en la helada noche de París,
en la esquina de Coligny con Rivoli
me he topado con Joseph Roth.
Caminaba
tambaleándose
los ojos empañados de los muertos. «Hice
lo que pude» me ha
susurrado, «si no fue más
fue porque no era Stendhal ni Flaubert».
«Fuiste
lo suficientemente grande»,
le he respondido. «La literatura
no existe. Existen
los escritores. Cada uno
es la Literatura».
La farola
iluminaba su rostro devorado
donde confluía toda su vida.
Ese rostro tenía sentido.
Me ha sonreído y sus ojos
vidriosos no sé si expresaban
afecto o desesperación o lástima o
nada. «Saluda a
Viena»[2], me ha dicho
casi sin voz.
Luego ha seguido por la rue de l´Arbre Sec
hasta perderse por el quai de Louvre
como esas infelices gabardinas
a la deriva
bajo el viento
que Jaime veía.
He regresado al bar,
a ver si vuelve,
poder hablar un rato,
beber unos cognacs a la salud…
¿de quién?…
Bueno, a la nuestra
a la de aquello que fue Europa
antes que la despedazaran.
[1] La tumba de Joseph Roth en el cementerio de Thiais (en las afueras de París) tiene esta inscripción:
JOSEPH ROTH / POÈTE AUTRICHIEN / MORT A PÀRIS EN EXIL
De no ser AUTRICHIEN, sobraría la nacionalidad –de la que carece todo verdadero poeta-, pero aquí y dicho origen es totalidad. Y sin uda, qué final más alto, coherente y sagrado que el señalado por ese PARIS y ese EXIL.
[2] «Saluda a Viena» fueron las últimas palabras de Joseph Roth, a un amigo, poco antes de morir en el Hospital Necker de París. A las cuales, ya casi initeligible, añadió: «Ahora no, que están allí los Nazis. Espera».

José María Álvarez (España, 1942). Poeta. Es licenciado en Filosofía y Letras. En su papel como traductor, ha traducido al español toda la obra de Konstantino Kavafis; la obra completa de François Villon; los poemas y La isla del tesoro de Lois Stevenson (En colaboración con Txaro Santoro); así como los sonetos de Shakespeare. En el 2008 publicó una traducción del poema Tierra Baldía de T.S. Eliot en la Revista Renacimiento cuya coordinación estuvo a su cargo. A lo largo de su carrera, ha ido construyendo la obra poética Museo de Cera, cuya primera edición completa estuvo a cargo de Renacimiento (2002) y en la que incluye ediciones anteriores como: La edad de Oro, Nocturnos y La lágrima de Ahab, entre otras. Otros poemarios del autor son: Sobre la delicadeza del gusto y la pasión (Renacimiento, 2006) y Bebiendo al claro de luna sobre las ruinas (Renacimiento, 2008). En el año de 1970 fue elegido por el crítico y escritor Josep María Castellet, para formar parte de su antología Nueve novísimos poetas españoles (Barral Editores, 1970). En su carrera literaria ha sido galardonado con los premios de poesía Barcarola (Por su libro Signifying Nothing, 1989), el premio La Sonrisa Vertical (por su obra La esclava instruida, 1992), El Premio Internacional de Poesía Loewe (Por su obra La lágrima de Ahab, 1998). En 2006 se hizo miembro de la Academia francesa Mallarmé.