Blas Muñoz Pizarro

Manifiesto de los muertos bajo el agua
1
Bajamos sin peldaños, bajamos
lentamente, como bajan por la sangre
esas viejas historias de niños ahogados
que se cuentan junto al miedo,
mientras rueda la luna y arde el fuego en las noches.
Debemos descender hasta su reino;
descubrir sus tristes, sus tiernas
calaveras, ese gesto,
ese pulso que les queda
en pálido ademán, en vilo bajo el agua.
Debemos descender, y descendemos
sin más llave que el silencio,
sin más arma de defensa
que el nocturno, desvalido corazón
y este llanto que nos ciega la garganta.
2
Estáis ahí, de pie, varando
la quieta arboladura de la sangre
como un ala de silencio
fluvial y abandonado.
Estáis ahí, de pie, moviendo
la quieta arboladura de la sangre
como un pañuelo inerme
que el exilio erosiona.
Estáis de pie,
y ahora llamo, golpeo las medusas,
los pulpos diminutos de la muerte.
Toco el corazón, ausculto su penumbra,
y no responde.
(Estáis muy lejos:
estáis a muchas muertes de distancia)
Siento alzárseme el dolor como una mano,
como un mal vino
que en las venas residiera.
Ante mí los miedos
y la noche
y el inmenso deseo de la huida.
3
He visto que el mar es soledad
bajo la débil luz que mueven
—bandera de la muerte―
los ahogados.
De Naufragio de Narciso
La mano pensativa
Escribo sobre el agua con mi aliento
y sobre el aire escribo cuando canto.
Sobre la tierra escribo con mi llanto
y escribo sobre el fuego cuando siento.
Con la sed de mi voz sigo sediento,
y con la luz del aire me quebranto.
Y caigo en tierra, y lloro, y me levanto
mientras arde en mi voz el sentimiento.
Aliento, canto, lloro, siento: y nada
durará de lo escrito en carne viva,
desnudo el corazón, tan mudo y ciego,
si no llega mi mano pensativa
y traduce, después, transfigurada,
mi voz en agua, en aire, en tierra, en fuego.
De La mano pensativa
El otro nombre de la rosa
Se rompe lo más frágil con tan solo
nombrarlo, y no hablo del silencio puro
que duerme en su cristal estremecido
como el agua callada del estanque
sino de la verdad, esa insistencia
que en cada cosa anida, inaccesible,
esperando su nombre, nunca dicho,
desde su propio ser, en su mandorla.
Cuando decimos flor, ¿decimos rosa?
Y si decimos rosa, ¿qué decimos:
la flor que, invicta, vemos, en su tallo
o el nombre de un concepto insuficiente?
No sé, pero al decirlo nos decimos
(quien sólo dice yo, dice su nada).
De La herida de los días

Blas Muñoz Pizarro (Valencia, España, 1943): Filólogo y profesor. Premio de la Crítica Literaria Valenciana (2012). Su obra ha sido reconocida, entre muchos otros, con los premios internacionales José Antonio Torres, Fray Luis de León, Ernestina de Champourcín, Miguel Labordeta, Alcaraván, Flor de Jara, Laguna de Duero o Fundación Conrado Blanco León. Publica en 1981 Naufragio de Narciso. Sus últimos poemarios son La mirada de Jano, El que silba entre las cañas, La herida de los días, Viva ausencia, La mano pensativa, En la desposesión y De la luz al olvido. Antología personal (1960-2013).