
Tras los cientos de periplos realizados entre vida y obra, Jorge Valdés Díaz-Vélez acumula poemas de sincero cosmopolitismo, algo que pareciera natural para un autor que ha sido diplomático, pero que sólo es apreciado al recordar a quienes, en la misma situación, desearon escribirlos y se ahogaron en las citas, en los nombres de avenidas o de monumentos sucios, que le significan poco a los locales —y obviamente menos a un lector de América—. Contrario a este escenario, en Jorge caben alusiones clásicas con un sentido personal, y visos de la geografía de México con un mensaje abierto, universal, cercano al de “Hermandad” de Paz. Aquella soledad de “Tepozteco” en que el autor oye la rotación de las estrellas, lo infinitesimal, el antes y el después… no dista del “soy hombre, duro poco…” ni de que, esta noche, escriban las estrellas un nombre que otro, quizá ahora, deletree. Ese nombre da cuerpo al que escribe, no le deja ser lo que no quiere, como cierra “Tepozteco”. En la revista agradecemos que se inserte el de Valdés, como una seña de que en este número está intacto el objetivo, el curso del proyecto: que se fundan (o confundan) localía y totalidad, que se desmientan los vacíos entre lectores (porque, a fin de cuentas, todos lo seremos siempre, aun siendo los «creadores» de los textos). ¡Deletreemos, pues!