Kevin M. Anzzolin

“¿Harán el amor tan mal como hacen la revolución?”
Gustavo Díaz Ordaz
Recientemente, con la autorización de la Fundación Juan Rulfo, se publicó una serie de entrevistas, ensayos y ponencias del renombrado escritor homónimo bajo el título Una mentira que dice la verdad. El ejemplar, de más de trescientas páginas, incluye un texto inédito titulado sin más “Novela de la Revolución” —sencillo rótulo que sugiere un conjunto de narrativas con estilo monolítico, por lo menos bien definido.
Para el ingenioso autor, cuya pluma ágil dejó un legado literario de trascendencia mundial, “el movimiento literario denominado de la Revolución irrumpe en nuestras letras como un impulso no superado antes ni después de su aparición”[1] Según la genealogía artística que elabora Rulfo, la Novela de la Revolución “nace con Mariano Azuela”, mientras que la obra de Cipriano Campos Alatorre “cierra el ciclo de la Revolución”[2]. A primera vista, parece razonable el planteamiento que hace Rulfo, ya que sigue pautas bien transitadas en términos de la crítica literaria de los siglos XX y XXI. Como ya nos toca vivir otro momento histórico, sería un grave error incluir, por ejemplo, un libro como la reciente Revolución: Una novela, del español Arturo Pérez-Reverte —un mago del llamado best seller, un alquimista al revés, quien se ha asignado varias veces la tarea de resumir acontecimientos históricos significativos para que quepan en un folletín de aeropuerto.
Dicho así, es mejor entender las Novelas de la Revolución como las entendía Rulfo: una ruptura con el afrancesamiento cultural del Porfiriato que dio paso a un florecimiento literario, una diferenciada agrupación de ciertos textos que se caracterizaron por su afán del realismo crítico.
Sin embargo, las periodizaciones se cambian a largo plazo, y en tiempos bélicos las realidades cambian. Valdría la pena reconsiderar los rasgos de este ciclo llamado «Novelas de la Revolución». Después de todo, como señaló con razón el crítico británico Raymond Williams en Marxismo y literatura, la producción cultural deberá entenderse desde un patrón conceptual tripartito, lo cual implica que el arte consiste en elementos dominantes, residuales y emergentes[3] Sería un error proponer que la Revolución nació con Emiliano Zapata tout court, o que la literatura que la describió lo hizo con Mariano Azuela. Más bien, vemos que sí, hubo narrativas que se publicaron durante la temprana Revolución y cuya temática y estética todavía estaban aferradas al pasado (al Porfiriato) y a la vez, aludían al porvenir artístico de un México nuevo. Desde nuestro momento histórico, vale la pena inquietarse por las periodizaciones simplistas de la producción literaria mexicana.
Aquí se indagará sobre una novela poco conocida y estudiada que data de la década de los 1910’s: En el sendero de las mandrágoras, escrito por el periodista y político Antonio Ancona Albertos. Partiendo de los ambiciosos planteamientos de Hannah Arendt sobre la relación entre política y amor en La condición humana, argüiré que la novela de Ancona Albertos, algo distinta de la teoría arendtiana, representa el amor como algo amarrado a la política. El texto de Ancona Albertos sugiere que el casus belli de los distintos bandos en pugna durante los primeros días de insurrección deberá entenderse como poco más que un ejercicio de coqueteo. Al asemejar la lucha armada a la conquista sexual, al libertinaje y a la descarada sensualidad, el autor socavó las motivaciones de los revolucionarios y menoscabó los principios ideológicos de los cuales supuestamente se había nutrido el levantamiento armado.
A tal efecto, son dos los principales propósitos de este breve artículo: primero, el escrito servirá para ubicar la narrativa mexicana dentro de uno de los debates filosóficos más significativos de la primera mitad del siglo XX —pues el hecho de que el texto de Ancona Albertos explore la misma temática que Arendt sugiere que la Revolución Mexicana fue, sin lugar a dudas, un hecho histórico de profunda trascendencia, el cual desató las emociones, las sensaciones y las polémicas que definirían, en gran medida, el ámbito de dicho siglo—. Segundo, y algo paradójico, la examinación del protagonista y del argumento de El sendero, que da a entender que esta misma Revolución —evento que dio inicio al proyecto cultural, artístico y político que regiría al país a lo largo de unos 70 años— realmente no fue el parteaguas cultural que históricamente se ha creído. Dicho de otra manera: una de las primeras narrativas que trata al conflicto armado está más arraigada al pasado porfiriano que al futuro revolucionario e institucional. El sendero de las mandrágoras pone al descubierto que las sendas de la historia —sea la historia cultural, política o artística— son muy pocas veces las más transitadas. El camino de nación también se encuentra asediado por baches, bifurcaciones y callejones sin salida.
La novela de Ancona Albertos nos plantea una serie de enigmas —de dudosa genealogía, periodización y temática. El texto nos sigue desafiando hasta la actualidad, más de cien años después. Worldcat, la base de datos bibliotecaria más grande del mundo, sólo reporta unos seis ejemplares en el mundo. Aunque una librería antigua de la renombrada calle Donceles en Ciudad de México lista un ejemplar en su página web, los libreros han fallado al ubicarlo. Llamar «facsímil» al que resguarda la Universidad de Yale sería, en el mejor de los casos, un eufemismo, ya que su copia aparece como un manojo de impresos fotocopiados y encuadernados. En las últimas páginas de ese ejemplar el autor sugiere que terminó de escribirlo en 1912, así que, como plantea Aguilar Mora, “no es tan claro que la novela de Ancona Albertos…haya aparecido en 1920”[4].
La novela, aun siendo ambiciosa y llena de acción —pone de manifiesto una locuaz sensualidad—, dista mucho de ser perfecta: según sus pocos lectores “fue vista con desdén por la crítica de aquella época por ser mezcla de fantasía y realidad”[5]. Hasta en el prólogo, el mismísimo narrador, el joven periodista merideño Juan Ampudia, reconoce que su historia carece de “cohesión, trama, o tesis”, debido al hecho de que México vive un “siglo de desequilibrio”[6]. Como novela —y como indica su título— En el sendero de las mandrágoras es un texto repleto de curvas, desviaciones y tangentes. Su protagonista, Juan Ampudia, se parece a una mandrágora, figura marcada por la fatalidad, y sufrirá, como explica C.J. Thompson en su estudio del tropo de la mandrágora, las manos del «little gallows man» —la mandrágora se parece tanto a un hombrecillo condenado a la horca. Ampudia, tal vez como México entero, será condenado a padecer las consecuencias por haber arrancado la raíz de su acompasada vida bajo tierra[7].
El personaje de Ancona Albertos se parece bastante al renombrado protagonista de la tetralogía del ilustre político, escritor y abogado del Porfiriato, Emilio Rabasa (1856-1930). En las llamadas Novelas Mexicanas que se publicaron entre 1887 y 1892 —La bola, El Cuarto Poder, Moneda falsa, y La gran ciencia— Rabasa desarrolla la triste historia de Juan Quiñones, igual que Ampudia, un periodista de oposición, don juan y joven exaltado. Como su tocayo, a Ampudia también se le tacha de «loco»; también se emborracha con frecuencia y fácilmente (se caracteriza de ser «paradójico y abúlico»[8]). Hasta el protagonista mismo reconoce que lleva una «vida paradójica». Como un sinfín de periodistas ficticios que aparecen en la producción literaria del Porfiriato (La rumba de Ángel de Campo, Pacotillas de Porfirio Parra y La calandria de Rafael Delgado), Ampudia también se queja por la mala vida que vive en la prensa de oposición. Como explica Ampudia, “Quería fundar un diario, arrojado y sincero que combatiera las hipocresías”. No obstante, y como la novela misma, Ampudia también es un ser lleno de contradicciones —tanto en su actitud como en su comportamiento—, pues encarna paradojas amorosas, políticas y cotidianas. Su vida es un revoltijo o, para complacernos más profundamente con un término cien por ciento mexicano, un completo y total desmadre. ¿Hacia dónde va la Revolución y hacia dónde va el amor?
Una de las primeras decisiones que tiene que tomar Juan es dejar o no su pueblo natal, Mérida, para probar suerte en la gran urbe que es la Ciudad de México. El hecho de que su amor de adolescente, una jovenzuela de nombre Malvina, siga viviendo en Mérida sólo sirve para dificultar su decisión. Se piensa a sí mismo: “Se iría a México. A trabajar, a triunfar, y su voluntad enfermiza se obsesionó con esa idea: irse a México; pero inmediatamente, sin vacilar, al día siguiente”. Su mente afiebrada no puede dejar de ser caprichosa, y sólo dos páginas después, Juan parece decidir: “¿qué disparate estuvo a punto de hacer? No se iría a México”. Cuando por fin se decide partir para la Ciudad de los Palacios, hasta el paisaje mismo se describe como un claroscuro retablo de contradicciones —tan bello como grotesco. Desde su ventanilla de ferrocarril, Ampudia observa:
“Las poblaciones risueñas, las tierras fértiles, se sucedían interminablemente, y en las estaciones, en contraste, pululaban los mendigos que alargaban las manos implorantes, que cantaban melancolías, tristezas de vencidos, e imploraban misericordia. Abundaban las flores, las frutas y las llagas, en promiscuidad paradójica; se confunden los aromas de los frutos con la pestilencia de las imploraciones y el rasgueo letal de la guitarra nostálgica. Suelo fecundo y habitantes enfermos de pereza y de miseria”.
Durante su viaje en ferrocarril desde Veracruz hasta la Ciudad de México, el protagonista Juan conoce a una joven cubana que se llama Rosario, libre-pensadora, liberal y abierta: “A Juan le gustaba este carácter abierto de la cubana, su sinceridad y su alegría”. Cuando por fin llegan los dos a la Ciudad de México, Rosario lleva a Juan a su residencia, un albergue de mala fama donde vive la madre de Rosario. Ampudia decide quedarse allí por una temporada mientras busca un trabajo como periodista, pero tiene muy poco éxito. A pocos días, Ampudia y Rosario emprenden una aventura escabrosa, cuya descarada descripción casi llega a ser pornográfica. Ampudia se deja llevar por los múltiples placeres decadentes que ofrece la capital mexicana —sus borracheras y sus mujeres: es una “metrópoli opulenta y viciosa, rechaza las energías nuevas, como si fueran elementos morbosos”[9].
Con climático final del primer tomo de En el sendero —ambientado entre los finales días de 1910, cuando México fue sacudido por los disturbios dirigidos por estudiantes, y junio de 1911, cuando Francisco I. Madero llegó a la Ciudad de México. Ampudia no sólo se encuentra en la calle entre los bulliciosos y alborotados estudiantes, sino que, a la vez, se ve obligado a elegir entre las varias mujeres en su vida. Es decir, su vida erótica se desarrolla a la par con los revoltosos movimientos políticos en México. Igual que Ampudia, quien tiene que decidirse a entregarse a Malvina, a Rosario o a Leonor, México también deberá resolverse por Porfirio Díaz, Bernardo Reyes o Francisco I. Madero. Como plantea con tanta razón el crítico John Rutherford, “la historia de la vida revolucionaria del bohemio Juan Ampudia es, pues, la historia de sus vaivenes entre el compromiso social, tanto idealista como oportunista, y el escape del mismo hacia los paraísos transitorios de Eros y de Baco”[10]. Ampudia confunde sus emociones, sus alianzas políticas y sus sentimientos amorosos: “Sentí revolucionar mis sentimientos amorosos (…) En Rosario hallé carne de placer. En Malvina, imaginaba un ángel. En Leonor veo una mujer —mi mujer”[11]. Con Madero a punto de entrar triunfalmente a la ciudad capitalina, la querida de Ampudia, Leonor, yace moribunda de eclampsia mientras está en parto. Su hijo —y el hijo de Ampudia— es un natimuerto.
A la distancia se escuchan campanadas anunciando, al parecer, la muerte de Leonor. También doblan por la marcha «triunfal» de Madero:
“Las campanas graves de las catedrales, anunciaban la muerte (…) Ampudia sacudió el recuerdo. Pero las campanas seguían recordando horas felices. Y todo: los carros madrugadores ponían una nota de alegría y de movimiento en las calles. “El Imparcial”, tirado por la ventana. (Traía buenas noticias. Madero comenzaba su marcha triunfal hacia México)[12].
Desde los primeros días de la Revolución Mexicana, las marchas «pierden sentido»[13]. En la novela de Ancona Albertos, las marchas triunfales son también cortejos fúnebres. Empezando con el estallido de la insurrección, se sugiere que la lucha armada fue poco más que una riña entre amantes, una pelea insípida, una escaramuza erótica, lo cual es una noción profundamente desalentadora. Este discurso se desplegó en la producción narrativa, en la prensa y en el arte (fig. 1).
***
En años recientes, se ha reanudado el interés en la filósofa alemana-americana Hannah Arendt, sobre todo en su idea del amor, tal y como ella la representa en su obra[14]. Desde el comienzo de su carrera —en particular, desde su tesis de doctorado, donde indaga sobre el pensamiento del san Agustín de Hipona y su concepto de «amor mundi»)— ella se interesó profundamente en cómo amamos, quiénes amamos y dónde vemos tanto los puntos de contacto como los límites del amor. Aunque Arendt nunca llegó a desarrollar una definición concreta del amor, siempre lo entendía en relación con lo social y lo político. A veces representó el amor como algo profundamente aferrado a lo social y a lo político: “el motivo de asumir el peso de lo político terrenal es el amor al prójimo”[15]. Otra veces, el amor que describía Arendt parecía un ideal —cien por ciento ajeno al mundo compartido, a la comunidad y a la esfera pública, lugar donde se marchitan los susurros entre la pareja, los secretos de familia y los miedos compartidos—. Sólo muy difícilmente puede Eros sobrevivir en la sociedad, ya que se nutre de la privacidad, las caricias, las sutiles miradas entre la pareja y el guiño conocedor (y reconocedor). ¿A quién le apetece ir a la guerra cuando una cama calentita nos espera, donde nuestra pareja, tumbada cómodamente, nos puede apapachar antes de tumbarnos juntos, tiernamente empiernados? Seguramente, nos dice Arendt, este amor, “a diferencia de la Amistad, muere o, mejor dicho, se extingue en cuanto es mostrado en público”. Este amor, propone Arendt, no es «mundano» ni «apolítico», sino llamativamente «antipolítico»[16].
Tal vez fue inevitable que una pensadora como Arendt —cuya filosofía sigue siendo discutida y alabada por la izquierda, pero quien se relacionó íntimamente con un Martin Heidegger cuando el nazismo despuntaba— vertiera tanta tinta sobre la brecha entre lo privado y lo público, lo individual y lo social, el amor y la política.
Como el texto de Ancona Albertos muestra, en el México revolucionario también se presenciaron las mismas preocupaciones —en suma, el contrapunteo entre el acto de hacer el amor y, por otro lado, hacer la guerra. Lamentablemente —y como señala el periodista Jeff Stein en un reciente artículo titulado “Tinder in the trenches”, estos temas no son para nada anticuados —más bien, son más relevantes que nunca[17].


Portada. En el sendero de las mandrágoras. 1920
Creéme Bernis, tú nunca llegas tarde.” De El Porvenir: Diario Democrático. 11 de septiembre de 1911.
Bibliografía
-Aguilar Mora, Jorge. Una muerte sencilla, justa, eterna: cultura y guerra durante la Revolución Mexicana. México: Ediciones Era, 1990.
-Ancona Albertos, Antonio. En el sendero de las mandrágoras. Novela. México: Oficina del Gobierno del Estado, 1920.
-Arendt, Hannah y Manuel Cruz, La condición humana, España: Paidós 2005.
———¿Qué es la política?, Paidós: Barcelona, 2013.
-Campillo, Antonio. El concepto de amor en Arendt. Madrid: Abada, 2019.
-Caver, Christopher Martin. Finding a Home in the World: Hannah Arendt and the Principles of Political Love. 2017. Northwestern U, PhD dissertation.
-Enrique, Álvaro. “Para una genealogía de las marchas.” El Universal 9 julio 2011.
-Heberlein, Ann and Alice Menzies. On Love and Tyranny: The Life and Politics of Hannah Arendt. London: Anansi International 2021.
-Prieto, Antonio, et al. Mónico Neck; ensayo biográfico y recopilación de Antonio Prieto. México, Club de Periodistas de México, 1963.
-Rulfo, Juan. Una mentira que dice la verdad: conferencias ensayos entrevistas y otros textos. México: Editorial RM, 2022.
-Rutherford, John. La sociedad mexicana durante La Revolución. México: Ediciones “El Caballito”, 1978.
-Stein, Jeff. “Tinder in the trenches: How war has changed love and sex in Ukraine”. The Washington Post. 4 enero de 2023.
-Thompson, C J. S, The Mystic Mandrake, 153. New Hyde Park, N.Y: University Books, 1968.
-Williams, Raymond, J M. Castellet, y Masso P. Di. Marxismo y literatura. Barcelona: Península, 2000.
[1] Rulfo, Juan, Una mentira que dice la verdad: conferencias ensayos entrevistas y otros textos, p. 230.
[2] Ibid., p. 234.
[3] Williams, Raymond, Marxismo y literatura, pp. 143-150.
[4] Aguilar Mora, Jorge, Una muerte sencilla, justa, eterna: cultura y guerra durante la Revolución Mexicana, p. 84.
[5] Prieto, Antonio, et al. Mónico Neck, p. 23.
[6] Ancona Albertos, Antonio, En el sendero de las mandrágoras, p. VI.
[7] Cfr. Thompson, C.J. S, The Mystic Mandrake, pp. 153 y 169.
[8] Ancona Albertos, Antonio, En el sendero de las mandrágoras, p. VI.
[9] Ibid., pp. VI, 13, 38, 40, 66, 42, 101 y 102.
[10] Rutherford, John, La sociedad mexicana durante la Revolución, p. 124.
[11] Ancona Albertos, Antonio, En el sendero de las mandrágoras, p. 41.
[12] Ibid., p. 213.
[13] Enrique, Álvaro. “Para una genealogía de las marchas”.
[14] Véanse las respectivas obras de Campillo, Caver, Heberlein y Menzies.
[15] Arendt, Hannah, “¿Qué es la política?”, p. 87.
[16] Arendt, Hannah, La condición humana, p. 261.
[17] Véase Stein, Jeff, “Tinder in the trenches: How war has changed love and sex in Ukraine”.

Kevin M. Anzzolin. Es doctor en Letras Hispanas por la Universidad de Chicago (EUA). Actualmente imparte cursos de lengua y literatura a nivel licenciatura en la Universidad de Christopher Newport en Virginia, EUA. Entre sus publicaciones recientes figuran artículos en Tiempo histórico, Fuentes humanísticas, Argos, Literatura Mexicana y Revista Javeriana, entre otras. Por el momento se encuentra trabajando en un manuscrito derivado de su tesis de doctorado, titulado: Guardians of Discourse: Journalism and Literature in Porfirian Mexico.