Demian Ernesto

Los árboles son materia poética milenaria, pero es poco usual encontrarlos caminando por la ciudad. Por lo regular sus metáforas parten de su fijeza o majestuosidad antes que de su movimiento. El imposible del árbol que deambula una urbe, asequible mediante el arte, tiene connotaciones líricas y simbólicas vistas en un paseo que el poeta peruano Miguel Ángel Zapata (Piura, 1955) ofrece en su último libro de poemas Un árbol cruza la ciudad, publicado primero en el Perú (Máquina Purísima, 2019) y después en México (El Tucán de Virginia, 2020). Esta breve obra es, además, en poco más de ochenta páginas, una demostración de hacia dónde crecen las ramas de la poesía actual en Latinoamérica.
Sean nuestros encierros covidianos un fundamento más para emprender cada vez más viajes mediante la lectura. Bien apunta Alberto Manguel[1] que una de las principales rupturas del tiempo/espacio se consigue gracias al encuentro entre el ojo y la página. La poesía es, además, un género que naturalmente impreca a la realidad y su concepción establecida. Zapata está consciente de ello, acaso de forma intuitiva; en cada verso ofrece un desplazamiento: tenemos después del libro la sensación de haber estado lejos (¿o muy cerca?), cada palabra nos lleva de la mano y en ocasiones nos arrastra.
Puede gustarnos o no tal sensación, que a veces es incómoda, pero, al fin y al cabo, resulta verdadera. Llega a ser incómoda puesto que tópicos imperantes del libro son la nostalgia o la soledad (sentimientos hoy tan crecientes); en contraparte, llega a ser verdadera porque la afrenta del escritor no es evadir sino mostrarse y con ello, exponer el mundo tal cual es. Acompañamos al bardo en su recorrido y, sin damos cuenta, el poeta deviene árbol y el árbol, poesía.
Los roles de la actualidad tecnológica cambian: el hombre se detiene y es la naturaleza la que avanza. Esto es importante, nos encontramos ante un poeta que piensa (como exigía Baudelaire[2]) cada palabra, no sólo por su prosodia, sino por su significado. Se dibujan escenarios modernos que son por excelencia los de la urbe, a partir de caminatas, como se advierte al inicio del poemario: “Escribo poesía caminando”.
Zapata vive en Nueva York, donde ejerce de catedrático desde hace veinte años, lo cual nos indica de entrada su condición citadina. Hay pocas ciudades como este centro cosmopolita norteamericano, que mucho influye en la poética del peruano, no sólo por los autores que ahí encontró (Brodsky, Thoureau, Mandelstam) sino por las impresiones que le causó el entorno sensible y aún más, poético de ahí. La Nueva Torre y la Gran Manzana son reverenciadas en estampas que se grabaron en la memoria del autor, así como East Village o Cloud City. Pareciera que ejerce una confesión en cada uno de los lugares que visitó, que su corazón testimonia sus pasos.
Esta visión del poema como caminata y viceversa, ya planteada por Octavio Paz[3], es un eje motor que permite, desde un andar cotidiano, establecer comunicación hacia sentimientos y meditaciones. Tal vez porque el caminar resguarda el obsequio de la sorpresa. Y de cada pequeña sorpresa, de cada detalle ínfimo, pero capital, para quien sabe mirar, surge el poema.
Este libro tiene mucho de inocencia, eso que perdemos apenas al tomar consciencia de nosotros. Y aunque estamos ante una persona que escribe desde las universidades, poco hay de soberbia intelectual o palabras bombásticas en él. Más bien hay un lenguaje elemental, accesible para quien guste caminar a su lado. Se agradece esta sencillez, que es también honestidad poética, puesto que sin bagatelas consigue, de principio a fin, un libro homogéneo y preciso, sin maniqueísmos. Antes que estar encima de nosotros, aleccionándonos, nos sentimos próximos a un amigo contándonos la maravilla de sus derivas.
Dado que el epicentro de la creación no es el país natal, la nostalgia es la sombra del árbol errante. Esta nostalgia nos lleva al Perú (“Lima”) y a la familia (“Una foto de mi madre”), pero trasciende lo convencional y nos coloca de nuevo en lo simple: a veces añoramos más que cualquier cosa una tarde a solas con nosotros mismos, (“El arte de la soledad II”) o a una bella mesera con la que intercambiamos unas cuantas palabras (“La mesera”). El tiempo es aquí lo que nos hace perder las cosas, pero también lo que nos permite llegar a ellas por medio del recuerdo. El poeta conoce bien la tragedia de lo irreversible; no obstante, sonríe.
También se extraña, además de Lima (o la propia Nueva York) el paisaje de ciudades hispanas como Madrid o Murcia, así como la Ciudad de México, tal cual queda inscrito en el penúltimo poema del libro, “El jardín Pushkin”, que se escribió desde la Colonia Roma en la capital mexicana y reza en una parte: “Pushkin oía el eco de la lluvia / como si leyera un poema / en un bosque inaudible. / El árbol es ahora el cielo reverdecido. / El profeta vuela al desierto.”
Desde esta creencia argónida se parte: lo único cierto es que el vuelo es necesario (igual que el profeta es el poeta, a la búsqueda de su redención en los páramos de los cuales sólo él podrá conseguir frutos). Zapata se desplaza así, a veces lento, a veces precipitado, hacia la realidad o el sueño, compartiéndonos sus ramas tanto como sus raíces: lo que ha sido y lo que será contenido en cada verso. Alcanza de tal forma su identidad en sus pasos que son también su poesía. El sendero al que invita, por cierto, trastoca dimensiones: es también musical (“Haydn”) y pictórico (“El grito de Munch”).
La diferencia entre turista y viajero (tan cara en autores como Claudio Magris), la entendemos gracias a obras como esta. Si queremos sonreír, pero hemos olvidado hacerlo, leamos este libro: nos recuerda causas y placeres. Encontramos a un latinoamericano trashumante (siempre en otra parte) que nos enseña que tanto la poesía como la vida son movimiento. Su voz es la de actualidad en esta latitud del mundo porque no se pregunta sobre lo correcto sino sobre lo libre. Enseña que detenernos no es tanto una acción física, puesto que el pasmo corresponde más bien a lo espiritual. Y que es preciso reconocer que, pese a estar enclaustrados en un mundo ahora más enfermo que nunca, es posible escapar de vez en cuando como hacen los árboles que, sin notarlo, cruzan la ciudad.
Miguel Ángel Zapata, Un árbol cruza la ciudad, México, El tucán de Virginia, 2020 (2ª edición).
[1] Manguel, Alberto, El viajero, la torre y la larva: El lector como metáfora, Argentina, FCE, 2014.
[2] Baudelaire, Charles, Obra poética completa, España, AKAL, 2003. pp.303.
[3] Cf. Verani, Hugo J., Octavio Paz: El poeta como caminata, México, FCE, 2013.

Demian Ernesto (Ciudad de México, 1991) Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Maestría en Estudios Políticos y Sociales de la UNAM. Sus poemas, ensayos y traducciones han sido publicados en revistas como Tierra Adentro (Gobierno de México), Periódico de Poesía (UNAM), Encuentros 2050 (UNAM), Partir del Punto (UNAM), La experiencia de la libertad, Campos de Plumas, Ágora (Colmex), Pliego 16 (Fundación para las Letras Mexicanas), Revista del Caricen (UNAM), Los Bastardos de la Uva, etc. La UNAM, mediante Ediciones Digitales Punto de Partida, ha publicado su primer libro titulado La lección de Steiner (descarga gratuita en línea). Fue reconocido al mejor ensayo en el Concurso “Una mirada artística: del miedo a la esperanza” (PUEDJS-UNAM), en el Concurso Ediciones Digitales Punto de Partida 2019 (categoría Ensayo), en el Premio Difusión de la Lectura Alonso Quijano UNAM 2019 y en el 4° Concurso de Ensayo Literario del Festival Cultural de Diversidad Sexual y Género 2018 (Gobierno de Morelos). Fue becario del Festival Interfaz 2017 en la categoría de poesía. Ha participado como ponente en coloquios de literatura y sociología en universidades de España, México y Perú; también en recitales de poesía en la UNAM y el Palacio de Bellas Artes en México.