Luis García Montero

Laura Angélica Avendaño Ledesma
Fuera de casa
Y me asomé a la tarde esta mañana
Cuando bajé a la plaza,
y no salí de mí
porque la tarde se asomó a mi vida.
El mundo de este ocaso que va dentro
de todo lo que soy
hace que no sean mías las paradas,
ni los saludos torpes.
Al pasar por delante del portero,
el vecino educado y el vecino de siempre,
las huellas de mis pasos van demasiado llenas
en medio del vacío.
Le preguntan a otro
que se siente impostor cuando responde
con un decir deshabitado.
Es la tarde que pasa y se escucha a lo lejos
como un golpe de puerta
en medio de la nada.
Asuntos familiares
Una historia de amor es un viajero
que se sienta en la mesa para hablar de la vida.
Sin duda tiene ganas estos días
de contarnos sus luces y sus sombras.
Sabe que la balanza de los años
está de nuestra parte
y recuerda la noche de la primera vez.
Aunque se vanagloria de su oficio,
a la segunda copa
no encontró demasiada resistencia.
Enumera ciudades, domicilios, hoteles,
abrazos, amistad,
cuevas donde guardó
el fuego que nos une a la existencia.
Aquel día impensable de hace ya tantos sueños,
aquellas citas sin mesura,
las decisiones, las costumbres
decentes o indecentes,
lo que vino después, lo que nunca se irá.
Todo lo va contando
con un orgullo de coleccionista.
Y cómo no…,
habla también de asuntos familiares.
Esta tarde de otoño pide que nos sentamos
para que tú descanses,
un alto en la glorieta de Bilbao.
Los ventanales del café reflejan
la caída serena de la luz.
Entran y salen caminantes
por la boca del metro,
vigilan en la calle los semáforos
con su verde y su rojo
y en el paso de cebra
un mendigo formula la pregunta
que ha esperado el viajero.
De forma descarnada, sin mentiras
ni argumentos inútiles,
nos habla de la vida que hay después de la muerte.
No quiere referirse al paraíso.
El juicio final para nosotros
es saber si es peor
la suerte del que muere o del que permanece
aquí sin más sentido que la nada.
Uno de los dos muertos debe seguir de pie.
Te beso mientras pasan en calma los silencios.
Nunca había previsto que me tocase a mí
cerrar la puerta, apagar la luz
cuando el reloj se agote,
cuando desaparezcan los aviones,
los barcos o los trenes
y este viajero amigo y desdichado
se quede sin oficio de viajar.
Me asusta su monólogo,
el eco despiadado de mi sombra.
Un año tres meses
Como las narraciones de la lluvia
o los cuadernos de bitácora,
tuvo la enfermedad sus argumentos.
No me quejo de nada. Hoy sostengo
el optimismo amargo con el que respondimos,
septiembre, 2020,
cuando las citas médicas y el mar de los análisis
se mezclaron de un día para otro
con las arenas de la vida.
Nunca me quejaré de la disciplinada
manera que tuviste de contar nuestros pasos
para ver la ciudad con otros ojos,
la resistencia física y mental
que exigía la quimio.
No me quejo de las debilidades
o de la Navidad sin cabellera
o de la extraña forma de despedir el año
cuando el amor pasó por el quirófano.
La pandemia prohibía las visitas.
Disfrazado de médico sin bata,
subí para esconderme hasta la habitación
5427.
Dividimos por dos las uvas de tu postre,
oyendo de la mano aquellas campanadas
de la televisión
que no sonaban todavía a muerto.
No me quejo de todo lo que hicimos después,
del cuerpo poco a poco tan vencido,
de las ventanas de los hospitales,
de la silla de ruedas en 2021,
penumbras fatigadas de noviembre,
ocho de la mañana en el rumor del Clínico
con resultados últimos en la sala de espera.
No me quejo del miedo a la caída,
de la ducha difícil,
de los duros transbordos para llegar al baño.
No me quejo tampoco
de los cuidados paliativos,
la memoria con gasas
y la conversación inevitable.
No me quejo de verte morir entre mis brazos.
Comprendí que los viajes y los libros
con sus dedicatorias
siempre han sido maneras de cuidarnos.
Comprendí las raíces de nuestra militancia,
comprendí la factura de querer
de un modo tan completamente viernes.
Comprendí el argumento de esta historia
en la noche estrellada,
una historia de amor,
este año y tres meses,
estos días finales que ya son,
ahora, recordados,
los más felices de mi vida.
Del libro, Un año y tres meses

Luis García Montero (Granada, 1958). Poeta, ensayista, escritor y catedrático de Literatura Española. Es director del Instituto Cervantes. De su obra se destacan: El jardín extranjero (Rialp, 1983), Égloga de dos rascacielos (Hiperión, 1990), Las flores del frío (Hiperión, 1991), Habitaciones separadas (Visor, 1994), Completamente viernes (Tusquets, 1998), Vista cansada (Visor, 2008), Un invierno propio (Visor, 2011), Balada en la muerte de la poesía (Visor, 2016), entre otras, reciente mente publicó No puede ser así (Breve historia del mundo) (Visor, 2021) y Un año y tres meses (Tusquets, 2022). Ha sido galardonado con los premios Adonáis (1982) por El jardín extranjero, el Premio de Poesía Loewe (1993), el Premio Nacional de la crítica (2003) por La Intimidad de la serpiente, entre otros. Como ensayista ha publicado Un velero bergantín (Visor, 2014), Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus, 2016) y Prometeo (Alfaguara, 2022).