José Luis Ramírez Gutiérrez

“La verdad, como el oro, no se obtiene por su crecimiento,
sino lavando de ella todo lo que no es oro.”
Lev Tolstói.
Acto I
El valle de Visoko, en Bosnia, es el complejo piramidal más monumental jamás construido sobre la faz del planeta. Se construyó por una civilización desconocida hace miles de años, más de 12000. Eran muy desarrollados, incluso más de lo que ahora estamos.
Eso declaraba Samir Osmanagich en su canal de YouTube, La Búsqueda de las Civilizaciones Perdidas. El programa trataba sobre supuestos misterios arqueológicos; aunque a Jort, mientras daba un sorbo a su espresso en aquel café donde lo habían citado, le parecían más bien patrañas new age.
Anela llegó un minuto más tarde de la hora acordada, sentándose enseguida y preguntando sin más:
—¿Y bien?
Jort adelantó un poco el video y reprodujo para ella la parte donde decía:
—En diez años de investigación hemos vivido muchos momentos apasionantes, y también duros reveses, en la búsqueda de la redefinición de nuestros conocimientos sobre la Historia. Uno de estos tuvo lugar cuando los empleados de la Bosnian Pyramid of the Sun Foundation descubrieron una red de túneles excavados por manos inteligentes en un pasado prehistórico.
Anela se sonrojó, formaba parte de la exploración de Semir, el carismático líder de la fundación, quien había sido acusado previamente de estar construyendo túneles con piedras y excavando por su cuenta en Visoko (además de insistir en que las colinas del valle eran pirámides construidas por el hombre).
—Es todo cierto —dijo Anela sin más—, al menos la parte de los túneles; ahora tiene evidencia.
Con un gesto envió un archivo de su móvil a la tableta de Jort para que le diera una ojeada, bebiendo, mientras, el americano que había pedido. Al cabo de un minuto, volvió a preguntar:
—¿Y bien?
Las imágenes de georradar no son fáciles de interpretar, pero, aun siendo demasiado pronto para ofrecer alguna sugerencia, era poco probable que se tratase de un objeto de origen natural. La anomalía parecía señalar la presencia de una estructura enterrada con forma de doble equis.
—¿Dónde encontraron esto?
—Está a unos 90 metros de la entrada del túnel.
Antes de compartirle las imágenes del radar de penetración terrestre, le había enviado por email las fotografías de los muros de piedra seca obstruyendo algunas galerías y de un canal central recto en la parte inundada del túnel.
—En cualquier caso —dijo, seleccionando con cuidado sus palabras—, los tres elementos confirman su hipótesis de intervención humana. La pregunta es: ¿cuándo fue excavado y con qué propósito?
Sonrió, recordándole con su gesto a la Anela que había conocido en aquel seminario sobre la cultura neolítica de Butmir, cuyo mayor asentamiento estaba en Okolište, también en el valle de Visoko.
—La muestra que envié a Oxford resultó no ser madera, sino sedimento bajo en carbono; así que no podemos atribuir ningún significado arqueológico a su contenido.
—Aunque la fundación los acusó de una conspiración científica —anotó el otro, pero ella desestimó el comentario con un gesto, como acostumbrada.
—Tomé las muestras yo misma, pero sólo intento decir que aún no está determinado; aunque sí puedo decirte el propósito, o al menos la hipótesis por la cual te busqué —hizo una pausa dramática, totalmente innecesaria, antes de añadir—. Una mina de oro —Jort creyó que estaba usando una figura, ella lo notó en su expresión, así que reafirmó—. Es un depósito de arena aluvial, donde se han llevado a cabo actividades de minería, probablemente desde el neolítico precerámico.
Por eso lo había contactado, viajó desde Sarajevo a Sofía porque él era un experto en el oro de Varna. Un tesoro de 6500 años de antigüedad, concentrado en unas pocas tumbas de toda la necrópolis descubierta, lo que las había convertido en la primera evidencia de jerarquías sociales en el registro histórico.
—¿Encontraron oro en los túneles?
De nuevo esa sonrisa.
Acto II
Anela hizo bien su tarea.
Había viajado con invitaciones consulares del gobierno de Bosnia-Herzegovina, requiriendo a Jort para asistirlos en un posible yacimiento calcolítico recién descubierto. No mencionaban a Osmanagich ni su fundación, ni el controversial valle de Visoko. El departamento de arqueología en la Universidad de Varna no podía negarse, y, al día siguiente, Jort estaba volando en primera clase con ella, rumbo al aeropuerto internacional de Sarajevo.
Al principio del vuelo, revisó el mapa geológico y las publicaciones de Smailbegovic, quien había estudiado la primera parte del túnel antes que la fundación. Nada extraordinario: conglomerados del Mioceno, una mezcla de dolomita, cuarzo y pizarra. El geofísico señalaba además que los conglomerados parecían haber entrado en contacto con las subidas del Lasva; comentando que algunos de los túneles divergentes habían sido reforzados y estaban bien ventilados.
—Sam es un camaleón —dijo Anela cuando una sobrecargo les llevó bebidas de cortesía. Se refería a Osmanagich: —Para los medios actúa como científico; para los políticos, como un hombre de negocios patriota, y para sus seguidores, es algo similar a una figura mesiánica.
Jort no dijo nada, aunque, para él, Samir Osmanagich era más como un mentalista de vódevil.
—Debes entender que una buena porción de los fondos públicos bosnios van a su fundación; se ha vuelto una celebridad, en parte por su adaptabilidad y carisma, pero también porque les ha dado una identidad a los bosniak, todo el asunto se ha vuelto político. Creer en las pirámides es patriotismo, mientras que los críticos y escépticos son siempre apestosos aliados de los serbios.
Ella se bebió entonces la champaña de un trago y como no dijo más, Jort se concentró en estudiar sus apuntes durante el resto del viaje, tomando nota, por supuesto, de la nada sutil advertencia.
En el aeropuerto, los recogió una limusina de la fundación. Los llevó directamente a un hotel del centro, donde Osmanagich en persona daba una charla en inglés —con traducción simultánea al serbio, al bosnio y al croata— para una audiencia local, que abarrotaba los asientos, con varios de pie en los pasillos, incluso.
Tras su disertación, le ofrecieron un postre en forma de pirámide, lo devoró con avidez y cierta gracia. Y aun cuando se veía acosado por la multitud, como todo un rockstar, Anela logró presentarlos antes que el gentío se lo llevase a donde las bebidas y la cena.
Durante el breve encuentro, Jort no quiso cuestionarlo sobre las piedras curativas ni las calaveras de cristal que había mencionado. Se limitó a dar respuestas breves a las preguntas de ¿qué edad tienes?, ¿estás casado? o ¿qué quieres hacer con tu vida?, que le hizo Osmanagich, y sonreír cuando aquel señaló una confusión interna en su «aura».
Acto III
Durante el invierno y la primavera pasados apenas habían ganado unos pocos metros de terreno en la exploración de los túneles. Luego, a principios de abril, se descubrió un ramal que conducía al Sur, donde se encontraba la supuesta Pirámide del Sol, pero estaba cegado por una enorme roca.
La fundación decidió rodearla cavando un túnel a su alrededor.
Llevaron a cabo esta tarea meticulosamente, comprobando en todo momento la estabilidad del material y realizando mediciones de oxígeno y dióxido de carbono. Tras cavar unos metros, la roca fue superada, dando lugar al descubrimiento de nuevos túneles sin material de relleno alguno, pero sumergidos bajo el agua.
Osmanagich estaba en Houston cuando le avisaron desde un teléfono satelital, ordenó interrumpir las excavaciones inmediatamente y esperar a su regreso a Bosnia. Anela, Edo, Meira y Osman estaban obligados por contrato a obedecer; aunque Jort, al ser invitado directamente por el gobierno, podía considerarse un investigador independiente. Provisto de casco protector con lámpara de minero, botas de goma, ropa impermeable, brújula y una cámara de video, se adentró él solo a explorar el túnel.
Comenzó yendo en dirección Oeste.
La altura era poco mayor a un metro, así que debía caminar agachándose. Había agua hasta una profundidad de unos 20 centímetros, llegando a 30 en algún momento. Más adelante, encontró tramos completamente secos, tres en total. Miró a ambos lados, pero no vio ningún pasadizo, no distinguió herramienta ni objeto alguno sobre el suelo de gravilla. Tampoco había rastro en las paredes o en el techo de que se hubiera encendido fuego alguna vez.
Llegó al final del túnel. Había un tramo seco con algunos pedruzcos, donde observó un pequeño estanque de forma redonda de unos 50 centímetros de radio y otros 50 de profundidad. El agua estaba limpia y clara. Hizo una toma panorámica con la cámara y se dio la vuelta.
Regresó a la entrada, donde en vez de volver decidió explorar también el tramo que iba en dirección opuesta. Esta vez, caminó llevando la cámara por delante, grabando mientras el agua del canal estuviese clara.
Después de unos cuantos metros caminando hacia el Este, encontró la primera intersección, de acuerdo con su brújula, tomó el camino que se dirigía exactamente hacia el Sur; el túnel era más alto en este tramo y podía caminar erguido, pero también el nivel de agua estaba más profundo, llegando a metérsele entre las botas. Estaba helada.
Tras recorrer unos 30 pasos, los cuáles, estimó, serían unos 15 metros, encontró un nuevo cruce; aquí, la intersección de los túneles formaba un ángulo perfectamente recto. Dos de los caminos estaban bloqueados parcial o totalmente por paredes de piedra y material de relleno, así que siguió por la única ruta despejada, dejando las huellas de sus botas en el suelo arcilloso y resbalando a ratos por el lodo.
Al internarse, tuvo la certeza de que ese túnel era prehistórico.
Reconoció la diferencia entre la compacidad del material de relleno y el conglomerado en los que se habían excavado los túneles. Más adelante, el camino dejó de estar inundado y el suelo de barro se volvió un polvo muy fino de arena. Tras unos pocos minutos hizo un nuevo cálculo, el ramal hacia el Este tenía unos 60 metros de longitud, el que iba del Noreste al Suroeste tenía 17 y la última sección, unos 9. Caminó otros 81 en dirección hacia el Sur, unos 162 pasos. Lo que sumaba una longitud de 127 metros en total.
Fue ahí donde experimentó aquel extraño fenómeno.
Jort se había burlado siempre de quienes señalaban el valle como un lugar de regeneración y revitalización, capaz de transformar la energía negativa en positiva; pero también en sentido inverso, repeliendo a los invasores mediante potentes torbellinos creados por misteriosas entidades brumosas que se movían entre las corrientes de aire.
—Patrañas new age —dijo en voz alta, y escuchó claramente la resonancia de su voz en la caverna antes de perder la consciencia.
Acto IV
Al recobrar el sentido, flotaba en la órbita baja de la Tierra; aunque, de algún modo no le hacía falta respirar. Y aun siendo noche en ese hemisferio, la tenue luz de la Luna le permitió mirar con claridad la costa del Mar Adriático, frente a la península itálica, e incluso creyó distinguir su Varna natal en la costa opuesta, en el lado del Mar Negro.
Sin embargo, no se veían las luces de las ciudades en la superficie, sino que estaba todo oscuro, a excepción de unas explosiones aleatorias de energía; las cuales, se elevaban en menos de un segundo hasta unos 50 kilómetros en la estratosfera con un color azul muy intenso, cuyo resplandor iluminaba la geografía del suelo a su alrededor.
Ubicó así la pirámide del Sol en el valle de Visoko.
Pero también otras, cientos de ellas, entre las que distinguió apenas algunas en Rusia, Islandia, Australia, la costa Este de América, el centro de México y Colombia.
Le pareció, además, distinguir un sonido previo al chorro de energía, o quizá fuera sólo un acúfeno; pero algo en su interior le decía que la cima de la pirámide emitía bloques regulares de ultrasonido; y con esa misma certeza, supo además que el nivel de ionización estaba por encima de la media. Existía por lo tanto una conexión entre la radiación electromagnética en la parte superior de la colina y el ultrasonido en los túneles subterráneos.
De pronto, vio a un androide de una aleación de electro a su lado.
El robot tenía aproximadamente su estatura, era del color del oro blanco y flotaba ingrávido con las extremidades extendidas en dirección perpendicular a la Tierra. O si necesitaba desplazarse, entonces movía ligeramente las palmas de pies y manos en la dirección contraria hacia donde quería dirigirse.
Jort miró a su alrededor para descubrir que no era el único, había cientos de ellos.
Intentó racionalizarlo como un sueño lúcido, de manera que imitó los gestos del que tenía más cerca y al volar tras él, lo vio dirigirse al valle de Visoko; un momento antes de llegar al suelo, estiró los brazos abruptamente hacia delante y eso lo detuvo sin ninguna inercia, enseguida se puso en pie y, apuntando su diestra hacia el valle, movió el suelo con un gesto de la mano formando una colina de la nada.
La Pirámide de la Luna de Osmanagich.
Hizo lo mismo con la zurda y se formó otra, la del Dragón. Jort se posó entonces en el suelo, a un lado del androide, e hizo lo propio; la arena se removió y los granos se aglutinaron por sí mismos hasta formar las pirámides de la Tierra y del Amor.
El robot, sin mostrar ninguna expresión en su rostro, dirigió entonces las palmas de sus manos hacia el suelo y, moviendo apenas sus dedos, alteró el cauce de un río para desembocar sus aguas en un lago cristalino sobre el valle.
Ahí se juntaron algunas bestias y hombres prehistóricos, ya para beber, pacer de la hierba o para cosechar los juncos en su rivera.
Entonces, de lo más profundo del lago, surgieron de pronto diez hilos brillantes de oro que flotaron hasta los dedos de su artífice y, a partir de ahí, lo cubrieron de una platina dorada tan brillante que parecía emanar un resplandor áureo.
Jort intentó hacer lo mismo, pero al carecer de la precisión necesaria abrió grietas y vertientes por entre las que escapó el agua, secando el lago para dejar en su lugar un lodazal que tenía unas cuantas pepitas de oro, en vez de la hierba y el agua cristalina de antaño.
El robot intentó recomponer la situación; sin embargo, los hombres ya talaban los árboles que les hacían sombra, afilaban piedras para matar a las bestias, o peor aún, habían comenzado a recoger el oro en la superficie y excavar aún en los alrededores buscando más, matándose entre ellos incluso para concentrar la mayor parte en unos pocos.
Algo en esta escena descompuso el mecanismo interno del androide, quien se desintegró en polvo (que el nuevo cauce del río Bosna se llevó) y Jort tuvo la fatídica sensación de que había sucedido esto mismo en todo el mundo.
Entonces, la visión comenzó a avanzar cada vez más de prisa, mostrando a estos primeros hombres asentándose en chozas alrededor del valle para excavar los primeros túneles de Ravna; enseguida, la tala inmoderada y la erosión del suelo los obligó a emigrar al agotar los recursos. Fueron sustituidos por otros que venían del sureste, domesticaron a los caballos, construyeron fortalezas amuralladas para hacer la guerra entre ellos durante generaciones.
Llegaron los romanos y la llamaron Iliria, descubrieron las grutas y apuntalaron los muros, rellenaron los yacimientos que se habían agotado, comenzaron a excavar otros con sistemas de drenaje; los explotaron aun cuando sus muchos dioses se volvieron uno solo, siguieron aún hasta la caída de Bizancio.
Se olvidaron de ésta en la era oscura y la redescubrieron sin prestarle atención los Otomanos, el Imperio Astro-Húngaro de la primera gran guerra, la Yugoslavia de la segunda; luego, ocultaron armas y pusieron tuberías cuando ocurrió la limpieza étnica de los Serbios a los Bosnios musulmanes.
Tras la unificación, los adolescentes apostaban a ver quién ponía el grafiti con su nombre en la parte más profunda, donde el viento se arremolinaba ululando amenazas ininteligibles.
Claro que en miles de años no había llegado nadie tan profundo como él.
Lo encontraron Samir, Anela, Edo, Meira y Osman dos días después, estaba aterido en el suelo, tiritando de frío y delirando de hambre.
Susurraba incoherencias en idioma búlgaro, pero ni siquiera Anela, quien lo hablaba con fluidez, se atrevió a traducir en ese momento.
Meses después, al digitalizar la videograbación de Osman para su archivo personal, Osmanagich puso el audio en un software de traducción obteniendo palabras sueltas: Es todo cierto… cientos de colinas piramidales… por todo el mundo… los vi levantarlas con sus propias manos… una civilización de autómatas… tecnología más allá de lo imaginado… la gravedad cedía a su voluntad… en ellos mismos y el suelo… pagaban el oro con vida…
Osmanagich obligó a Jort a firmar un acuerdo de confidencialidad a perpetuidad y eliminó su participación de los registros, lo último que necesitaba era desprestigiar a la fundación por los desvaríos de un arqueólogo completamente fuera de sus cabales.

José Luis Ramírez Gutiérrez (Puebla, 1974). Escritor. Ingeniero Industrial en Electrónica. Cursó la maestría en Ciencias de la Computación. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 1998, con el cuento “Hielo”. Ha sido publicado en Los Mejores Cuentos Mexicanos, así como en distintas antologías, revistas y fanzines de Ciencia Ficción.