Memoria de una espera: la novela inédita de Guadalupe Dueñas

Mauricio Rumualdo

Arte: Mayén

“¿Sería la sala una capilla ardiente
donde ella estaba ya muerta?”

Guadalupe Dueñas

En 2017 se publicó en el Fondo de Cultura Económica una edición de Obras completas de la escritora jalisciense Guadalupe Dueñas. Famosa por sus libros de cuentos, especialmente por Tiene la noche un árbol (1958) y No moriré del todo (1976), esta edición suma a la obra conocida de la autora sus colaboraciones en la revista Kena, sus poemas rescatados, algunos textos misceláneos y, principalmente, su novela inédita: Memoria de una espera. Escrita entre 1961 y 1962 cuando Guadalupe Dueñas disfrutó de manera ilegítima la beca de creación del Centro Mexicano de Escritores[1], el borrador final de la novela fue custodiada desde entonces entre los archivos de la Colección del Centro Mexicano de Escritores del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México. Es en esta edición de 2017, a 55 años de su redacción original y a 15 años de la muerte de la autora, que la novela fue descubierta al público.

Llamada en primer lugar como Antesala y promovida por la autora a lo largo de los años como Máscara para un ídolo, la novela Memoria de una espera nunca alcanzó su edición definitiva. A esto último se debe el hecho de que Dueñas no la publicó en vida, una obra que aún planeaba extender y pulir, además de cambiarle su final por uno más positivo. Quizás, más allá de la autocrítica, el hecho de que la autora estuviera acostumbrada a la narración de extensión corta pudo influir en que ella nunca se decidiera por concluir su novela, pero no es este un menosprecio a su falta de capacidad, interés o insatisfacción por finalizar su libro, sino una atención hacia la mejor faceta de su obra: la maestría de Guadalupe Dueñas no recae en la narración extensa, sino en la breve, en el instante poético. Memoria de una espera es un conjunto de esos instantes poéticos que se reúnen bajo las 135 cuartillas que dan cuerpo a las profundas reflexiones que la autora hizo en torno a la muerte, el olvido, la soledad, el amor y el absurdo de la vida.

El esquema del libro es simple: se trata de una mujer llamada Mónica del Valle que asiste a las oficinas de un despacho gubernamental para solicitar empleo a un ministro, sólo que este nunca hace acto de presencia a lo largo de la novela y deja en la espera a todos los visitantes que acudían a diario a la sala para poder ser atendidos por él. Es en esta espera que todos los personajes de la antesala intiman entre sí y comparten sus ideas acerca del ministro, un ser misterioso y omnipresente que parece introducirlos, con el transcurrir del tiempo inexistente, dentro de un limbo entre la memoria y el olvido. ¿Pero qué es lo que hace relevante a este argumento de espera perpetua que ocupa todas las páginas de la historia? Aunque pueda resultar tediosa y simple por la falta de acciones y la lentitud del desarrollo de los personajes, lo valioso de la obra se encuentra en la exploración que la protagonista realiza hacia su propia persona a partir de la intimidad con los conflictos de los otros y la espera interminable por cruzar la puerta de la oficina del ministro, que parece tornarse en una puerta hacia el mundo desconocido al que conduce la muerte: “Mónica supo que esperar el olvido en la antesala resultaba tan infecundo como esperar la muerte en su propia casa”[2].

Memoria de una espera es el intento de un retrato espiritual en el que la autora buscó afrontar el mundo de las relaciones humanas con el mundo del Estado, que funge como un espacio superior que, al resultar inútil para la resolución de las necesidades personales, presenta a la muerte como el verdadero medio hacia el olvido de todos esos conflictos. Los personajes de la antesala del ministro son individuos con diferentes historias que confluyen en la expectación de una cita que nunca tendrá lugar, son seres que en la espera parecen comprobar su inexistencia al quedar prisioneros en una habitación en donde no transcurre el tiempo y que están destinados a convertirse en imágenes momificadas. Es por esto que en la novela pueden encontrarse asociaciones con el teatro del absurdo de Beckett (Esperando a Godot) y el mundo burocrático retratado por Kafka (El proceso) a través de la visión sombría y desolada de la autora, que antes de redactar su libro trabajó en la Secretaría de Gobernación como censora cinematográfica, donde experimentó en carne propia el mundo de los trámites de oficina. Aun en el ambiente irracional y existencialista de su obra inédita, Dueñas también dedicó unas reflexiones hacia el amor, pero no a uno condicionado por la correspondencia, sino al que se cultiva en la soledad a través de la naturaleza, el saber y el arte, que pueden llenar toda una existencia humana.

Guadalupe Dueñas es una de las escritoras mexicanas de cuento más importantes del siglo XX junto a Inés Arredondo y Amparo Dávila, por mencionar algunas; pero Memoria de una espera fue legada a nosotros como un ejercicio de novela que complementa el mundo literario de la autora, un mundo de la muerte, la soledad y el absurdo. Es por eso que los personajes de la antesala del ministro son personas atadas a sus recuerdos que necesitan del olvido para poder seguir adelante, una extinción de la memoria que sólo puede obtenerse a través de la muerte, a la cual tienen que resignarse: la espera en la antesala por el ministro es la representación de la espera del olvido.



[1] Guadalupe Dueñas incumplía con la edad requerida para participar en la convocatoria. Seis años atrás, en 1955, también había participado por la beca, pero había sido rechazada por falta de lugares.

[2] Dueñas, Guadalupe, Obras completas, México, FCE, 2017, p. 808.

Bibliografía:

  • Dueñas, Guadalupe, Obras completas, México, FCE, 2017, pp. 673-808.


Mauricio Simón Rumualdo Ávila (Acapulco, 1996). Estudió Historia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y se tituló con una biografía intelectual acerca del escritor mexicano Francisco Tario. Actualmente labora como catalogador en la Fonoteca Nacional de México.