El engaño

Luna Paloma 

Arte: Sandra Dondero

Recuerdo el momento exacto en que Gustavo se obsesionó conmigo. Su mirada descansó largo rato en mis pies descalzos.          
—Hermano. Veo que te llevas demasiado bien con mi mujer —dijo Claudio entrando a la habitación y tomándome de la cintura.          
Un silencio espeso llenó el ambiente como siempre que se encontraban. Entre ellos la relación era pésima y se notaba en que las palabras no fluían. Aun así, desde nuestro regreso a Chile, nos visitábamos con cinismo. Gustavo venía saliendo de la cárcel por razones que desconocía y estaba desempleado. Eso aumentaba más la diferencia entre ellos, puesto que Claudio se jactaba de haber ganado mucho dinero en la Bolsa y teníamos una situación holgada.    
—Queridos: Vengo a darles una buena noticia. ¡Encontré trabajo!
—¡¿Y ese milagro?!           
—Para que veas, hermano. Tuve que falsear un poco mi currículum porque el entrevistador era el Gerente de Banco Universal. Nada grave, en todo caso. Sólo limpié mis antecedentes y me agregué un magíster en economía con diploma y todo —dijo bebiendo de golpe un trago de tequila.          
—Qué imbécil, ni que hubieras tenido cabeza para estudiar eso.   
—No me subestimes. Que nuestro papá te haya pagado sólo a ti los estudios es otra cosa.   
—Bueno, bueno, no peleen —dije, sin pensar qué sería peor.        
—Eso no es nada comparado con lo que inventé después. Todavía me río. Me preguntó si era casado y le dije que sí.     
—¿Por qué dijiste tamaña estupidez?   
—Porque en el escritorio del señor Smith había una foto de él con quienes supuse eran su esposa, sus hijos, nietos, todo el clan. Entendí entonces la razón de la pregunta: buscaban ese perfil de hombre de familia.  
—¿Y de dónde sacarás tú una mujer ahora?  
—Fácil. Quiso ver una fotografía de ella y le mostré una selfi que me tomé con Patricia.         
Claudio puso la boca chueca, empuñó las manos y salió dando un portazo. Me tiré al sofá con las manos en la cara, asustada y extrañada de que no lo hubiera golpeado.
Pese a las advertencias, Gustavo comenzó a visitarme y yo a recibirlo, aprovechando mi reiterada soledad. Le conté lo difícil que era mi vida con Claudio. Que me tenía prohibido salir sola y no me dejaba invitar amigas pese a no estar nunca en casa. Mucho menos amigos. Eso era impensable. Y lo peor: era violento hasta los golpes cuando se ponía celoso.   
—¿Por qué no lo dejas?   
—Lo intenté. En Buenos Aires la cosa explotó y nos separamos. Más bien fui yo la que tomó sus cosas y se fue. Él me buscó por todas partes y no descansó hasta dar conmigo. Me suplicó que volviera… me dijo que me amaba, que no podía vivir sin mí, que iba a cambiar y bla-bla-bla. Yo, estúpida, le creí.       
—Caíste.      
—Sí… Bueno… Pensé que cambiaría hasta que me amenazó. Dijo que le pagaría con mi vida si lo hacía pasar de nuevo una humillación así.      
Gustavo sabía el tipo de hombre que era su hermano así que no dudó que me hubiera amenazado. Me contó que con él también había sido violento (desde niños) y cómo, al crecer, lo había involucrado en algo que jamás había hecho, cagándole la vida. Nuestra rabia mutua fue el punto en común para acercarnos cada día más. Le conté casi todo. Al separarnos, dejaba mis ojos pegados en los suyos y sonreía, agradecida por su cariño. Incluso le sostenía la mano más de lo habitual. Pero, si intentaba un acercamiento, lo rechazaba. Nuestras conversaciones siempre terminaban en lo mismo.  
—Sueño con que la historia que inventé en el trabajo se haga real y que tú seas mi mujer.    
—¡No digas eso! ¡No puedo engañar a Claudio contigo!      
—Entonces, déjalo.
—Ya sabes que no puedo. No me permitirá ser feliz nunca. ¡Es capaz de matarme! Si estuviera sola todo sería diferente.  
—Entonces, debemos hacer algo más radical.           
La noche de Navidad estaba raro desde que llegó. Supe que la idea ya la había planeado y la concretaría. No me interpuse en nada. Claudio estaba más insoportable que nunca: se reía fuerte, comía atragantándose y contaba todas sus ganadas. Gustavo se paró a la cocina, se demoró bastante por lo cual yo imaginé lo que hacía. Volvió con un trago especial para su hermano. Brindaron hasta el fondo sin dejar rastros en el vaso. No quise hacer comentarios al ver a mi marido con náuseas y respirando con dificultad. Después de un rato comenzó a convulsionar y cayó al suelo. Ninguno de nosotros se acercó a ayudarlo. Perdió el conocimiento. Lo moví con la punta del pie. Llamé a la ambulancia donde en vano trataron de resucitarlo. Murió de un paro cardiaco.      
—No te preocupes, es indetectable —me dijo Gustavo al irse.       
Yo fingí no entender de qué me hablaba.         
No pasaron muchos días y llegó a mi casa. Yo estaba arreglando mi maleta para volver a Buenos Aires. Sentí que estaba a punto de tirárseme encima cuando lo frené de golpe.
—Tengo algo que decirte —le dije sin mirarlo.
Nos sentamos en la penumbra.  
—Entiendo que estés angustiada, pero…        
—No es eso.           
—¿Entonces…?     
—Tengo un amante. No te lo pude confesar antes, pese a que teníamos una linda amistad, sinceramente no me atreví. Pero ahora que estoy libre pue…        
—¡¿Un amante?!    
El nerviosismo lo hizo ponerse de pie dando vuelta a una silla.      
—¡Tranquilízate! Pensé que podías entenderme.       
No lograba articular palabra y se tomaba la cabeza con las manos. Pasaron unos minutos de un silencio empalagoso hasta que logré recomponerme y me miró.    
—¡Me engañaste, mierda! Me hiciste creer que…      
—¡Tranquilízate! —dije soltando el brazo que me estaba apretando.        
—Sabes lo que hice por ti ciert…           
—No sé de qué me hablas          
Me empujó contra la pared. Aventó una silla contra el ventanal que reflejaba su ira haciéndolo estallar.        
—¡Ándate o llamo a la policía!     
Se paró frente a mí. Levantó la mano y golpeó la muralla de cemento. Se fue dando un portazo. Miré por la ventana, caminaba trastabillando. No puedo negar que sentí compasión mezclada con una pizca de culpa, pero mi espíritu necesitaba ser libre al precio que fuera, y yo, yo no me merecía estar con un asesino.

Paola Melgarejo (Chile, 1970). Escritora y publicista, es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y egresada de la carrera de Derecho. Firma bajo el seudónimo de LunaPaloma y es ganadora del Fondo de Creación de Libro 2022, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile. Ha publicado en la revista Scribo de Argentina, participado en la antología de cuentos Relatos en Tránsito y obtenido una mención honrosa en el concurso Fernando Santiván (2021), entre otros. Complementa lo anterior participando en diversos talleres de creación literaria.