Vincenzo Leonardi

Mi mortal
Nadie se conmueve desde el odio.
La cicatriz se llena de esperanzas,
de eternas esperanzas transportadas
por las olas de mayo.
Si pudiera encontrar bajo la arena
la lengua del olvido
haría brotar la sal más transparente.
Desde que estoy vivo
he intentado extender los brazos
más allá del llanto que he matado
en los ojos.
El azul de los muros
se hace niebla esculpida por la noche
y ya no basta con rozar.
Hoy los huesos son lagos
que la pátina sacude
y reflejan los últimos claveles
flotando en el yodo.
Entre cruces sellantes
y el aroma del mármol
alguien está llamando
a la puerta del alma.
La cruz de los montes
Existir
es subir una montaña.
Una húmeda montaña que retamos
ingenuamente.
Una montaña
cuyo cielo se duerme cuando gana
el hombre
al veneno del vértigo
al engaño del barranco.
Cuando la telaraña que fluctúa
en la paz
se colora de olivos
y se enciende una luz de confianza
en el vidrio del temor.
Mi camino
pesa en la presencia
de los lárices,
de castaños que llenan las corazas
de ocaso,
y a veces me paro
y en la anciana corteza
quisiera escribir el sino
con las uñas.
Los principios de otoño
son la obstinación de quien mordisca
la eternidad.
El gorrión ya no quiere ser mirado
e ignora los recuerdos como viejos
majuelos.
La boca se enmaraña
en el laberinto de las ramas
de marfil
donde las musas logran ampararse.
En el mismo camino
pasan sombras de amigos olvidados;
pasan derramando virtudes
en los fosos
para saciar la masa de los bichos.
(Debería escucharlos).
Me rodean
mientras sigo subiendo
la montaña
con la tráquea afligida por las escorias
de terciopelo.
De la copa he bebido
la brisa
prohibida del calor melancólico,
la música acompaña con la propia
ausencia
y un rayo se me acerca
con su carta
blanca.
La tierra bajo los pies
se ha convertido en piel de una serpiente.
Qué dulce es ir andando en estos días
que calman las arpas y llegar
a una cruz
donde los amantes se refrescan
con el vino
de los secretos
de las sonrisas
de los placeres.
Existir
el maldito existir
es subir una montaña
y llegar a la cruz
cuando avanza la noche y las tormentas
abrazan
la cima petrificada
de los sueños
y los cuerpos dejan de sentir
los besos de la angustia.
También el día de orquídeas se irá
en la verticalidad;
abro los brazos mientras las corrientes
me arrancan
la ropa
la piel
la carne la rab ia…
La implosión
Llegamos al verano
y los nervios se inflaman por la culpa.
Bajo las escaleras y aún busco
la forma de las cosas
antes que la boca
se empape de acero
mientras deshaces mis faltas.
Tú eres porque no puedo censurar
el frenesí del odio entre las venas,
el desatino
espumeando en la bilis.
A la sombra de las cejas
vas acariciando
la fragilidad de nuestro orgullo.

Vincenzo Leonardi (Nápoles, Italia, 1996). Egresado y máster en Lenguas y Literaturas Europeas por la Universidad de Nápoles “Federico II”; se especializa en Lengua y Filología hispánica y en Traducción literaria dirigido a las editoriales. Algunos de sus poemas se han públicado en la revista digital Arte-Misia.