De Proyecto Manhattan

Elisa Díaz Castelo

Arte: MarianaGonzález

[Entran a escena las mujeres de Oak Ridge]

(Después de retirarse el chicle rosa de la boca y pasárselo a su compañera, la mujer recita la primera frase. Luego vuelve a taparse la cara con el cubrebocas. Su compañera hace lo mismo con la siguiente. Su compañera hace lo mismo con la siguiente. Su compañera, lo mismo. Y así sucesivamente. De ida y vuelta. Cada vez más rápido.)

No nos dijeron lo que estábamos haciendo. No teníamos más remedio. No dejamos la puerta de la casa abierta. No tocamos. No había nadie. Nunca ha habido nadie. No corrimos por los pasillos de la fábrica. No hablamos de nuestro trabajo. No levantamos la voz. No llegamos tarde. No nos fuimos temprano. No escribimos cartas a nuestros familiares. No hablamos de la bomba porque no sabíamos de la bomba. No sabíamos, es cierto, y a veces no nos importaba. No nos dolía el magnetismo de las maquinas. No nos dijeron de los isótopos. No mencionaron la palabra átomo. No nos preguntaron si queríamos. No nos enseñaron fotos de la bomba. No hablaron de los niños quemados. No nos dijeron los nombres de los muertos. Nunca nos preguntaron.

***


[Entra a escena Kitty Oppenheimer]

He sufrido y he tenido paciencia.
He preparado cocteles para las otras esposas.
El Manhattan es el favorito, por razones obvias:
dos onzas de whisky de centeno, media
de vermut dulce, algunas gotas
de amargo de angostura, una cereza.
¿He dicho dos? Son cuatro, cuatro onzas de Whisky,
tres de vermut, a quién le importa
la cereza. Hemos hablado de las cosas que sucederán.
He mandado a cortar los nombres de las plantas,
he bañado a mi hija recién nacida en el fregadero de la cocina,
he tomado una botella entera de ginebra
y no me he desmayado.

La tierra tiene buen oído
pero quedará sorda
después del estruendo de la bomba.
No temo lo que voy a padecer.
En la ventana
los pájaros grises cruzan el cielo de un lado a otro
como piedras.
Mi nombre es una función: mamá.
Mi otro nombre es de niña.
Esto es lo que fui:
nada,
menos que nada,
oxígeno y óxido.
Un puñado de elementos inflamables.

Pocas cosas son ciertas.
Sólo mis zapatos
y mis uñas
cuando las pinto de rojo.
Es cierto
el aliento a leche de mi hija,
noches de calostro y sabia,
las manos de relojero de mi esposo,
la niñez de los caballos.
A veces,
el moho que crece en el pan agrio.
La ginebra.
Definitivamente la ginebra.

Pero ya me queda poco.
La botella no tiene casi nada,
mi hija morirá un día lejos de aquí.
Su propia mano callará su nombre.

Tal vez me equivoqué toda la vida
y lo único cierto es lo que está
a punto de acabarse.
Lo demás es exceso, redundancia.

Todo esto sucederá muy pronto:
me lo ha dicho
ese viento ardiente
que incendió las flores de los árboles.
No me impondrá el ángel un castigo distinto
al que ya tengo.
La bomba es una puerta abierta
que nadie puede cerrar. Robert
la dejó así, de par en par, al irse
y se metió el desierto hasta la sala.
El átomo romperá
como se rompen las varas secas
debajo de las pezuñas de los caballos.
Robert: dile a tu amante que tema
la muerte por agua porque yo haré
que vengan todas las mujeres del pueblo
y reconocerán cuánto te he amado
y la nueva Jerusalén descenderá del cielo,
armada de luz
en caída libre.

***


[Entra a escena Kitty Oppenheimer]

(Las jaulas se abren y los pájaros salen. Recorren el escenario y dan vueltas como buitres sobre la cabeza de Kitty.)

Mi esposo, pastor de incendios,
los cultiva domésticos en la chimenea.
En invierno, la casa olía a leña
y ocote. Se abrían, bugambilias,
los sueños de mis niños en la noche.

Pero me lo dijo el ángel:
no llegarás al futuro
por la puerta de esta voz.
Lo oscurecido se vacía sobre mi lengua.
Los gritos de mis hijos son piedras.
Los canarios de mi vecina
un día se escaparon de sus jaulas
y se volvieron carroñeros, devoraron
un caballo enfermo,
hicieron nidos en su costillar
y nacieron petirrojos incendiarios
que cantan todas las madrugadas a las 5.29
y nos despiertan.

(Los pájaros prenden fuego a la mitad de su vuelo, suspendidos. Se queman y caen como piedras negras contra el piso.)

Porque ningún incendio es en verdad doméstico.
Varias veces me quedé dormida
con el cigarro prendido, el fuego
en la palma de la mano
y desperté sudando,
sin cortinas ni pestañas,
con el nombre de mis hijos en la boca.

Me duelen los cromosomas,
los nombres de las plantas que susurro
cuando camino en las tardes, sus esquinas.

A veces me duele,
físicamente me duele,
la risa de mis hijos,
la leche que tiembla
adentro de los vasos.
Me duele el diámetro del olvido,
su circunferencia.

Un pájaro rompe la ventana de la sala,
el perro se lame hasta sacarse sangre,
las cosas se desviven hasta el hueso.

En ocasiones estoy escribiendo desde el futuro
y tuve la desgracia de sobrevivir. Robert:
he olvidado las palabras que usábamos cuando nos conocimos.
Tal vez esto también sea un signo del final de los tiempos.

Me lo dijo el ángel:
hay que aprender a temerle
a todo lo brillante.

***


[Entra a escena Jean Tatlock]

Ya no será necesario este asunto de la probabilidad de ser feliz y preguntarse cuántas veces, dónde exactamente, cuánto. No será necesario ensuciarse las manos con la sangre de otros o la propia. Habitaré la tierra sembrada con sal, en sus extensas llanuras existiré sin simetría posible. Iré donde los venados beben linfa, donde moriré ayer y para siempre. Donde he olvidado la latitud de tu cuerpo, sus coordenadas. Mi lenguaje atardece, pero esta luz, aunque sea a ciegas, ya es ganancia. Camino sobre la sombra de mis muertos como piedras para cruzar el río.


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Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal (FCE, 2020), el XV Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal por Principia (FETA, 2018), el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por Cielo nocturno con heridas de fuego (Vaso Roto, 2018), de Ocean Voung, y el primer lugar en el premio Poetry International de 2016. Su último libro publicado es Proyecto Manhattan (Ediciones Antílope, 2020).