Me cansé de rogarle, me cansé de decirle

Roberto Bardini

Arte: Irene Barajas

Anoche maté a Ricardo, mi amante, y a su chofer. Ahora amanece y voy a entregarme a la policía. Me esperan el escándalo, el desprecio social y la cárcel. Pero habrá concluido una relación de continuos sufrimientos, sin futuro. Aceptaré lo que venga. Estoy en paz.

Fueron muchos años de sumisión, desde que éramos adolescentes. Después, ya adultos, años de servirle dócilmente como una geisha. Años de cocinarle, aceptar sus caprichos, vulgaridades, borracheras, malos humores y, muchas veces, de soportar golpes. Años de adorarlo y serle fiel, a pesar de todo.

Ricardo era casado y tenía cuatro hijas. Aunque no me arrepiento de lo que hice, voy a lamentar haberles quitado al padre. Él deseaba tener un par de varones, pero no fue posible. “Son cinco inútiles, junto la madre, y para lo único que sirven es para gastar lo que gano siendo honesto y, muchas veces, siendo deshonesto”, se quejaba continuamente, con esas y otras palabras.

Nosotros no podíamos tener hijos, obviamente. Varias veces le propuse adoptar un nene. Le dije que no era necesario que él se hiciera cargo; yo le daría mi apellido y me encargaría de su manutención y educación, sin comprometerlo. Podía y quería hacerlo; tenía contactos, posibilidades y facilidades. Deseaba que tuviéramos un varoncito que se llamara Ricardo, como él, y que criáramos juntos. Me cansé de decirle. Descartó la idea, se burló, me llamó demente.

Fue entonces que comenzaron nuestros problemas. Discutimos y fue la primera vez que me pegó. Después siguieron más golpes, una violencia en aumento.

Por el amor y la pasión que él me generaba, atravesé límites vergonzantes. Me disfrazaba –a su pedido– de mucama, de colegiala o de conejita de Playboy y él me sodomizaba, mientras me insultaba: “loca de mierda”, “puta barata” … Al mismo tiempo, casi siempre intentaba estrangularme hasta que yo le suplicaba que se detuviera. Muchas veces me cansé de rogarle, pero él avanzaba cada vez más. Un día me propuso aplicarme una picana eléctrica. “Menos de un minuto, sólo un toquecito”, prometió. Le dije que no. Insistió, pero me negué. Se enojó, me dio un sopapo y se fue.

Ahora todo eso se acabó.

Anoche, cuando iba a sacar la basura a la calle después de cenar y lavar los platos, lo vi en el garaje besándose con el chofer. Ellos, que me habían dicho que saldrían a fumar, no se dieron cuenta. Creí que me moría de un infarto. Contuve las ganas de gritar. Sentí calor, después frío, una puntada en el pecho, nuevamente calor y, a pesar de eso, comencé a temblar. Las lágrimas me nublaron la vista. Pensé que iba a desvanecerme y caer al piso. Retrocedí de espaldas.

En la cocina me invadió una furia como nunca sentí en toda mi vida.

Busqué su pistola automática, que siempre dejaba en la mesa de la sala junto a la botella de whisky. La pistola que él me enseñó a usar y con la que me obligó a practicar en varios fines de semana, aunque me cansé de decirle que no me atraían las armas de fuego, macho autoritario acostumbrado a dar órdenes en su trabajo. Le quité el seguro y regresé al garaje donde estaba el par de degenerados. Le disparé tres tiros a él y tres al chofer.

No me quedé a ver los cadáveres desangrándose. Fui a la sala, me serví un buen trago de whisky, me acomodé en un sillón y me quedé mirando la nada, con la mente en blanco, completamente en paz.

Ahora ya amaneció. Voy a arreglarme un poco y me entregaré a la policía. No les diré que me cansé de rogarle. No diré nada.

* * *

La noticia fue el asesinato del comisario Ricardo Zavala, de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, y de su chofer, el cabo Jacinto Tolosa, a manos de Juan Manuel Paz Alcorta, fiscal del departamento judicial de Lomas de Zamora.

El funcionario se presentó en la comisaría N° 1 de esa localidad y confesó el doble homicidio, cometido en su domicilio de Adrogué, aunque no aclaró el motivo del crimen.

En La Plata, el Ministerio de Seguridad y la Jefatura Departamental de Policía no suministraron a la prensa los detalles del caso. Sin embargo, se sabe que Zavala y Paz Alcorta eran viejos amigos. Se conocían desde la escuela secundaria, acostumbraban regularmente a comer para intercambiar información, jugaban al tenis y practicaban tiro al blanco en el polígono del Tiro Federal de Lomas de Zamora.

El comisario Zavala, subjefe de la División de Delitos Complejos, deja una viuda y cuatro hijas.

Roberto Bardini. (Buenos Aires, 1948). Editor, escritor, periodista y docente. Cuenta con formación en Derecho, Sociología, Filosofía y Letras e Historia. Ha publicado diversos títulos entre los que se encuentran Un gato en el Caribe (Resistencia, 2016),novela galardonada con el Premio Literario LIPP Brassiere 2016; Operación príncipe (Planeta, 1988) en colaboración con Laura Restrepo y Miguel Bonasso, así como Moon, el imperio contraataca (1988). Coordinó los números 143/144 de la Revista Blanco Movil dedicada al género literario negro y policiaco, y es fundador y director de la colección Código Negro. Ha colaborado y dirigido diversos medios y agencias noticiosas —fue coordinador de operaciones internacionales de Notimex en 2001, y editor en El Universal (2003) y Milenio Hidalgo (2004)—, y ha sido corresponsal de guerra en Irak, Líbano, y Marruecos (en el antiguo Sahara Español). Cubrió también levantamientos armados en El Salvador, Guatemala y Colombia, y reside en México desde 1976.