
“Somos seres de pasado, el presente se está yendo y el futuro cada vez es más lejano”, dice Luis Antonio de Villena en su poema ‘Seres vivos’. Acaso sea cierto, pues después de tantos años, sólo perdura en nosotros el recuerdo de haber sido felices. En esta conversación, Luis Antonio evoca su relación con México y su cultura (sobre todo, su amistad con los escritores nacionales); Octavio Paz, Luis Mario Schneider, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska, son algunos de los nombres que se asoman en estas memorias que el gran poeta español comparte con nosotros. Entre anécdotas vitales y literarias, Villena deja un testimonio de inmenso valor, donde queda retratado su cariño a esta tierra que lo recibió, desde su primera visita, como a uno de los suyos, como a un mexicano más nacido al otro lado del mundo.
Campos de Plumas: Querido Luis Antonio ¿cómo fue tu primer acercamiento a México?, ¿qué recuerdas de aquellos días y de tu primera visita?
Luis Antonio de Villena: Son ya días muy lejanos. Fui a México por primera vez en la primavera de 1975. Entonces tenía 23 años, planeaba hacer un recorrido turístico y visitar a algunos exiliados españoles que quedaban allí y de los que sabía a través de José Luis Cano (director de la revista Ínsula). Sin embargo, hubo un detalle curioso…
“Mi madre había conocido en un viaje a una importante señora mexicana, de apellido Bracamonte, que estaba casada con un español exiliado. Esta señora tenía un hermano que era ministro de la época. Cuando mi mamá le contó a la señora Bracamonte que yo viajaba a México, ella le pidió un favor especial: que yo le llevara una bolsa con unas figuritas de porcelana de Lladró, que son caras y se hacen en España. Le dije que sí, y cuando hablé por teléfono con esta señora me comentó algo que en ese momento me pareció un tanto inverosímil: que quizá en la aduana me podrían poner algún inconveniente por llevarlas, por lo cual, tendría yo que decir que estaban dirigidas a una rifa benéfica organizada por el obispo de Chihuahua.
“Efectivamente, al llegar a la aduana me detuvieron, y al mencionar al obispo y la señora Bracamontes, me dejaron pasar sin ningún problema. Ya en mi hotel, enviaron un auto a recogerme y a partir de ese momento empezó una historia un poco fabulosa, porque me encontré metido en la alta sociedad de México. Esta señora vivía con su marido en una casa fantástica en las Lomas de Chapultepec, y en atención a la deferencia que yo había tenido, se dedicaron a pasearme por lugares representativos, me invitaron a almorzar y jamás me dejaron pagar ni un peso en todas nuestras actividades; me llevaron a la basílica de Guadalupe y me compraron tres medallitas de oro con la virgen (que no me interesaban, pero me daba pena rechazar, porque la señora era muy católica). También fuimos a la pirámide de Teotihuacán y a ver los jardines de Xochimilco. Al final, dieron una comida con personas influyentes de la sociedad mexicana. Quiero decir que, en lugar de llegar como turista, de repente me encontré metido en ese México del poder, por lo que mi primera imagen del país fue un poco contradictoria: veía mucha gente pobre en la calle mientras yo me estaba moviendo entre unas personas que tenían mucho dinero. Pero, también, mi primera impresión del país fue de una enorme humildad y religiosidad. Había oído hablar mucho de la hospitalidad mexicana, y conmigo fueron de una amabilidad extraordinaria. Todo ello unido a un país que me pareció muy atractivo; Taxco, Acapulco, Puerto Vallarta, la gran pirámide del sol…
“Otra cosa que me gustaba ya en ese tiempo era la música ranchera. Compré unos discos que en España no se encontraban. Yo buscaba rancheras de José Alfredo Jiménez, que me parecían estupendas, y de las que aún me sé muchas de memoria. Un tiempo después me preguntaron en alguna entrevista: “¿y cuál cree usted que es el mejor poeta de México?”, y yo dije (un poco de broma) que José Alfredo Jiménez. Por supuesto, lo decía en el sentido popular, porque realmente hizo geniales composiciones. Me gustaba aquello de “estoy en el rincón de una cantina tomándome ya la del adiós”. Ahora me gusta oír las de Chavela Vargas. A través de ella, conocí a Frida Kahlo y Diego Rivera, lo que hacía ver que México en los años 40’s debió haber sido un sitio de cultura internacional muy fuerte, donde se mezclaba gente de muchos países, donde había una cierta prosperidad unida a la libertad de las costumbres.
CP: También has estado muy relacionado con los grandes escritores mexicanos del S.XX, con algunos de ellos has entablado una profunda amistad.
LAV: Especialmente con Octavio Paz, de quien se decía que era una persona difícil, que no era fácil hacer amistad con él. Y, efectivamente, Octavio tenía un lado duro: cuando se enfadaba, se enfadaba con fuerza, tenía cierto mal genio… Pero luego, por otra parte, era una persona muy encantadora, y conmigo acertó, quizá porque aparte de las relaciones literarias, había una cuestión que a él le gustó mucho de mí: yo era entonces un chico que iba vestido un poco de dandy, de raro, y eso a Octavio le atrajo mucho.
“Una vez estábamos en su casa, en el año ’91 o ’92, hablando de literatura. Yo tenía una duda que no podía decir de forma directa porque eso quizá lo hubiera ofendido (me preguntaba si era mejor poeta o ensayista). Discutíamos sobre su poesía última, algo hermética, de un tipo metafísico que a mí me gustaba menos; eran alrededor de las 5 de la tarde y mientras abordábamos esos matices, llegó una señora que nos preguntó qué queríamos tomar. Yo respondí que un gin tonic, y entonces Octavio me dijo: “usted y yo tenemos de vez en cuando alguna controversia literaria, y eso siempre es bueno porque la controversia enriquece, sobre todo cuando se da entre personas inteligentes. Pero usted y yo tenemos una cosa que es muy importante, y es que siempre estoy de acuerdo con las corbatas que usted lleva y, además, es la única persona que sabe a qué hora se debe tomar un gin tonic: exactamente, a esta hora del día”. A partir de esa frase empezamos a tener una relación muy afectuosa, muy íntima, que luego se acrecentó cuando a él le nombraron jurado del premio Loewe en Madrid.

“Lo conocí un año antes de mi primera visita a México, en mayo del ’74, en Madrid. La obra de Octavio había llegado a España bastante antes. Las librerías estaban llenas de libros del FCE, y yo había leído El arco y la lira y sus poemas de Libertad bajo palabra (que me gustaban mucho). En el ’73 salió un tomo de ensayos en Alianza editorial, y un año después él vino a presentarlo. Octavio le dijo al editor Jaime Salinas que quería conocer a unos poetas jóvenes de España, sobre todo a Leopoldo María Panero, que tenía fama de «maldito». Así que asistimos a la casa del poeta Pedro Salinas, en el Madrid antiguo; Octavio llegó a la reunión con Marie Jo, y pronto salió a un balcón con Leopoldo María para hablar en privado. En esa conversación, Octavio intentó, creo, verter juicios racionalistas sobre los poemas de Leopoldo, y eso, a él, que no era una persona cabalmente normal, le disgustó. Al terminar la reunión, todos como buenos lectores y admiradores de Octavio, habíamos llevado libros para que nos los firmara. Yo llevaba la primera edición de Cuadrivio. Cuando le dieron los libros a firmar, él dijo que sí, pero que no tenía con qué firmarlos. Alguien le tendió un bolígrafo, y al ver un bolígrafo corriente, dijo: “Con esto no firmo”. Yo casualmente tenía una pluma estilográfica Mont Blanc; se la extendí y le dije: “¿Y con esto, sí firma usted?”, y él respondió: “Sí, por supuesto, con esto, claro que firmo”. Entonces se me quedó mirando y me preguntó: “Usted es Villena, ¿no?”.
“Ese momento en que me reconoció fue el mismo en que empezó nuestra amistad. Las dedicatorias en los libros que firmó fueron muy sucintas (sólo su nombre), salvo la de Leopoldo María Panero, a quien le puso: “A Leopoldo María Panero, poeta mago”. Sin embargo, cuando la reunión terminó, y yo me fui a la noche de Madrid con Leopoldo, él manifestó un total desdén por Octavio. De hecho, repitió durante toda la noche la misma frase, “Octavio Paz es más tonto que de aquí a Tijuana”.
“Yo traté mucho a Octavio en España, pero siempre tengo recuerdos más intensos de él cuando lo vi en México. Siempre me decía que me envidiaba cada vez que yo volvía a España. A mí aquello me desconcertaba, porque en México lo trataban muy bien, vivía estupendamente, y después de haber recibido el premio nobel era como un rey, pero él me decía: “A mí me gusta ir a España porque yo en España descanso. Allá no tengo problemas, me editan, me leen, vienen a mis conferencias, hay muchos jóvenes interesados en mi obra; en México me están continuamente discutiendo y a veces me siento muy incómodo”.

CP: No obstante, Octavio se sentía profundamente mexicano…
LAV: Por supuesto. Hay una anécdota interesante al respecto: sucedió que a mí me habían contado que una de las bestias negras de Octavio era Monsiváis. De hecho, el nombre «Monsiváis» no se podía mencionar porque lo irritaba. A principio de los 90’s fui a dar unas lecturas a la UNAM que estuvieron muy bien, y al día siguiente fui a la universidad de los jesuitas. Al llegar a esta última, vi a muchos chicos que eran blancos y, en algunos casos, rubios. Tuve la ingenuidad de preguntarle al rector si eran mexicanos. Yo había visto un día antes en la UNAM esa mezcla maravillosa del mestizaje que es México, pero en la universidad de los jesuitas no la había. Dije al rector que ese tipo de chicos no se veían por la calle y él me contestó que eso podía explicarse porque siempre iban en carro, pero que eran absolutamente mexicanos.
“Como aquella tarde había quedado con Octavio en su casa, le dije de broma: “Octavio, he descubierto por qué te llevas tan mal con Carlos Monsiváis”, y él, de repente, se interesó y me dijo: “¿Ah, sí?, ¿por qué? Cuénteme”. Entonces, le conté aquello que vi en la Universidad jesuita y completé: “Creo que tú eres de los que va en carro y Monsiváis es de los que va andando”. Octavio se enfureció un poco y me dijo: “¿Me está usted diciendo que yo no soy mexicano? Ha de saber usted que mi familia está en México desde el siglo XVI, y soy muchísimo más mexicano que Carlos Monsiváis. Soy absolutamente mexicano”. Yo le respondí que no tenía duda al respecto, que simplemente me parecía que, por algunas otras cuestiones de tipo social, había mexicanos que iban en coche y otros a pie. Al final, todo terminó bien, sólo es una anécdota interesante que me dejó ver que Octavio se llevaba no muy bien con Monsiváis.
CP: Los 20 años de amistad con Octavio también los compartiste con Marie Jo, con quien tuviste una relación especial hasta el final de sus días…
LAV. Claro, Octavio era un hombre enormemente inteligente, culto y refinado… como he dicho, encantador. Lo mismo pasaba con Marie Jo, que tenía fama de antipática, sobre todo con los antiguos amigos de Paz. El día que conocí a Octavio, intercambié algunas palabras en francés con ella y terminamos siendo muy buenos amigos. Incluso muchos no me creían, porque se decía que era una mujer durísima, pero yo nunca vi eso. Solíamos hablar por teléfono y cada vez que venía a México quedaba con ella para tomar algo. Todavía en el 2017, cuando fui a la Casa del poeta Ramón López Velarde a presentar una antología de mis poemas, realizada por la Universidad Veracruzana, pude hablar por celular con ella, e insistía en acompañarme a la presentación. Lamentablemente, ya estaba algo mayor y en ese momento no se dio el último encuentro. Contrario a lo que se pensaba, era muy dulce. Después de la muerte de Octavio, publiqué Piedra y sol, una antología de sus poemas editada en Visor; hablé con Marie Jo previamente para ver si quería una lista con los que había elegido para la antología, y ella me dijo que no había necesidad, que se fiaba totalmente de mi selección.

México en Luis Antonio de Villena (Segunda parte)

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951). Poeta, ensayista, narrador, crítico literario, traductor y periodista español. Es licenciado en Filología Románica. Su obra se ha traducido a diversos idiomas y cuenta con varios galardones literarios–el Premio Internacional de Poesía Generación del 27 (2004), y el Premio Nacional de la Crítica (1981) son algunos–. En 2004, la Universidad de Lile (Francia) le otorgó el Doctorado Honoris Causa. Entre su vasta obra podemos encontrar El viaje a Bizancio (Colección Provincial, León, 1979), La muerte únicamente (Visor, Madrid, 1984), y El afán desmedido (Universidad Veracruzana, Xalapa, 2017). Actualmente colabora en la Radio Nacional de España. Recientemente vieron la luz sus dos últimas obras, Las caídas de Alejandría (Pre-Textos, España, 2019) y Grandes galeones bajo la luz lunar (Visor, España, 2020).