Día 310 Globos, flores muertas y fotos

Carmen Rosa Orozco

Arte: Romik

                       En los días previos a las miradas que di al entorno  
                       sobraron las palabras ostentosas       
                       y la floritura que escaseó en mi piel.
                       Ya no lastimas mis horas sin ti,        
                       es cruel sentir el áspero contacto de tus desórdenes.            
                       Parménides no negó el viaje a Ontario         
                       y las medusas que tomé de su estanque,       
                       un papel con su letra flotaba sobre el agua:  
                       Es lo mismo, permanece en lo mismo, yace en sí mismo, y, así, permanece,
                        trabados los pies, en el mismo sitio, pues una poderosa necesidad le tiene
                       sujeto en las cadenas del límite que lo detiene por ambos lados.    
                       Se oían los vallenatos, los ladridos y tu desdén.       
                       Flores muertas que nunca me diste,  
                       globos que flotan en la sala,  
                       los papeles de las golosinas anclados a la cesta.       
                       Ordené las fotos         
                       y liberé la memoria del celular,         

                       cada línea de la mano            
                       me indicaba un cauce de vida que debía vencer.      
                       Entras al tálamo         
                       zigzagueando las ondas grises que restaban.
                       Don Jorge apenas sabía leer,
                       su escritura era balbuceante  
                       faltaban consonantes,
                       desconocía los signos de puntuación;           
                       la señora de la limpieza le ayudaba   
                       a contabilizar las pimpinas de combustible  
                       para el contrabando,   
                       los pesos se guardaban en bolsas negras.      
                       Los árboles de aguacate están cargados        
                       y se estremecen con los aguaceros.

Recurres a la venganza de Orestes hacia Egisto, uno los fragmentos que la mujer silenciosa me otorga, Clitemnestra no logró huir de tu ira, ella no sintió pesar por el marido asesinado, veo su sangre en la puerta de mi alcoba y sus ojos aún desfallecen llenos de odio. La cobija se enlodó en el pantano y corrimos a mirar a aquellos que se sentaban felices en los porches de sus casas. Fui tu esposo y estrujé tu cintura con los dientes, marcar tu piel me confortó. Te deseo, Milena, ningún hombre podrá hacer brillar tus ojos como yo.  Por qué razón te quieren separar de mí, Diomedes Díaz inunda los espacios de esta extenuante noche donde los vecinos no sospechan cuánto te amo, caminas sobre las tablas del sótano donde Electra te confundió con sus argucias, olvidaste el peso silencioso de mis besos sobre tus labios. He dejado de pensar en Milena, fueron múltiples sus desprecios hacia mí, no se percató de su errada decisión a través de los años, ahora su vejez no le permite recordar al único hombre que la amó, acaricias una figura que se desvanece, languidece el horizonte que miras deformado por las vetas de la desmemoria. Orestes logró persuadirte. Permanezco sentado con su retrato encima de mis piernas. El sonido de la mecedora en el caico anuncia de nuevo sus pasos. Electra la trae tomada de la mano hasta mí.

                       Estamos en el páramo.           
                       Luna y Paco: 
                       los perros pastores     
                       que cuidan la posada La Estancia de Bolívar.          
                       La habitación mira el arroyo  
                       que se balancea a través del precipicio,        
                       la neblina mezcla       
                       la presencia de los amantes con el paisaje,   
                       y los aglutina en una sola sombra:    
                       verde, negra y espesa.            
                       La navaja marca la frase        
                       sobre la corteza del árbol:     
                       Te beso Milena, pero te beso.

Carmen Rosa Orozco (Venezuela, 1978). Poeta. Pedagoga en Educación Integral. Administradora de Empresas. Ha publicado los libros de poesía Hileras de Sol (Biblioteca de autores y temas tachirenses, 1999), Delebles (Fondo Editorial Municipal, 1999) y Entreluz (Ediciones Luna Nueva, Universidad de los Andes, Mérida, 1999). Ha sido antologada en Pasajeras antología del Cautiverio (Editorial Lector Cómplice, Astorga Redacción, España), el Papel Literario de El Nacional, Revista Nacional de Cultura, Antología Poética Sujeto Almado, Revista Actual, Antología Los Dragones de Papel, Revista Hipsipila (Universidad de Caldas, Colombia). También ha sido presentada en los portales electrónicos como lo son El coloquio de los perros, Palabra Virtual, mi pequeña Venecia, Letralia, El meollo, el Ojo Memorioso, poesía.org., entre otros. Obtuvo los siguientes reconocimientos literarios: Premio Único del Concurso de Poesía de la Dirección de Cultura y Bellas Artes de la Gobernación del Estado Táchira, Premio de Poesía del IUFRONT, I Bienal de Literatura Juan Beroes (1997).