Lizzie Castro

Son las seis de la mañana, la noche ha dejado de existir. Las luces de los edificios cercanos comienzan a desaparecer. El sol pinta de color rosado las pocas nubes que alcanzo a ver. Estoy sentado en el machuelo de la rotonda; ha sido repintado millones de veces de amarillo reflectante, de cerca se notan las capas sobre las peladuras anteriores. Con la uña de mi dedo índice, voy quitando de a poco parte de la pintura. No puedo hacer más. La algarabía detrás de mí sigue, las voces de victoria, las trompetas y tambores no han dejado de sonar desde la noche anterior.
Mira si soy masoquista: venir a la Minerva, símbolo de victoria, de fiesta nacional, justo el día en que, por enésima vez, las Margaritas pierden el campeonato. Han sido años, desde que era un niño, de serles fiel, aunque cada día estén más deshojadas (pobres Margaritas, desde 1940 que no son campeonas). Pobres de nosotros, sus leales aficionados que, por más burlas o vejaciones, seguimos creyendo en ellos.
Recuerdo cómo se reían de mí en la primaria, en la secundaria, en la prepa, hasta en la universidad, por decir abiertamente que era una Margarita. Todos me decían: «Margarita, margarita-maricón» por ignorancia e inseguridad machista. He sido, también, el objeto de burla de toda la colonia cuando he llevado puesta mi camiseta color rosa y verde, con el nombre del único goleador que ha tenido en su escuadra el equipo, el gran Susanito «Lagartija» Muñiz. En el campeonato de 1940 anotó tres goles en menos de diez minutos y nunca soltó la pelota. Además, justo para terminar el partido, en el minuto noventa, tiró desde media cancha y con una trayectoria recta, precisa, el balón entró en la portería contraria, haciendo que toda la afición se levantara de sus asientos, bajaran de las gradas, corrieran a la cancha para levantar en hombros a su héroe y llevarlo a dar la vuelta olímpica. Después de que le entregaran la copa, Susanito salió a las calles a festejar con toda la afición, caminó junto a ellos hasta el símbolo de «la gran victoria», feliz, gritando y aplaudiendo, como uno más de ellos.
Llegaron todos en tropel, eran miles y miles de aficionados cantando junto a su héroe. «El Lagartija» Muñiz gritaba junto a ellos, con la copa aún en sus brazos, la llevaba abrazada como a un bebé. Decidió subir hasta los hombros de la Minerva. Todos lo alentaron, se podía escuchar a una sola voz:
—Arriba «Lagartija», sube como pétalo al aire, pétalo de Margarita” —eso cuentan algunos viejos aficionados que aquel día glorioso eran sólo unos niños.
«El Lagartija» subió a lo más alto, hasta llegar a pararse sobre el hombro de la amazona. Se sostuvo con la mano izquierda del casco que porta la dama guerrera, y con la derecha levantó la copa. En ese momento se escuchó un solo grito de alegría. Todos los presentes estaban en éxtasis, se abrazaban.
Nadie se dio cuenta cuando «El Lagartija», aún con los tacos de metal puestos, se resbalaba, perdiendo el equilibro. Terminó cayendo y estampado en el fondo de la fuente vacía. Nadie escuchó su grito. Quedó como lagartija aplastada por un zapatazo o la llanta de un auto. Parecía una margarita deshojada, pobre. Hay fotos en los periódicos que se conservan de la época en la hemeroteca de la biblioteca municipal.
Pasaron varias horas, hasta que alguien vio su cuerpo destrozado y la copa abollada a su lado. Desde entonces, no se ha vuelto a ganar un título importante. Las Margaritas seguimos deshojadas de campeonatos desde que «El Lagartija» Muñiz acabó como una mancha más a los pies de la guardiana de la ciudad.

Lizzie Castro (Guadalajara, 1980). Es escritora, poeta, divulgadora de poesía y gestora cultural. Ha participado en revistas y blogs nacionales y del extranjero, como Monolito, Cinosargo, Tachas, Yolotl, Luvina, Magis ITESO o Casa Bukowski, entre otros. Es cofundadora del proyecto poético Inubicables y se puede encontrar parte de su obra en las antologías El pienso no dicho (GDL, 2019), 100 Mujeres Poetas y Gatos, Amor y Arte (ambas en 9editores, de 2019 y 2020, respectivamente). Crisálida neón (Mano Santa Editores-Bonobos, 2021), es su primer libro de poesía