Ecos de un piano lejano

Rubén Espinoza

Arte: Renatta Vega Arias

I

Te observo frente a mí, sentado en posición de flor de loto. Hay un cuarto, un espacio vacío que no deja de ser tu espacio, tu presencia lo llena. El humo de una vela que se consume y que inhalo de manera profunda, el crujir del fuego de la madera…

Afuera, hay una fogata que se consume en brazas, dentro sólo estamos tú y yo. Prometimos que la próxima vez que peleáramos lo resolveríamos a tu manera, sentados en silencio, meditando, pero yo no puedo dejar de verte, de sentirte. Hasta en silencio eres mejor que yo para estar, cómo no molestarme si te miro tan tranquilo, quieto, relajado.

Despertar a tu lado, después de una noche azorada, siempre me da paz, me recuerda que hay alguien que duerme sin miedos, tan sólo soñando. Hoy no pude evitar despertarte, llevaba casi seis horas escuchando tus suspiros, tus movimientos ligeros, y me dio envidia. Caminaste ligero hasta el cuarto de baño, como si supieras que el agua te necesitaba. Yo te necesitaba y tú no te diste cuenta.

La lluvia llega para espantar a los fantasmas que no quieren mostrar su silueta, es el momento en que se refugian en las casas, en las habitaciones, cuando corren de lado a lado intentando no dejar sombras.

Hace tanto que no ves un fantasma que te has olvidado de cómo lucen, te has olvidado de que son tan humanos como tú. La aparente paz que te caracteriza tan sólo cubre aquello que ya no te mortifica, yo sigo a tu lado y no puedes evitar verme. Tan sólo gustas de ignorarme y de ignorar mi silencio, sabes que ya no puedo gritar y, sin embargo, sigo a tu lado.

Para tu mala suerte hoy no sólo somos dos, has atraído a un tercero al encuentro que nos mira a ambos y que escribe de nosotros, que habla por mí, que podría hablar por ti y, no obstante, tú estás muy absorto en mantener tu mente en blanco, la meditación te ayuda a mostrar un cuarto vacío. Pero en el texto es mi voz la que llena el espacio, mi voz que hace mucho tiempo dejó de reconocer el aire.

Soy la voz de Lázaro que puede decir todo lo que ocultas. Dicen que los gusanos son quienes devoran nuestro cuerpo. No me consta, pero los hongos se alimentan de nuestras memorias, y hay uno que crece sobre el lugar en el que enterraste mi cuerpo, que extiende sus alas bajo tierra y, con sus plumas más leves, me va consumiendo, seguro de que, de haberlo sabido, habrías llenado tu patio con ellos, hasta la memoria es el alimento de alguien.

Hoy un escritor trasnochado habla de un asesino que convive con su muerto, sin saber que tan sólo escribe el eco de la casa de junto, que el olor del humo que lo hizo pensar en madera es el mismo olor que yo estaba describiendo, piensa que es un condescendiente al ceder su voz para que sea yo quien narre mientras él se sirve otra copa y piensa que la inspiración tocó a su puerta esta noche; que es muy simple escribir, que hasta parece que fuera otro el que está escribiendo. Hay más muertos en el fondo de una historia que en el cementerio.

¿Cómo es prometer algo con tu asesino? Hasta en la muerte sigues controlando, ni siquiera en la muerte puedo tener algo de voluntad. Entré a esta casa y no volví a salir, ni mi cuerpo, ni mis gritos, tampoco mis gusanos. El control es total aquí, sólo en la muerte descubrí que hay formas para controlar a los muertos y tú las conoces: sal, incienso, palabras, ¿música? Mi asesino no es una persona normal, es alguien que sabe de muertos (nigromantes, les dicen) y la palabra no tiene ningún error: el amor es la base de todo esto, yo no puedo escapar de aquí porque de alguna manera lo amo. En vida, nunca lo conocí, tan sólo cuando por alguna razón entré a su casa para no volver a salir. Y desperté en un idilio perfecto, a mitad de un sueño que no sabía que tenía, quizá algo que había ocultado o que simplemente se me implantó para convencerme de que la muerte fue una bendición.

Vergüenza que hasta en la muerte sean los deseos los que nos guían, y más vergonzoso que sólo en la muerte pudiera conocer sensaciones tan placenteras, la entrega total por alguien que ya no se puede ni siquiera tocar, un desenfreno de emociones con un solo desenlace mortal que ya ocurrió y que aun así se tiene como expectativa.

Más de una vez me he preguntado si la música que tocas es aquello que me produce esta sensación o si es mi devoción hacia ti lo que te alimenta para producir esas composiciones, un pacto oscuro —sin duda— que se relaciona con tu virtuosismo de alguna manera, y no sólo yo lo escucho, las notas suaves se cuelan entre las paredes y viajan a lomos de gatos para llegar a oídos de…

II

Yo sólo quería escribir un cuento de fantasmas que se me fue de las manos, un cuento donde una pareja estaba a mitad de una discusión, resolviendo sus problemas de una forma civilizada, y poco a poco el lector descubriría que la pareja estaba muerta, que la discusión había sido porque, incluso muerta, seguía sin ser relevante en su vida, pero todo se fue complicando, sentía una voz en la cabeza que me hacía escribir como si fuera ella, que insistía en que no era ficción sino una realidad próxima, que yo había encontrado en el ambiente.

La inspiración para el texto surgió por una canción que escuchaba todas las noches, una pieza de piano que no podía identificar y que no dejaba de darme vueltas en la cabeza. Me serví una copa y comencé a escribir con una facilidad inaudita, cada palabra llegaba hasta mí desde el silencio y la historia avanzaba libre, sin que yo pudiera detenerla. De pronto, me vi hablando del vecino como si fuera el responsable de lo que escribía y yo no podía dejar de escribirlo. Pero no quería eso, yo sólo quería una historia normal, una historia para una antología de fantasmas de la que acababa de ver una convocatoria. La historia se cortó y no supe cómo continuarla, me quedé ahí, sin palabras.

Unos minutos después, la música comenzó de nuevo, mi vecino había acabado su meditación y ahora tocaba de nuevo, y yo me preguntaba hasta qué punto me inspiraba en él para la historia o si en verdad era otra voz la que escribía y me sentía ridículo: una cosa es querer convencer al lector de que lo que pasa en la historia es verdadero y otra muy distinta es estar tan ebrio que te tragues tu propia historia como verdadera. Decidí dormir, pero esa pieza no me dejaba, parecía que a cada repetición se volvía más perfecta, me martillaban sus notas y ya estaba tan sugestionado con mi propia historia que no podía dejarlo pasar, por lo que me levanté y comencé otra historia, esta vez sobre la canción que se repetía una y otra vez sin parar.

III

Es un error pensar que los demonios quieren almas a cambio de arte. Las almas las consiguen a montones y sin pagar absolutamente nada. Es el arte la moneda de cambio para conseguir el favor de un demonio y eso es lo que aquel hombre estaba buscando, una pieza tan perfecta que le sirviera como pago para ocultar lo que había hecho; en cuanto tuviera su melodía, la olvidaría y a cambio sus crímenes jamás serían descubiertos. Por eso la practicaba cada noche sin descanso, su vida y su futuro dependía de ello.

IV

No, otra cosa, odio a ese vecino. Mi historia se acaba ahí, él sigue tocando y yo no puedo dormir, quizá sea el momento de contar la historia de los asensos oscuros en las instituciones gubernamentales. Esa en la que un burócrata empieza a ascender en el esquema burocrático para llegar a un punto en el que le ofrecen que, si quiere el próximo puesto, debe vender su alma «en broma», que ya todos lo habían hecho y que era una tradición que mantenían por costumbre, que nadie creía en ello, pero que era una forma de compromiso con la institución.

Podría ser un hombre llamado Juan (como mi abuelo) o que se llame J. para salvarme a la Kafka de poner un nombre. Y podría desarrollarse en el SAT.

No se me ocurre nada, no puedo escribir, tomo el primer libro que encuentro (Tratado de arlequín, de Marosa Di Giogio), lo abro en la primera página que se deja y lo transcribo como si las palabras de un buen escritor sirvieran para destapar la cañería de mis propias palabras, como la mayoría suele hacer con los epígrafes…

6

Hice una máscara. Con vello de mariposa y alitas de gladiolo, y un procedimiento muy especial. Y ella cobró leve vida.           
La puse en una caja de color rosa.        
Y, de nombre, Laura, en homenaje al bosque de laureles de donde soy oriunda, y del aire de oro de cada mañana, allá.       
Y, aun bajo un nombre así, ella padece.           
Algunos días la llevo sobre el rostro. Los días de la divinidad. Entonces, la gente me nombra Laura. Y yo voy con el cabello diestramente arreglado, y desnuda, porque esa cara artificial y verdadera, no admite ningún traje.         
La gente clama: Laura está en la confitería. En el liceo. En el río.  
…Y, ahora, sólo miro la vacía caja donde un día durmió       
                                                                                       Laura.
           
                                                                                                  Marosa di Giorgio     


V o 7

Desearía saber de música para poder transcribir lo que está tocando ese bastardo, sería el final perfecto para este texto, pero como no lo sé, deberé conformarme con seguir tecleando mientras se calla y me deja dormir, debo entregar mañana esto y la voz del inicio nada más no regresa. Ya no me interesan los nigromantes, ni los fantasmas, ni los pactos con el diablo; me interesa dormir y no puedo.

Lo bueno es que ahora se puede escribir cualquier cosa y esconder la mano, escudarte en la posmodernidad y decir que todo era un flujo de conciencia que tenía el protagonista. Que fue escrito a la prima para ocultar tus errores de puntuación y tus cacofonías. El chiste es llegar a las mil ochocientas palabras.

El piano sigue sonando y descubro la epifanía, lo que descubrió Bukowsky cuando escribió Tocar el piano borracho como un instrumento de percusión hasta que los dedos te sangren un poco, el piano murió cuando la Bauhaus tomó control de las instituciones.

VI u 8

Estimadx Sr(x) Rubén Espinoza, le informamos que su texto Ecos de un plano lejano no puede ser contemplado en nuestra convocatoria debido a que no cumple con el requisito de extensión, son 1798 palabras ya que el título no se contabiliza como parte del texto, esperamos contar con su participación en otras convocatorias… 

Acabo de notar que los de la convocatoria le cambiaron el título al texto, ahora se llama Ecos de un plano lejano y considero que no suena tan mal. Por eso no se debe escribir por las mañanas. Por eso no se debe vivir por las mañanas.

VII o 9 o Ecos de un plano lejano

Los muertos sólo pueden soñar que duermen y de nuevo estamos los tres sin que tú lo sepas. (¿Cómo no voy a saberlo si mis manos son las que lo escriben?)

Nos observa en silencio aquel que piensa que es capaz de estar inventando esto por sí solo y me permito recordarle que aquel que escribe sólo está transcribiendo el ruido a su alrededor; que, en palabras de Lorca, la imaginación es sólo un pulso herido que presiente el más allá.

Rubén Espinoza (Estados Unidos, 1994). Narrador y artista plástico. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y es Director General de la Editorial Manumisión. Ha publicado Dientes molidos (Fósforo, 2022) y algunos de sus textos se encuentran en la revista Círculo de Poesía y en las compilaciones En la web: antología del relato web en español (2018), Jíbaros (2021) y Suicidio, antología de cuento ensayo y poesía (2022). Participó en el INTERFAZ 2017 y formó parte de los cursos impartidos por la FLM en el 2013 y 2017.