Presentación Editorial del Tercer Aniversario

En memoria de Benjamín Arreola Saucedo
Yoan, queda el amor al desterrar la sombra.

Campos de Plumas se fundó hace ya 3 años. Esto es algo que el lector supo desde que vio el encabezado de «Tercer aniversario», claro. Sin embargo, en ese tiempo el mundo, como es bien sabido, ha visto mermas, convulsiones, pestes más allá de las biológicas. Y la escritura no se ha detenido, aunque parece que requiere asimilar más lentamente estos sucesos para hacerlos explicables. Mientras tanto, todo se asemeja a los deslaves de otra luz a la que nos habíamos amparado (espontáneos, sin razón). Con todo, no es momento para patetismos, pero sí de hallar, quizá, las conexiones solidarias entre las distintas artes para enriquecerse mutuamente; enriquecerse en un camino que se llena de un fango más bien estéril. De ahí que sea tan importante recordar, tal cual lo hiciera Juan Villoro, a una figura como la de Hofmannsthal ya consagrada a los libretos de ópera, o aquellas raíces verdaderas del afán fabulador: los otros. “Mi madre era una voz, un torrente explosivo de muchas voces, propias y ajenas, porque era una excelente imitadora”, escribe Rosa Beltrán, sobre el drama que es vivir a través de ellos, de los otros, como lo hacen —no tan paradójicamente— los creadores.

Curiosamente, esta fuerza es la que ve Élmer Mendoza en Margarito Cuéllar y las cosas del hambre, donde exprime aquellas líneas del artista potosino que, para él, son un regreso a la impecable casa de nuestra memoria, y justamente porque nos habita más de una persona: “El agua de mi madre y mi padre se filtra por las rendijas del poema”, cita de Cuéllar. Esa misma fuerza va a manifestarse en todo el número de aniversario, en textos de Rivero Taravillo, Roberto Bardini o, justamente, ya que hablamos sobre conexiones entre música y literatura, en Píntalo de negro, de Daniel Salinas Basave. Porque tal vez este número es, en lo que va de la revista, el más musical, y se ha abierto un espacio, incluso, para traer a tierra, nuevamente, a «El Ángel», poeta conocido por Los planos de la demolición, como por su peso en la vertiente marginal del punk español. Mas no podemos olvidarnos de los ecos que genera todo compromiso de una voz, una presencia, con sus obras cuando, inevitablemente, acaban resonando en todos sus coetáneos, en un pueblo entero. De ahí que se incluyera aquella disección que Elsa Morante hiciera del poder y la revolución en su Pequeño manifiesto de los comunistas (sin clase ni partido), lo mismo que un ensayo de Juan Riochí Siafá sobre la literatura de Guinea Ecuatorial (único país africano cuya lengua oficial es el español) y su papel en la liberación de ese país.

Lector, estás en casa y sus pasillos crecen conforme caminas, porque en el lenguaje hallamos el sostén y, lejos de abrigarnos confortablemente, nos obliga a andarlo, a asirnos de él para volver a ese momento de expansión y hondura en que surgimos los que esperan. Si hay una lección extraída de 3 años de existencia, Campos de Plumas prefiere esta.

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