Elsa Cross: el amable don de las musas

Josu Landa

Arte: Mariana González Sánchez

*Hace tres años, la Universidad del Claustro de Sor Juana puso en marcha la Cátedra de Poesía Elsa Cross, una iniciativa que arrancó con buen pie y, en poco tiempo, se ha convertido en una instancia cardinal para el impulso de la lírica, aun en medio de los obstáculos impuestos por la universal propagación del coronavirus. En el acto de inauguración de la cátedra, en julio de 2018, Josu Landa soltó al aire las palabras que a continuación damos a conocer. Son una síntesis sumaria de la trayectoria poética de Elsa Cross. Han permanecido inéditas hasta este momento. Antes de que el viento se las lleve hacia el olvido, sobrevuelan por este Campo de Plumas.

Más de medio siglo de labor poética bien recibida por un amplio público y por la crítica dejan muy poco margen para originalidades a la hora de comentarla en el presente. Desde que apareció Naxos en el escenario poético de México, a mediados de los años 60 de la centuria pasada, la poesía de Elsa Cross ha ido ganando adeptos y se ha convertido en positiva materia de atención para muchos cultores y estudiosos de la palabra poética. Por eso es casi imposible decir, hoy, algo que sea a la vez enjundioso y nuevo sobre los miles de versos que componen su obra todavía en curso.

Me habría gustado decir que Elsa Cross es dueña de una voz poética bien formada y nítidamente diferenciada de las de sus pares, desde hace mucho tiempo. Pero Octavio Paz me ganó de mano al destacar este gran mérito mucho antes de que yo alcanzara el uso de razón poética (estado que en mi caso conecta con el uso poético de la razón).

También me sentiría muy honrado si, por ejemplo, hubiera sido el primero en poner de relieve la escrupulosa precisión de la palabra poética en la orfebrería verbal de Elsa Cross, pero ya David Huerta se adelantó a resaltar su «enorme cuidado en dar testimonio de una experiencia interior y de hacerlo con las palabras justas», a propósito de la salida del poemario Baniano, en 2005.

Igual habría sido para mí motivo de gran satisfacción haber sido el primero en celebrar lo que estimo el mayor mérito artístico de Elsa Cross: su demiúrgica capacidad de construir un universo simbólico con materia alegórica procedente del Mediterráneo —no sólo de la Grecia y la Roma antiguas, sino también de la Italia renacentista y de la contemporánea— y de la siempre inagotable e inextinguible India, así como de ciertos paisajes vitales del México actual y prehispánico, de múltiples expresiones de las artes plásticas y de diversas tradiciones místicas. Pero esto es algo que ya se ha dicho innúmeras veces, antes de que ahora se me presente la ocasión de recordarlo.

Cuando estamos ante alguien como Elsa Cross, capaz de un prodigio así, es muy difícil —y, por ello, temerario— aventurar explicaciones. Me atreveré, cuando más, a conjeturar tres claves que podrían dar cuenta de su inabarcable creatividad, tan sólo en su poesía (pues también cabría ponderar su notable prosa crítica y teórica). La primera: su arriesgada disposición a «entrar donde no sabemos» de la que habla Elsa Cross en el poema «Ganga», perteneciente a su libro Nadir (2010). La segunda: una revelación íntima en cuanto a que «el único instrumento es la pasión», registrada en «Las cigarras», poema recogido en su libro Ultramar (2002). Pero, acaso ninguna de esas dos virtualidades habría generado los frutos que ahora conocemos si Elsa Cross no hubiera conocido con intensidad —como dice el gran lírico griego Arquíloco— «el amable don de las Musas».

Elsa Cross es un modo, a un tiempo sutil y vívido, de sentir el mundo. Sólo así se puede componer un libro mirífico como Cuadernos de Amorgós (2007). Elsa Cross es una manera noble y lúcida de rendirle tributo a Apolo (como puede notarse en Ultramar), sin que ello obste para que se sumerja de corazón en los momentos saturnales de la existencia. Elsa Cros es una forma a la vez discreta y anhelante de escuchar y oír el mundo, para convertirlo en presencia siempre viva, en el almácigo del poema que supera las constricciones del tiempo y del espacio. Elsa Cross es también pasión poética, como ella misma reconoce: una fuerza intensa y perseverante, aunque discreta, que sostiene y mueve su humanidad y su estro, su cuerpo y su daimon. Elsa Cross es un poderoso árbol: un árbol de vida y verso, que puede recordarnos el célebre ahuehuete del Tule, lo mismo que los banianos de la India, con sólo asir con nuestras manos la poesía (in)completa que le publicó el Fondo de Cultura Económica en 2012. Sus raíces son, al menos en parte, las que acabo de consignar y su fruto primordial, un modo único de decir “el vino de las cosas”, la reverberación de los elementos, el nervio de las sustancias en el crisol de la meditación y el pensar filosófico.

Ahora que extiendo de nuevo la mirada por la gran cauda de poemas de Elsa Cross, me viene a la mente el término «universo mundo», con sus ecos de humanismo antañón. Las decenas de poemarios que ha publicado albergan una sutil corporeidad matérico-anímica hecha, sobre todo, de elementos como el fuego y el aire, la luz y la tiniebla, la resolana y la neblina, la profundidad de campo del horizonte y la estrella fija en el firmamento, pero al mismo tiempo ansiosa de fundirse con su homóloga en el fondo del mar. En términos generales, siempre he sentido la poesía de Elsa Cross bastante lejos de la muerte, pese a que su verbo también ha hilado trenos y elegías.

Decir que la poesía de Elsa Cross es un universo mundo es referir una vastedad luminosa y una vitalidad de personajes, animales, elementos y cosas que también conocen la noche. Es también nombrar la limpidez de la existencia. En su tomo IV (1734), el Diccionario de Autoridades trae la noticia de que el mundo «llamose assí de la palabra Latina Mundus, que significa límpio, por la belleza y perfección con que Dios, Autor universal, le crió de la nada, y por el orden y disposición de todas sus partes, assí materiales, como formales. […] Esta palabra Mundo (dicho assí por el orden y aseo con que Dios le compuso) tomada en general comprehende Cielo, tierra y mar, y todas las criatúras que en estas partes fueron criadas y colocadas.» Esta bella etimología, con todo y su fuerte dejo de dogmática afín a El Crucificado, y que a lo más latiniza y cristianiza la vieja idea helénica de «cosmos», parecería haber sido hecha aposta para que la poesía de Elsa Cross le anteponga, con belleza y verdad renovadas, el orden bello e inteligente admirado hasta el arrobo y el éxtasis por los pueblos indoeuropeos.

No es fácil captar y delinear verbalmente esa pulcritud de lo real. Al menos, no como la expresa la poesía de Elsa Cross, con inevitables tonos apolíneos, entreverados con gozosas invocaciones a los dones del gran Shiva y de Dioniso, su poderoso avatar mediterráneo. Un libro tan pregnante como Bacantes da fe cierta de ello, pero en realidad el elemento shivaíta late en la poesía de Elsa Cross como una materia y una energía que cruza un nutrido grupo de sus poemarios de cariz helénico (por caso, Las edades perdidas, Pasaje de fuego, Moira…, además de los ya mencionados) y de raigambre hindú como Baniano, Canto malabar, Singladuras y otros.

Es motivo de cordial concelebración que se instituya y se patrocine una cátedra dedicada a la poesía iberoamericana, bajo la advocación de Elsa Cross y su potente obra poética. A ese acierto, de por sí digno de la máxima estimación, se le suma la circunstancia auspiciosa de que ocurra en la propia casa de la divina sor Juana Inés de la Cruz. Elsa Cross se merece con creces ser la huésped de tan excelsa anfitriona y esta universidad se merece nuestro aplauso y nuestros votos sinceros por que tan magnífica iniciativa rinda los mejores frutos artísticos y académicos.

Ciudad de México, julio de 2018

Josu Landa (Caracas, Venezuela, 1953). Poeta, narrador, ensayista y filósofo. Actualmente se desempeña como maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Su trabajo filosófico gira en torno al estudio de la ética tomando como punto de partida las escuelas helenísticas y la doctrina platónica. Entre sus obras más destacadas se encuentran Más allá de la palabra (UNAM, México, 1997), Poética (FCE, 2002), Viaje a Cipango (Fondo Editorial del Caribe, Venezuela, 1990), Los tankas de Arropain (Lida, Bilbao, 1991), La luz en el vano: antología poética (UNAM, México, 1996), Treno a la Mujer que se fue con el tiempo (Arlequín, Guadalajara, 1996), por el cual recibió el Premio Carlos Pellicer, y Mundo Neverí (Monosílabo, México, 2019). También es autor de la primera novela endógena del exilio vasco, Zarandona (Centro Vasco de México, 1999), y de las traducciones al euskera de Piedra de Sol y Muerte sin fin.