Luis Gerardo Bernal

“Nada más natural que el deseo sexual;
nada menos natural que las formas en
que se manifiesta y se satisface”;
Octavio Paz, El más allá erótico
A inicios de la década de los 40’s, Anaïs Nin fue contratada por un enigmático coleccionista para que escribiera relatos eróticos. Dichos relatos, publicados en los años 70’s bajo el título Delta de Venus, fueron encargados bajo la exigencia de limitar la poesía y de concentrarse meramente en el acto sexual. Aquella situación molestó a la escritora, pues ella consideraba que el sexo era un fenómeno complejo. El cuerpo de los amantes no entra en relación con el otro de manera simple, llana y unilateral. Pensarlo así reduce y mutila el vasto mundo del erotismo. Debido a esto, Nin le respondía al coleccionista de esta manera:
La sexualidad pierde su fuerza y su magia cuando se hace explícita, automática, exagerada, cuando se convierte en una obsesión mecánica…No hay dos pieles que tengan la misma textura, nunca hay la misma luz, ni la misma temperatura ni las mismas sombras, ni tampoco el mismo gesto; porque el amante, cuando está encendido por un verdadero amor, puede recorrer la interminable historia de tantos siglos de cuentos de amor.1
Pensar el cuerpo operando en el universo de la sexualidad, atrapado en un mero mecanicismo es algo contrario a las motivaciones de Nin. Ella buscó, incluso en los escritos que fueron influidos por las demandas del coleccionista, crear un lenguaje de lo erótico, un mundo literario que permitiera dar cuenta de lo ilimitado del eros humano y las insospechadas potencias que en él habitan.
Si por un lado Spinoza fue consciente de la infinitud del cuerpo, es decir, del hecho de “que nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo”2; Anaïs Nin lo fue de la infinitud del erotismo (ambas cuestiones ligadas a la materialidad ahora intensiva).
Los relatos contenidos en Delta de Venus operan bajo esta problemática. Los sujetos del acto sexual, los cuerpos, están siempre cargados de factores aparentemente ajenos al mismo. Por ejemplo, en El aventurero húngaro, texto que abre el libro, el protagonista es un hombre seductor de “sorprendente apostura, infalible encanto y gracia, dotes de consumado actor, culto, conocedor de muchos idiomas y aristocrático de aspecto”.3 O en el anillo, donde los cuerpos llevan el signo de la persecución familiar y lo furtivo de su unión. Cada relato presenta agentes eróticos repletos de pasado, de gestos, de virtudes, manías, vicios, etc. Se trata de mostrar la complejidad de los cuerpos; tales modos materiales no se reducen a meros objetos inertes y mudos, casi muertos y dispuestos a iniciar un ejercicio mecánico; la materia está atravesada por un sinfín de factores que la dotan de particular potencia.
Cada relato de Nin tiene una especificación, en ocasiones múltiple y divergente, en cuanto al deseo y su, no siempre posible, consumación. Por ejemplo, en Manuel se narra la historia de un hombre que solía exhibir su miembro pues el placer sólo podía acontecerle por la mirada ajena. El ojo se transforma en el órgano sexual por excelencia. Nin dibuja una de las inabarcables posibilidades de la relación sexual: una especie de exacerbado voyerismo. Como en Mallorca, la sexualidad se plantea espacialmente; la autora describe la materia que conforma un lugar: las costumbres, las prohibiciones y las sensaciones compartidas de una comunidad. Dos jóvenes mantienen encuentros sexuales, envueltos en la transgresión y el engaño, dentro del mar. “A partir de aquella noche se encontraron a la misma hora. La poseyó en el agua, bamboleándose y flotando. Los movimientos, al compás del oleaje, de sus cuerpos que gozaban, parecían formar parte del mar”.4 Éste opera como elemento constituyente de su despertar sexual, como si su relación erótica llevara dentro de sí la obscuridad de la noche, la tenue y blanquecina luz de la luna, el cauto movimiento marítimo, la espuma del oleaje, etc.
Cada acontecimiento sexual está plagado de la posibilidad. El encuentro entre dos cuerpos deseantes siempre debe crearse, inventarse. Anais crea una física literaria capaz de expresar la complejidad del acto erótico. Lo hace porque comprende que hasta ahora nadie ha determinado lo que puede el cuerpo.
1 Nin, Anaïs. (1984). Diario III: 1939-1944. Editorial Bruguera. Barcelona España. Págs. 237,238.
2 Spinoza, Baruch. Ética demostrada según el orden geométrico. (2013). Tecnos. Madrid, España. Pág. 204.
3 Nin, Anaïs. Delta de Venus. (2015). Alianza Editorial. Madrid, España. Pág. 19
4 Op. Cit. Pág. 55

Luis Gerardo Bernal Hernández (Ciudad de México, 1995). Cursó la licenciatura de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus escritos han sido publicados en las siguientes revistas digitales: Marabunta, La liebre de Fuego y Monolito.