Anticristo

Dieter Quintero

Arte: Irene Barajas

En el interior del cuarto de la pequeña Fabiola todo era obscuridad. Apenas unos minutos atrás, el sol había decidido marcharse al otro lado del mundo para no presenciar los horrores que acontecían en aquella habitación, llevándose la poca luz de esperanza que le quedaba a los exorcistas. En ese momento, rodeados por unas tinieblas tan absolutas que parecían capaces de extinguir hasta el más mínimo atisbo de fe, ambos hombres sintieron la proximidad de funestas calamidades.          

Todo mundo sabe que los demonios son más fuertes al caer la noche.

—¡Es Nuestro Señor quien te lo ordena! ¡Abandona el cuerpo de esa inocente niña! ¡El Poder del Hijo de Dios te obliga!

Después de repetir esas palabras una docena de veces, la cama sobre la que reposaba la niña-demonio por fin dejó de levitar, y se depositó delicadamente en el suelo.

Los dos sacerdotes se apoyaron en la pared y dejaron que sus agotados cuerpos se deslizaran lentamente hasta quedar sentados en el suelo. Llevaban una semana encerrados en esa habitación, intentando mil maneras de expulsar al demonio del cuerpo de Fabiola, pero hasta ese momento nada había dado resultado.

El sacerdote más joven buscó en su sotana unos cerillos y encendió una vela para poder observar el avance alcanzado con sus rezos: la niña-demonio yacía sobre la cama con acentuada extenuación, y hasta daba la idea de ser completamente inofensiva. Si alguien ajeno al drama hubiera entrado y visto a esa pobre niña indefensa amarrada de pies y manos a la cama, habría llamado a la policía y testificado para refundirlos en la cárcel de por vida por maltrato a menores. Pero si algo había aprendido él después de estar encerrado una semana con un demonio, es que las apariencias de El Mal siempre son engañosas. Lo que más lo preocupaba en ese momento era que el cuerpo de la niña parecía cada vez más demacrado y al borde de un colapso catastrófico. Si la posesión seguía por más tiempo, la pequeña seguramente moriría.

—No vamos a lograrlo, padre Cruz.       

El otro sacerdote, muy entrado en años y veterano en el arte del exorcismo, sacudió la cabeza en un gesto de desaprobación y dijo:

—Fe, padre Domínguez, ¡fe!; los agentes del Enemigo se alimentan de las emociones negativas a su alrededor, y el pesimismo es una de ellas. Si esa abominación dentro de la niña percibe alguna debilidad en nosotros, las usará en nuestra contra. Admito que este demonio es el más fuerte al que me he enfrentado, pero eso no significa que sea imbatible. Solamente necesitamos idear una forma creativa de derrotarlo, porque por lo visto el Sagrado Ritual no es suficiente para penetrar las defensas de este siervo del Maligno —intentó levantarse, pero el cansancio era tal que lo obligó a regresar al piso—. Solamente necesitamos descansar unos minutos, y continuaremos nuestro ataque.

A la luz de las velas, el padre Domínguez pudo notar que la vejez de Cruz se había acentuado considerablemente durante esa semana. El día que llegó a la casa daba la impresión de poder correr un maratón y tener elevadas posibilidades de ganarlo, mientras que ahora era incapaz de sostener su peso sobre sus raquíticas piernas. A ese desgaste debían añadirse una variedad de golpes y cortaduras en el cuerpo que fueron provocados por la niña-demonio, quien se las había ingeniado para lastimarlos aun estando inmovilizada, muchas veces sin siquiera tocarlos.

El padre Domínguez sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal que lo sacudió agresivamente, como un bebé lo hace con su sonaja. Entonces cayó en la cuenta: no se trataba de un escalofrío, ¡la habitación entera comenzaba a sacudirse! Otra vez.

—Esa es nuestra señal, amigo —dijo Cruz con una sonrisa triste—. Nos llaman de nuevo al escenario—. Y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, se puso en pie y ayudó a su amigo a hacer lo mismo. Tronó su cuello y salpicó al demonio con agua bendita. El alarido resultante hizo que se cimbraran todas las paredes de la casa.

El joven tragó saliva y comenzó a recitar la oración enseñada a los hombres por el mismísimo Jesucristo:   

Pater noster, qui es in caelis: sanctificetur Nomen Tuum; adveniat Regnum Tuum; fiat voluntas Tua, sicut in caelo, et in terra…   

Pero esta vez, el demonio no dio muestras de decaimiento; en lugar de ello, comenzó a convulsionarse violentamente para zafarse de sus ataduras. Con cada sacudida, la niña-demonio se acercaba más y más a ellos, porque las cuerdas comenzaban a ceder ante su fuerza de soldado del averno. ¡Y no solamente las cuerdas!: las muñecas y los brazos de la niña crujían de una manera que recordaba a las piezas de un pollo asado cuando se las separa por la fuerza: se estaban dislocando. Domínguez se dio cuenta de ello y alertó a su compañero:    

—Debemos detenernos, ¡va a matar a la niña!           

Pero el anciano no lo escuchó o no quiso escucharlo, y en vez de detenerse, empezó a recitar por enésima vez las Sagradas Palabras del Ritual.

En ese momento, la luz de la vela fue absorbida por el demonio, como si fuera un agujero negro que absorbía todas las virtudes a su alrededor. Pronto, los sacerdotes fueron invadidos por el miedo, y el ser maligno supo que ya tenía ganada la batalla.
En unos segundos, ellos también le pertenecerían.

Contorsionando el cuerpo de su anfitriona como si se tratara del de un gusano, el invasor logró arrodillarse sobre la cama y avanzar en dirección de los aterrorizados hombres de Dios. Las muñecas de la niña seguían amarradas a la cabecera de la cama, por lo que no pudo llegar muy lejos… al principio. Pero como los huesos de los hombros y los brazos estaban dislocados, logró estirar la tierna carne como una liga de hule, y daba la impresión de que se desgarraría en cualquier momento. De la boca del demonio brotó un sinfín de maldiciones, y cada palabra salpicaba gotas de plasma incandescente que hacían brotar nubecillas de humo donde fuera que cayesen.

Evidentemente, todo estaba perdido para nuestros héroes. Sus cuerpos serían consumidos por las llamas del Infierno, y sus almas, absorbidas y condenadas a una eternidad de las torturas más repugnantes.

Fue en ese momento que alguien tocó la puerta.

El llamado se repitió una, dos, tres veces, pero como todos estaban demasiado ocupados para atender, la persona al otro lado de la puerta se invitó a pasar.

Era una bellísima mujer al final de sus veintes, vestida de pies a cabeza de una manera tan elegante que bien podría haber salido directamente de las pasarelas más distinguidas de Europa. Aunque ataviada con un largo abrigo cruzado, podía notarse en las curvas de su cuerpo que dedicaba mucho tiempo a procurar su apariencia física. Las facciones de su rostro se mantenían ocultas bajo la ancha ala de un sombrero de fieltro, pero, por la perfección de sus labios carmesíes, uno fácilmente podía adivinar la presencia de una persona agraciada más allá de lo tolerable.

Con suma delicadeza, y sin dar la más mínima importancia a la catástrofe que se desarrollaba a su alrededor, la mujer se quitó el abrigo y el sombrero, y los colgó en un perchero que se encontraba atrás de la puerta. Mientras hacía eso, dijo:

—Ay, lamento haber llegado tarde, pero es que el tráfico en esta ciudad es horrible, y más a esta hora de la noche. Por eso me harté de estar atascada en el tráfico y decidí estacionarme frente a una cafetería muy linda cerca de los suburbios. Siendo sincera, me sorprendió mucho: tienen un café vienés que parecía preparado por los mismos ángeles. Estaba pensando que después de esto deberíamos ir todos para probar…

Ninguno de los presentes daba crédito a lo que veían y escuchaban; incluso el demonio había detenido su ataque, y miraba a la recién llegada con la boca muy abierta.

El padre Cruz fue el primero en reaccionar:     

—¡Señorita, salga de aquí ahora mismo! No sé cómo llegó, ni quién la dejó entrar a la casa, pero le aseguro que si pasa un minuto más aquí podría salir lastimada.

El anciano se apresuró a sacar a la invasora de la habitación, pero ella lo detuvo levantando la palma de su mano.

—No se preocupe, honorable anciano, que he venido por voluntad propia para ayudar porque soy especialista en casos de posesión demoníaca. Y en cuanto a su segundo cuestionamiento, fue la mismísima madre de Fabiola quien tuvo la amabilidad de permitirme la entrada a la guarida de su cría. Se encontraba histérica, así que amablemente le suministré un calmante… y por «suministré un calmante» quiero decir que le di un golpe en el cuello con el canto de la mano, ya saben, de esos que enseñan a las fuerzas especiales para someter a sus enemigos. —Aquí hizo el ademán para que ellos comprendieran de qué hablaba, al tiempo que gritaba un leve «¡yiáh!» —Pero estará bien… eventualmente. La buena noticia es que ya no está preocupada, básicamente porque está inconsciente. —Una vez terminada su explicación, sacudió las manos y se acercó al demonio a una distancia que a los religiosos les pareció escandalosa—. Ahora veamos, ¿cuál parece ser el problema?

Esta vez fue el padre Domínguez quien intervino:

—Creo que el problema resulta evidente, señorita…

—Desirée. Desirée… —aquí la muchacha se tomó unos segundos para pensar antes de agregar su apellido—: Darkness. ¡Sí! Darkness. Me parece muy adecuado. Ese es mi nombre. Al menos lo será a partir de ahora, si nadie tiene algún inconveniente. —Como nadie refutó la decisión, devolvió su interés al demonio, pero continuó hablando con Domínguez—. Y para que lo sepa, joven, cuando pregunté cuál era el problema no me refería al evidente, sino a cuál de los demonios del Infierno es el que se ha tomado libertades con el cuerpo de esta niña.

—Sólo entonces se dignó a hablar con el ser maligno—: Y bien, señor demonio, ¿sería tan amable de decirnos su nombre?   

El aludido respondió como era de esperarse de un ser criado en el Infierno.

—¡Solamente una perra tan pendeja como tú sería capaz de pensar que revelaré mi nombre! ¿Por qué no dejas descansar ese pedazo de mierda que tienes por cerebro y permites que mate en paz a ese par de putos? Pero si tantas ganas tienes de morir también, te concederé tu deseo, aunque no sin antes mostrarte cómo puede un semental del Infierno montar a una puta humana.

Sin mostrar temor o molestia, la chica se volteó hacia los sacerdotes.      

—Es Abyssus.        

El demonio se puso pálido de repente.

—¿Cómo chingad…? Uhm, quiero decir: ¡por supuesto que no, cerda estúpida!
La mujer continuó su explicación:

—Sí, definitivamente es Abyssus. Un total imbécil. Es el encargado de provocar la desesperación en la gente. Una vez que ha conseguido menguar la voluntad de su víctima, posee al individuo y se apodera de sus almas. Eso es lo que hizo con la niña, y eso es lo que pensaba hacer con ustedes, ahora que creen que el caso de la niña es un asunto perdido. Aunque debo admitir que resulta raro ver a un demonio tan importante sobre la Tierra. La última vez que estuvo aquí fue… ¡caramba!, ¿hace ya tanto tiempo? Me pregunto qué lo habrá traído de vuelta acá arriba…

—¿Cómo te atreves a pronunciar mi nombre, pestilente pedazo de mierda? ¡Voy a…  

La joven sonrió y dijo a los sacerdotes:

—Oh, este tipo estará arrepentidísimo de cada una de sus palabras cuando haya terminado de hacer lo que vine a hacer. Verán: cuando conoces el nombre de un demonio ya puedes convertirlo en tu puta, porque adquieres poder sobre él al adueñarte de algo tan íntimo. Pero no lo haré, eso es demasiado vulgar. En vez de eso, lo convenceré amablemente de abandonar el cuerpo de esa indefensa chiquilla, y luego, me explicará con perfectos modales la razón por la cual hay una invasión de miles de demonios sobre la Tierra en este momento.      

 Los hombres de fe dieron un salto de terror y exclamaron al unísono:      

—¡¿Que hay tantos qué dónde y cuándo?!

El demonio protestó:         

—¡Ramera estúpida! Primero andaría voluntariamente al puto Reino de los Cielos —y aquí escupió, obviamente—, antes que revelar cualquier información sobre…

Desirée puso un dedo sobre los labios de la niña-demonio para callarla.

—Mucho «bla, bla, bla» y poco «sí, mi señora, lo que usted ordene». Te propongo algo: abandona el cuerpo de esa niña, dime todo lo que necesito saber, y yo no te asesinaré de la manera más creativa y dolorosa que se me ocurra.

 Abyssus abrió la boca y arrancó de un mordisco el dedo que la muchacha había osado acercar a su boca. Ni siquiera tuvo la decencia de escupirlo; en vez de eso y como insulto definitivo, lo tragó entero. Soltó una carcajada:

—¿Quieres tu dedo, puta? Tendrás que esperar un par de horas para tenerlo de vuelta, ¡cuando lo cague dentro de la boca de tu cadáver!

Sin embargo, y para asombro de todos, Desirée seguía en la misma posición que antes (aunque sin un dedo índice que pudiera poner sobre los labios de Fabiola) y no daba señales de sentir dolor alguno. Diablos, ni siquiera parecía haber notado que algo había ocurrido del todo. Preguntó:          

—¿Y bien? ¿Haremos esto por las buenas o por las malas?

En ese momento, el demonio comenzó a denotar cierta preocupación. ¿Quién era esa mujer tan peculiar? ¿Por qué parecía conocerlo? Pero, más preocupante todavía: ¿por qué no era capaz de lastimarla o, tan siquiera, intimidarla? Por primera vez en mucho tiempo, el gran Abyssus sintió aquella despreciable emoción que los mortales conocían como «miedo». Para aparentar que conservaba el control de la situación, lanzó otra carcajada, pero hasta él tuvo que admitir que sonó fingida.

—¡Abandonaré esta putita hasta que haya absorbido cada gota de su esencia vital y quede convertida en un mojón seco sobre la cama!

Desirée entornó los ojos en un gesto de hartazgo. Luego empezó a remangarse la blusa y dijo a los sacerdotes:  

—Bueno, es hora de poner manos a la obra, pero antes de comenzar, tengo algunas preguntas: ¿la paciente ya puso boca abajo todos los crucifijos del hogar?

Ambos hombres respondieron al unísono:       

—Ya.

—¿Ya hizo levitar la cama?         

—Ya.

—¿Ya habló en idiomas olvidados por el hombre?

—Ya.

—¿Ya giró la cabeza 360 grados?

—Ya.

—¿Ya los hizo tener visiones de sus seres queridos fallecidos?     

—Ya —y al terminar, Domínguez sollozó al recordar la visión de su hermana muerta.

—Muy bien. Supongo que podemos comenzar —dijo, pero después de unos segundos de reflexión, dibujó en su rostro un gesto de alarma. Inmediatamente después, preguntó—: ¿La paciente comió algo antes de que yo llegara?     

Domínguez dudó un poco antes de contestar:

—Sí, caldo de pollo. Bastante. ¿Por qué?        

Al escuchar eso, la mujer se cubrió detrás del joven con una agilidad que hubiera dejado a cualquier gato con la boca abierta. Inmediatamente después, el demonio vació el contenido de su estómago con la intención de ensuciar a la mujer que se atrevía a confrontarlo, pero como era de esperarse, la humeante masa de vómito cayó toda sobre el pobre sacerdote, cubriéndolo de pies a cabeza. Cuando notó que el peligro había pasado, la muchacha salió de atrás de su escudo humano y explicó:

—Por eso. —Miró a su salvador con una mezcla de vergüenza, asco y alivio—. No me odies: entenderás que no quería arruinar mi atuendo. En cambio, el tuyo… —metió el dedo en uno de los agujeros de la desgastada sotana— ya estaba arruinado. Pero lo compensaré deshaciéndome de este demonio. Lo juro.       

—¡Zorra asquerosa! Estás pendeja si crees que… —Desirée tomó a la niña por el cuello para cortar el flujo de sus improperios.

—Sí, sí, lo sé: tú eres listo, yo soy tonta; tú eres fuerte y yo soy débil; tú eres un malote y yo soy una frágil e indefensa niñita. Ahora, ¿por qué no nos saltamos esa parte y vamos directamente al momento en el que te propongo que tomes mi cuerpo?

Todos parecieron sorprendidos, incluso el demonio. Si alguien se ofrece como objeto de una posesión, hace las cosas mucho más fáciles para la entidad demoníaca, pues esta ya no tiene que debilitar al anfitrión ni física ni emocionalmente para entrar. Muchos demonios prefieren que sus posesiones se lleven a cabo de esa manera, porque el cuerpo de sus víctimas se encuentra con todas sus fuerzas, y pueden ser utilizados para los objetivos más perversos.

Los sacerdotes intentaron protestar, pero ella los detuvo:    

—¿En serio, a estas alturas todavía creen que no sé lo que hago? —Luego, dirigió sus palabras al antagonista—. Piénsalo bien: si acabas con la niña, necesitarás de otro cuerpo para permanecer sobre la Tierra, ¿y a quién vas a poseer? ¿Al anciano que tiene evidentes complicaciones para mantenerse con vida? Seguramente no sobreviviría la posesión; le dará un infarto o algo así ¿Al virgen debilucho que obviamente no ha cometido un solo acto pecaminoso en su vida? Todo ser infernal sabe que mantener el control de un cuerpo inocente resulta complicado, y para nada divertido. ¿No sería mejor que tomaras a una mujer fuerte e inteligente en la plenitud de su vida?   

—Giró lentamente sobre su propio eje para lucir su figura—. Mira nada más cuánta perfección e imagina todas las almas que podrías tentar ataviado en este extraordinario modelo creado con la carne más selecta. Además, mi vida ha sido sazonada con deliciosos momentos de malicia, desenfreno y pecados. ¡Oh! ¡Dios, cuántos pecados! Seguramente si contara todas las cosas que he hecho a lo largo de mi existencia, hasta tú te sonrojarías. Pero bueno, ¿para qué contarte?; podrás verlo por ti mismo cuando te adueñes de mi cuerpo, ¿qué te parece la idea?

El demonio dibujó un gesto de meditación en el joven rostro de la niña. Todo eso era muy sospechoso, pero… la verdad es que no tenía nada que perder. Como era uno de los comandantes de las huestes del Infierno, es decir, un demonio superior, ningún humano podía hacerle daño. Los únicos seres capaces de detenerlo eran Dios, los Arcángeles, y los Siete Príncipes del Infierno. El Primero había desaparecido meses atrás sin dejar rastro, y desde entonces nadie había escuchado nada de Él; los segundos se encontraban muy ocupados buscando a su Dios perdido; y los terceros eran parte de su equipo infernal, así que dudaba mucho que desearan detenerlo. En otras palabras, un ser de su relevancia tenía carta blanca sobre el reino de los hombres y, si se lo proponía, podría conquistar un país o un continente entero. Lo único que necesitaba para lograr su cometido era deshacerse de esos molestos sacerdotes (que en honor a la verdad lo habían debilitado bastante a lo largo de la semana) y conseguir un cuerpo fuerte que le permitiera realizar las hazañas más siniestras. Y la verdad era que el de esa chica parecía más que adecuado.

No obstante, la curiosidad lo atormentaba: ¿qué ganaba la chica con ese trato? Absolutamente nada; al contrario, lo perdería absolutamente todo. Entonces, ¿por qué ofrecía su cuerpo? Tal vez simplemente estaba loca. Sí, seguro se trataba de eso. Después de todo, durante el poco tiempo que llevaba en la habitación, ella no había mostrado un comportamiento que pudiera denominarse «normal». Es decir, ¡él le había arrancado el dedo de una mordida y ella no se había dado por enterada! También existía la posibilidad de que se tratara de una de esas personas obsesionadas con los demonios y que los invocan porque creen que estos les concederán poderes paranormales o fuerza sobrehumana… y que siempre terminan sumamente arrepentidos. Eso tenía más sentido. Explicaría por qué conocía tanto sobre los demonios y sus maneras de proceder. Como fuera, la oferta era demasiado buena para rechazarla, así que se encogió de hombros y se lanzó hacia Desirée.

Aquí cabe mencionar que el profano acto de la posesión, cuando es perpetrado por uno de los demonios de altas jerarquías, no es para nada discreto ni bonito. Me explico: los demonios más simples (es decir, aquellos que andan libremente por el mundo provocando los pecados comunes) son almas condenadas que han sido «condecoradas» con una gota de la Esencia Demoníaca, la cual les otorga un limitado poder para que cumplan su misión de esparcir el caos en el reino de los hombres. Cuando uno de estos insignificantes esbirros del Maligno desea poseer a una persona, utiliza la magia maldita de la Esencia para adueñarse del cuerpo objetivo. Sin ese poder, el alma no podría interactuar con un objeto material, y lo atravesaría, pasando de largo, justamente como hacen los fantasmas. Como en ese estado el demonio es básicamente un alma con una cantidad microscópica de Maldad, la posesión pasa desapercibida, y muchos estudiosos del tema han dicho acertadamente que es tan imposible de notar como el momento en que un virus o una bacteria entra a tu cuerpo.

En cambio, cuando un demonio de categoría alta desea entrar a tu cuerpo, ten por seguro que vas a notarlo y, sobre todo, a sentirlo. Primero que nada, esos seres están hechos cien por ciento de la Esencia Maldita, la cual puede describirse rudimentariamente como sangre putrefacta en llamas, y al entrar al cuerpo se siente exactamente como lo imaginas. Ahora imagina también que la Esencia se comporta como un líquido, y se adhiere a casi todas las leyes físicas de ese estado de la materia. La única manera que tiene para entrar a tu cuerpo es a través de todos los orificios que pueda encontrar. Y cuando digo «todos» quiero decir «TODOS». Después de eso se mezcla con tu sangre, y junto con ella, recorre todo el sistema circulatorio, corrompiendo cada centímetro de carne que encuentra. Y todo eso sin que deje de doler un solo segundo mientras se encuentra dentro de ti.

Aquella noche, dentro de la habitación de la pequeña Fabiola, el espectáculo no fue para nada diferente. El líquido satánico abandonó el cuerpo de la niña y voló a gran velocidad hacia Desirée, quien a causa del impacto fue expulsada de la cama hasta estrellarse contra la pared, y ahí permaneció durante interminables segundos, mientras el proceso era concluido.

Los hombres de fe se lanzaron al suelo, aterrados por la idea de que una poca de la Esencia fuera a introducirse en ellos, pero no pasó nada. Mientras presenciaban lo que ocurría con temerosa admiración, Domínguez notó algo todavía más raro, y se lo hizo saber a su compañero:         

—Padre Cruz, ¡mire! El dedo de la mujer… ¡ha vuelto a crecer!

Efectivamente: el dedo que había sido arrancado de la mano de Desirée estaba de nuevo en su lugar, como si nada hubiera pasado. Al verlo, el anciano dudó durante unos segundos si la mutilación había ocurrido de verdad; después de todo, era una noche llena de emociones y las cosas a veces se tornaban confusas. No obstante, no se podía tratar de una equivocación o una ilusión, porque la mano permanecía manchada de sangre allá donde el dedo fue cortado minutos atrás. Pero si ocurrió… ¿por qué las falanges perdidas habían regresado a su lugar? Supuso que se trataba de un efecto secundario de la posesión, aunque a decir verdad nunca antes había visto un caso de regeneración en cuerpos mutilados después de ser invadidos por entidades demoníacas. Por otro lado, sin embargo, nunca tuvo el infortunio de presenciar a un demonio importante poseyendo a alguien; tal vez el demonio regeneraba el cuerpo para no verse atascado en un transporte defectuoso. Era lo más lógico. Porque era imposible que la chica tuviera esa clase de poder… ¿o no?

Cuando el espeluznante acto llegó a su fin, Desirée cayó al suelo de rodillas, con los ojos en blanco y mirando al techo con una expresión vacía. De la comisura de su boca colgaba un hilillo de la sustancia maligna, que, en vez de caer al piso atraída por la gravedad, se arrastró como gusano al interior de la mujer. Cualquier persona, fuera instruida o no en casos paranormales, se daría cuenta de que algo importante faltaba en ese cuerpo; algunos lo llamarían «alma», otros lo llamarían «consciencia», pero fuera lo que fuera, definitivamente se había ido.

Pasaron unos interminables segundos en los que pudo escucharse el aterrorizado llanto de Fabiola, quien por fin libre del usurpador, tuvo la oportunidad de llamar a gritos a su mamá. Aparte de eso, no se escuchaba otro sonido, como si el mundo entero estuviera a la expectativa de lo que ocurriría a continuación.

Justo cuando el padre Cruz se recuperó de la impresión y decidió sacar a la niña de ahí, pasó lo inimaginable: la Sustancia Maligna fue expulsada del cuerpo de la mujer y regresó a toda prisa al interior de Fabiola. La niña, de nuevo bajo el control de Abyssus, se arrastró aterrorizada hasta abrazarse a la cabecera de la cama, en un inútil esfuerzo por protegerse de la mujer. Gritó:  

—¡No puede ser! ¡No! ¡Tú estás muerta!

Desirée ya había vuelto a su extraña normalidad. Se sacudía las rodilleras del pantalón cuando explicó:         

—No, nada de eso: ustedes creyeron que yo estaba muerta porque… bueno, básicamente porque son idiotas. Pero bueno, ahora que sabes quién soy, creo que te conviene decirme todo lo que necesito saber, ¿no es verdad?  

El demonio estaba presa del pánico y se hizo más notorio cuando hizo que la niña se orinara encima.            

—Yo no… No sé bien lo que pasa, a mí no me cuentan nada. Lo juro, señora, ¡lo juro! ¡Por favor, no me haga daño!        

La mujer parecía harta de la conversación. Se masajeó el puente de la nariz con los dedos y soltó un suspiro de decepción.  

—Comunícame con tu jefe. —Abyssus tragó saliva.  

—Pero, señora, a él no le gusta que lo molesten con…

—¡AHORA! —rugió la mujer, y al hacerlo, el mundo entero se estremeció. Y no, eso no es una metáfora: literalmente se presentaron actividades sísmicas a lo largo del globo, pero ningún científico pudo hallar la razón de dichas sacudidas.        

El patético diablillo estuvo a punto de sollozar cuando cayó en la cuenta de que, molestara a quien molestara, se encontraba totalmente jodido. No obstante, después de debatirse durante un rato, llegó a la conclusión de que prefería sufrir la ira de su jefe que la de esa mujer. Entonces, fue esta vez la niña quien se quedó con la mirada en blanco y los ojos al techo. El huésped la había abandonado, pero todavía no permitía que la consciencia original regresara al cuerpo. Pasaron algunos segundos que parecieron horas. En medio del silencio, Desirée dijo a los aterrados sacerdotes:  

—Lo siento; a veces tarda un rato, sobre todo cuando el mensajero es un demonio. Esas cosas son unos cobardes incompetentes. No es ninguna sorpresa que el Infierno no haya podido conquistar el reino de los hombres durante todos estos milenios. Recuerdo que una vez, en el día del nacimiento de Cristo…  

Pero su relato se vio interrumpido por una nueva voz proveniente de la niña. Alguien más había tomado el control del cuerpo de Fabiola.

—¡¿Quién, en nombre de todos los Círculos del Infierno, osa perturbar mis meditaciones?!   

—La voz, grave y amenazadora, profunda como el mismísimo vacío al que son condenadas las almas de los hombres de mala voluntad, sonaba lista para matar al insolente que lo invocaba.

—Hola, papá —dijo la mujer con desgana. Los sacerdotes casi se desmayan de la impresión. Uno de ellos vomitó. ¡Era Lucifer en persona! ¿Y acaso la muchacha lo había llamado «papá»?   

—¿Desirée? ¿Eres tú? ¡No puede ser! ¡Se supone que estás muerta!     

—¡Ash, dejen de decir eso! No, evidentemente no estoy muerta; simplemente fingí mi muerte.         

—¿Qué? ¿Por qué hiciste eso? ¡He estado llorándote por cerca de 50 años!     

Con las manos en la cintura y una ceja muy levantada, la chica respondió:

—¿Me llorabas a mí o al sueño de que tu hija se convirtiera en el Anticristo y destruyera la Humanidad? —aquí la mujer se acercó un poco a los religiosos y les explicó en voz baja—: Se suponía que yo fuera el Anticristo, pero no quise porque me gusta este lugar, uhm, la Tierra, quiero decir. Y también la gente. Bueno, no toda; algunos son unos verdaderos pedazos de mierda. Esos me gustan de otra manera, porque puedo hacerles cosas malas. Muy malas.    

La indignación de Lucifer era evidente, la voz se le quebró al decir:          

 —¿Cómo puedes decirme eso? ¡Por supuesto que lloraba a mi hija! Nunca pudimos llevarnos bien, pero eso no significaba que no te amara. Si tan sólo me hubieras dado la oportunidad de…  

—Sí, sí, sí, mira, ahora no estoy de humor para eso —cortó la mujer—. De hecho, la única razón de mi llamada es preguntarte por qué hay tantos demonios sueltos sobre la Tierra. ¿No se supone que eres su jefe y que debes tenerlos controlados?
         
—Bueno, en realidad… ya no soy su jefe. Ahora sirven a alguien más.

La mujer parecía verdaderamente sorprendida: ¿el Diablo ya no era el líder de las huestes del Infierno? Parecía una idea ridícula, y sin embargo… eso explicaba muchos de los extraños fenómenos paranormales que había notado últimamente. Aunque según sus conocimientos sobre las Profecías, solamente había un momento en el que Lucifer, Estrella de la mañana, perdería el poder sobre sus ejércitos. Y ese era…  

—¡No mames que es el Apocalipsis! Eso es imposible. Se supone que el Anticristo es el único capaz de dar inicio a ese evento cataclísmico en particular. Y yo soy el Anticristo. Y no recuerdo haber dado ninguna maldita orden a nadie.

Lucifer suspiró y tragó saliva con fuerza, como si estuviera dando un trago del valor que le faltaba para decir:    

—Maldita sea… supongo que ibas a enterarte en algún momento, y prefiero que sea ahora que te encuentras lejos de mí. Desirée… yo… tuve otro hijo. Hace poco. Un varón. Él es el nuevo Anticristo.

La hermosa muchacha quedó helada por la sorpresa. Sin darse cuenta se llevó la mano al pecho en un gesto delator y tuvo que sentarse en la orilla de la cama para no desvanecerse. Si antes se había sentido rechazada por la evidente inconformidad de su padre al engendrar una hija (una que se había negado a aceptar su deber como destructora del mundo) ahora ese sentimiento se acrecentaba al saber que existía un Príncipe del Infierno que haría todo lo que ella se había negado a hacer. Y peor todavía: si su hermano cumplía con su deber hacia la Familia de la Maldad, el mundo que ella se había esforzado tanto en proteger, quedaría totalmente destruido.   

—Un hermano —susurró para sí misma—. Entonces tengo un hermano… ¿Cuándo nació? ¿Quién es su madre? ¿Cómo se llama? ¿Dónde está?          

—Nada de eso importa. Lo único que debes saber es que la Maquinaria del Día del Juicio comenzó su marcha y nadie puede detenerla. Escóndete o regresa conmigo al Infierno porque tu hermano desolará cada centímetro de la superficie.       

De repente, la señorita Darkness cayó en cuenta de algo que no cuadraba con la historia de su padre.           

—Espera, Dios no permitirá que tu hijo arruine su creación más preciada. Cuando yo nací envió una interminable serie de asesinos para que acabaran conmigo. Solamente pude zafarme de ese problema (y de algunos otros) fingiendo mi muerte. Seguramente hará lo mismo con mi hermano.   

—Ya lo intentó, puedes estar segura de ello, pero al igual que hice contigo, lo protegí de todas las amenazas posibles, valiéndome de las artes oscuras a mi disposición. Finalmente, cuando se hartó de los fracasos de sus ángeles, Él mismo descendió a la Tierra para matarlo con sus propias manos. Pero justo antes de que pudiera cumplir su cometido, lo detuve con un arma que nunca antes había utilizado: la oratoria. Pude convencerlo de que los hombres merecían un castigo ejemplar por haberse comportado de manera tan aborrecible durante el siglo pasado. Luego de pensarlo un momento, me concedió la razón y decidió permitir la existencia del Anticristo como un castigo para la humanidad. Para hacerlo imparcial, creó una única regla para el Apocalipsis: ni Él ni yo intervendríamos de manera alguna en el conflicto. No obstante, nuestros soldados pueden ayudar a sus respectivos bandos de las maneras que crean convenientes. Si el Anticristo gana y los humanos son destruidos, Dios dedicará su valioso tiempo a nuevos proyectos; si los humanos ganan, obtendrán el derecho a una segunda oportunidad. Esa es la razón del caos demoníaco que se ha desatado sobre la Tierra.  

—¿Y tú estás de acuerdo con eso de no intervenir en el Apocalipsis? Si mal no recuerdo, el sueño de toda tu vida era trabajar en conjunto con el Anticristo para “hacer pagar a los hombres por quitarte el amor de Dios”. No parabas de repetir eso. Me volvías loca.  

Lucifer se encogió de hombros. Explicó:          

—Eso fue antes de que te creyera muerta. Después de eso, las cosas cambiaron. Me di cuenta de que mendigar el amor de Dios era un acto patético, y que en vez de eso debí concentrarme en ganar tu afecto. Estaba arrepentidísimo por no haberte dicho nunca cuánto te amaba. No sabes cuánto te lloré, hija, en verdad no tienes una idea… Mi duelo duró muchos años. Finalmente, una mujer logró sacarme de la depresión con sus palabras cargadas de ternura.    

—La madre de mi hermano.

 El Diablo asintió con la cabeza. Después de unos segundos, continuó:

—Hasta hace unos momentos, lo único que me importaba era que tu hermano no saliera lastimado durante la Guerra, pero ahora mi preocupación se ha duplicado, porque mucho me temo que tu amor por la Humanidad te instigará a detenerlo, ¿o me equivoco?          

—No. No te equivocas. Aunque despreciables la mayor parte del tiempo, los humanos me han enseñado mucho, y han hecho por mí más de lo que cualquier habitante del Cielo o del Infierno. De algún modo ridículo, me siento en deuda con ellos, y si tengo que morir protegiéndolos de la extinción, lo haré.   

Su padre lanzó un prolongado suspiro de resignación. La conocía lo suficiente como para dar por cumplida esa promesa. Decidido a obtener el menor de los males, dijo:
     
—Hagas lo que hagas, no mates a tu hermano. Te lo pido por favor. Todavía es solamente un bebé, y no tiene ni idea de su oscuro propósito.     

La muchacha agachó la cabeza como si intentara alisar las arrugas de su pantalón, para que nadie notara su tristeza. De algún modo la lastimaba que el Señor de las Tinieblas manifestara hacia ese niño un cariño que ella nunca había disfrutado, pero, por otro lado, no podía odiar al niño porque, hasta ese momento, era un ser inocente. Y además de eso, era su hermano.

—No quiero matarlo; a estas alturas ya deberías saber que no soy el monstruo con el que soñabas. Sin embargo, si me obliga a hacerlo…     
           
—Escogerás a los humanos por encima de tu familia. Entiendo —soltó un resoplido que intentó ser una risita—. Tal vez no seas el monstruo que siempre soñé, hija… pero definitivamente eres uno. Uno diferente, pero un monstruo al fin y al cabo.

La mandíbula de la chica se tensó tanto que le dolieron los dientes. Ese fue el tipo de comentarios que la habían obligado a huir del Infierno. Después de tantos años de interminables comentarios hirientes, ahora comprendía que, sin importar sus esfuerzos, su padre la consideraría siempre una decepción.

La mujer oscureció su voz; tal vez de esa manera nadie notaría que estaba a punto de llorar:

—Ese estúpido niño no tiene ninguna oportunidad contra mí. Voy a detenerlo de la manera que sea necesaria. He pasado estas cinco décadas entrenando mis poderes. Ahora soy más fuerte de lo que tu limitado cerebro puede imaginar. —Se levantó con decisión—. Y cuando termine con él, iré por ti. Aún me debes algunas que debo cobrarme. Si yo fuera tú, arreglaría todos mis asuntos pendientes y me escondería en el confín más recóndito del planeta, porque cuando te encuentre (y ten por seguro que lo haré) desearás que te hubiera matado durante nuestra última pelea, la cual, te recuerdo, casi deja al Infierno sin un rey.

Y dicho eso, Desirée soltó una poderosa bofetada a la niña, que la hizo volver a su estado poseído.            

—¡Auch! —dijo el demonio Abyssus, sobando la mejilla de Fabiola. Entonces recordó la peliaguda situación en que se encontraba y buscó la manera de salir bien librado—. Mi señora, he hecho lo que me pidió, así que creo que sería justo que me dejara huir de vuelta a casa, no sin antes prometerle, por supuesto, que no le provocaré ningún problema ni a usted ni a nadie en lo que me resta de existencia. ¿Qué le parece?

El astuto demonio aprovechó la dulce apariencia de la niña para formar una expresión de arrepentimiento que habría derretido la mala voluntad de cualquiera. Sin embargo, la señorita Darkness no era ninguna ingenua, así que se acercó a la cara de la delicada niñita y dijo:

—Usualmente habría aceptado ese ofrecimiento, pero para tu mala fortuna, la discusión con mi papá me ha dejado de un humor terrible. Lo siento. —La expresión de la niña-demonio pasó de ternura a un pavor indescriptible. Luego, la chica se dirigió a los religiosos—. Ustedes dos, salgan de la habitación; no conviene que presencien lo que ocurrirá. Sus vidas literalmente dependen de que no lo hagan. Oh, y háganme un favor: al salir llamen a una ambulancia. La niña va a necesitarla cuando esto termine.

El padre Domínguez estuvo a punto de preguntar algo, pero el padre Cruz lo aferró por la sotana y lo arrastró afuera de la habitación, sin siquiera darle la oportunidad de pronunciar la primera palabra de dicha pregunta.

Una vez que estuvieron afuera, una ominosa luz que a veces era púrpura y otras veces roja, brotó por los contornos de la puerta. Lo raro de aquella luz era que parecía tener vida porque se retorcía de la misma manera en que lo hacen esos pulpos que son servidos vivos en algunos platillos orientales. Aquella visión resultaba tan fascinante, tan ajena a la realidad y tan extraña para la mente humana, que los hombres ni siquiera se dieron cuenta cuando la tierra comenzó a temblar, ni cuando Abyssus lanzó los más aterradores alaridos de dolor. En realidad, el suceso duró apenas en unos segundos, pero la contemplación de esa exótica luz había hipnotizado a los religiosos y provocado en ellos terribles visiones de muerte y destrucción; de algún modo, lograron echar un vistazo detrás de la cortina que ocultaba la espeluznante forma real de la mujer llamada Desirée Darkness.

Cuando el exorcismo finalizó, todo quedó en silencio por unos segundos, para luego dar paso al intenso llanto de la confundida Fabiola, llamando a su mamá.

La mujer encontró a los otros exorcistas con las miradas en blanco y babeando, sumergidos en lo que parecía ser una interminable pesadilla. Entornó los ojos y le dio una vigorosa cachetada a cada uno para devolverlos a la realidad. Cuando despertaron, ambos se tiraron al piso, arañando sus rostros como si quisieran arrancarse los ojos después de lo que habían presenciado dentro de sus cabezas. Desirée entornó los ojos de nuevo y chasqueó los dedos frente a ellos para que le prestaran atención. Cuando lo hubo logrado, notó que la miraban de la misma manera en que siempre la veían los humanos después de conocerla un poco: con un pánico infinito. Antes de que echaran a correr en busca de refugio, les dijo:        
 
—No voy a lastimarlos, par de idiotas, así que ni siquiera piensen en irse, porque la niña necesita un médico y… esa cosa que hacen ustedes cuando alguien se encuentra mal emocionalmente, ya saben… cuando dicen palabras de aliento y se dan palmaditas en la espalda.       
 
—¿Consuelo? —preguntó Domínguez, escondiéndose detrás del anciano.        
           
—Sí, sí, eso. —Suspiró—. Bueno, tengo que irme porque, como han escuchado, tengo algunas cosas que hacer. —Comenzó a bajar las escaleras que conducían a la sala, pero se detuvo y agregó—: Las cosas que vieron dentro de sus cabezas, son recuerdos míos, y no pueden hacerles daño, así que vayan a terapia o algo para que los superen. Lo siento, no se suponía que vieran ni escucharan nada de lo que ocurría ahí; es sólo que a veces no puedo controlar enteramente mis poderes mientras los uso, de la misma manera en que no se puede evitar escupir de vez en cuando mientras se habla. Ya saben, a veces pasa. —Aunque seguían espantados, los hombres parecían lo suficientemente tranquilos como para poder encargarse de las secuelas del exorcismo—. En fin, los veo lue… Bueno, en realidad no creo que quieran verme nunca más. Bastante comprensible. Da igual. Nada más quiero que sepan que hicieron un buen trabajo; no cualquiera puede mantener a raya a uno de los Príncipes del Infierno durante tanto tiempo sin morir en el intento, así que… bravo. No olviden llevar a esa niña a un doctor. Y encárguense también de la madre cuando despierte. Adiós.

Continuó su camino hacia abajo, pero el viejo la detuvo: 

—¡Espera! —La señorita Darkness detuvo su camino y giró levemente la cabeza para hacer notar que tenía su atención—. ¿Es verdad eso que dijo Lucifer? ¿Dios nos ha abandonado? ¿Justo en el Apocalipsis?

Sin cambiar de posición, la muchacha respondió:      
           
—Mi padre podrá ser todas las cosas malas que puedas imaginar, pero mentiroso no es una de ellas. Mentir es trabajo de sus súbditos. Así que creo cada palabra que ha dicho.

Al escuchar eso, el anciano perdió todas sus fuerzas y se vio obligado a sentarse en el primer escalón descendente, agobiado por una nueva clase de cansancio: el cansancio espiritual. Rápidamente, el muchacho corrió a sostenerlo. Cuando se sintió un poco mejor, continuó con su interrogatorio:   
           
—¿En verdad irás a matar al Anticristo?          
           
—Iré a detenerlo. Todavía no sé si tendré que matarlo. No quiero que destruya este planeta: es el único lugar en el que puedo comprar la ropa que me gusta.

Ese último comentario había sido un obvio intento por hacer que el afligido anciano soltara una sonrisa, y surtió efecto. Con eso quedó convencido de que la muchacha, a pesar de haber nacido en los fuegos del Infierno, albergaba un poco de bondad en su oscuro corazón. Por eso se atrevió a preguntar:          
           
—¿Me permitirías acompañarte?

Tanto la muchacha como el joven se notaron hondamente sorprendidos:

—¿Disculpe? —dijeron ambos al unísono. Luego continúo solamente Desirée—: Ya no estás obligado a servir a nadie, anciano. Tu Dios te ha abandonado, pero eso no significa que tengas que buscar tu propia perdición. Míralo de este modo: ahora eres libre. El mundo está por irse a la mierda, así que deberías aprovechar para, no lo sé, reunirte con tu familia, abandonarte a excesos hedonísticos o simplemente cumplir todos los sueños que no has podido hasta ahora. Ya no tienes que probar nada a nadie. Sé feliz.

En ese momento, los gritos de Fabiola se intensificaron; no olvidemos que tenía dislocados varios huesos del cuerpo. El padre Domínguez se apresuró a llamar a una ambulancia y a ayudar a la niña.

El padre Cruz regresó al tema:   
 
—Eso es lo que quiero hacer: ir contigo, ayudarte a detener al Anticristo. No lo haré por nadie más que por mí mismo. Me volví católico porque los ideales de esa religión eran similares a los míos, no porque esa religión me hubiera sido impuesta. Lo que quiero decir es que, con Dios o sin Él, sigo creyendo que vale la pena tener fe en todas las cosas buenas del mundo, y que es preciso luchar por ellas para merecerlas. Y luchar contra el Enemigo más grande al que se haya enfrentado la Humanidad me parece una empresa que podría acercarme a un glorioso propósito, si es que en verdad existe semejante cosa.

La mujer había vivido lo suficiente como para saber que esa clase de ignorante nobleza generalmente conducía a todos los lugares opuestos a la gloria. Sin embargo, la enternecía que, en esta ocasión, tan brioso sentimiento proviniera de un venerable anciano. Solamente por eso, consideró seriamente las palabras del padre Cruz. ¿Convenía llevar a alguien que la ayudara? En realidad, no, después de todo, ella era uno de los seres más poderosos de la Creación. Cualquier cosa que necesitara, podría conseguirlo sola. Pero… por otro lado, llevaba años deambulando sola, y un poco de compañía no le caería mal. Además, se sentiría bien recorrer el mundo con una persona legítimamente buena, y ayudarla a conseguir el noble propósito que creyera adecuado.

Finalmente, Desirée respondió:  
           
—Bueno, qué demonios: puedes venir siempre y cuando no te conviertas en una molestia. En cuanto te conviertas en una, estás fuera, ¿te parece?

El viejo padre esbozó una sonrisa de emoción, y por un momento pareció más joven que su compañero.

—Muchas gracias, señora.          
 
—Sólo llámame Desirée, por favor.       
           
—¡Yo también iré! —dijo el joven de repente, asomado desde la puerta de la habitación de Fabiola. —Si me lo permiten, quiero decir.

Cruz suspiro con resignación; con eso no quería decir que le molestara la compañía de Domínguez, pero definitivamente se sentiría muy agobiado si le ocurriera algo malo durante el viaje. Dijo:         
           
—Lo mejor será que regreses a casa; esto será demasiado peligroso para alguien que apenas está siendo entrenado en el arte de la demonología. —Con esperanza de encontrar apoyo por parte de la mujer, agregó—: Además, la señ… uh, Desirée es quien decide si vas o no, porque se trata de su aventura.

 Ella simplemente se encogió de hombros y respondió:        
           
—Me da igual, la verdad. Aunque admito que no me molestaría llevar a alguien que cargue mis maletas, para variar. —Al notar la preocupación del viejo, explicó—: No voy a permitir que nada malo le pase. Ni a usted, si acaso eso lo inquieta. Yo me encargaré de hacer el trabajo pesado. Ustedes harán aquello que esté dentro de sus posibilidades, siempre y cuando no los ponga en peligro.

El joven estuvo a punto de correr a abrazar a la mujer en un gesto de infinito agradecimiento, pero ella lo detuvo con la mano:           
           
—Sin tocar, por favor. Es por tu propio bien. Luego te explico. —Aquí cayó en la cuenta de algo—: Oye, ¿y la niña?      
           
—Le suministré un analgésico muy fuerte. No sentirá nada hasta que lleguen los paramédicos. —Para reafirmar su valía en el equipo, explicó—: Sé un poco de medicina y eso podría ser de ayuda durante nuestra cacería. —Se acercó al anciano y lo señaló con la palma de la mano abierta—. Yo mismo he curado al legendario padre Cruz después de algunos encuentros con demonios particularmente violentos, ¿no es así, padre? Si él es un caballero matademonios, yo soy y siempre seré su fiel escudero.

Quizás haya dicho eso con demasiado dramatismo, porque la mujer entornó los ojos y continuó su camino hacia la puerta principal de la casa. Sin voltear, dijo:         
           
—No ha pasado ni un minuto y ya estoy arrepintiéndome de llevarte, chico. Me agradabas más cuando te comportabas como un ratoncito asustado y silencioso. En fin… —Alcanzó la puerta que daba a la calle y la abrió—. Si después de entregar a la niña y a su madre a los paramédicos siguen pensando que ir conmigo es una buena idea, los estaré esperando en la cafetería que está al final de la calle. No tarden demasiado. Hasta pronto.

Cuando la muchacha hubo salido, el padre Cruz se dirigió a su aprendiz.           
           
—Deberías quedarte en tu casa, muchacho; por lo que dijo esa mujer, las cosas se pondrán bastante feas muy rápido. Mi consciencia no podrá cargar con otro camarada caído en combate.        
           
—Le ruego que no siga intentando persuadirme, padre Cruz, porque no lo logrará. De ninguna manera voy a dejarlo solo con la hija de Satanás. ¿Cómo puede saber que no es una treta para quedarse con nuestras almas o algo peor?      
           
—Si ella lo hubiese querido, nos habría extinguido de la faz de la tierra con un simple chasquido de dedos. No; creo que no tiene malas intenciones, ni para nosotros ni para nadie. ¿Acaso no prestaste atención a lo que vimos cuando nos conectamos con su mente?
           
—Le ruego me disculpe, padre Cruz, pero lo último que quería en ese momento era prestar atención a esas pavorosas imágenes. Ya cargo suficientes horrores en mis propios recuerdos.            
           
—Tienes razón. Lo comprendo. Como sea, yo sí presté atención, y fui capaz de presenciar algunos de sus recuerdos. Claro que eran visiones espantosas, pero en ningún momento noté que ella hiciera daño a un inocente, al contrario; todas las atrocidades que ella cometía eran contra seres del infierno o sus sirvientes. Muchas veces lo hacía para salvar a alguna persona indefensa de las garras de algún monstruo maligno. Yo confío en ella.            
           
—Pues yo no. Y por supuesto que tengo muchísimo miedo de lo que encontraremos en su compañía, pero, como dije, siento el deber de protegerlo a usted, y también la necesidad de saber qué rayos está ocurriendo entre el Cielo y el Infierno. ¿Usted cree eso de que Nuestro Señor nos ha abandonado?     
           
—Oh, de eso solamente creo la mitad. La muchacha dijo que su padre no mentía al respecto, y quizás tenga razón; pero eso no significa que el Señor le haya dicho al Diablo toda la verdad sobre este asunto del Apocalipsis. ¿O tú en verdad crees que el Benevolente sería capaz de abandonarnos durante nuestro momento más difícil? Yo no lo creo así. Seguramente se trata de otra prueba que manda a la humanidad para que la superemos.           
           
—Una prueba… Puede ser. Pero ¿y si no lo es? ¿Y si en verdad Dios se hartó de nosotros y nos ha abandonado a nuestra suerte?
           
—Entonces lucharemos junto a la hija del Diablo para salvar a la humanidad.

Domínguez dibujó en su rostro una sonrisa triste.

—He ahí una frase que no creí escuchar en toda mi vida. El anciano también sonrió tristemente.     
           
—Son tiempos extraños, padre Domínguez. Aunque pensándolo bien, ¿qué tiempos no lo han sido?

 Entonces escucharon el sonido de la ambulancia.

—¿Cómo vamos a explicar todo esto a las autoridades? —preguntó el joven.    
           
—Mintiendo, claro —cuando Domínguez le dedicó una mirada de sorpresa, explicó—: no me mires así, hijo: conozco la importancia de apegarse a las reglas morales de Jesucristo, pero también comprendo perfectamente la importancia de ser práctico… Y este es el momento para ser prácticos.

El joven quiso replicar, pero los paramédicos tocaron la puerta. Entonces decidió que lo mejor sería encargarse de dejarlos pasar, mientras pensaba en si había hecho lo correcto o no al involucrarse en lo que parecía ser una oscura aventura.

Dieter Quintero (Ciudad de México, 1986). Escritor interesado en el arte en todos sus formatos (especialmente en el Teatro y la Narrativa, así como en la crítica literaria). Usualmente publica en otros medios bajo el pseudónimo de Dieterminator.