El Sabor de los pecados

Mirtha Gómez

Arte: Paola Espinoza

“y por tu paz, empeño mi propia alma”

Octubre 15, 1832

El niño no ha dejado de llorar, mi mujer dice que tiene hambre, ella tampoco ha comido y no tiene leche. He hecho todo para conseguir trabajo, pero con todas las muertes del pueblo no he podido conseguir sino uno que otro encargo de limpieza.

Yo también tengo mucha hambre, estoy harto de tener apenas un pan para compartir y me da miedo que el frío venga más fuerte este año que de costumbre. Pero con ella tengo que fingir ser fuerte; que, a pesar de que tanta gente esté muriendo, nosotros vamos a estar bien, y que pronto voy a conseguir trabajo para limpiar los techos o los desagües.

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Hoy tuvimos solamente un pan para la cena. Es lo último que nos quedaba, así que, si mañana mi marido no consigue aunque sea unos peniques, no vamos a tener nada para comer. Yo creo que no tengo suficiente leche y por eso el niño llora tanto; llora hasta que se cansa y se duerme y, cuando despierta, vuelve a llorar y me parte el corazón.

Quisiera poder salir y conseguir algo para comer, sueño con tener papas, zanahorias y carne para un asado. ¡Ay! Hace tanto que no como eso, que he olvidado el sabor y, sin embargo, lo deseo tanto. Pero mi marido tiene razón: no puedo salir con todos los muertos que ha habido últimamente. Algún pecado grande ha de cargar nuestro pueblo, ya que algunos han muerto, aun siendo bastante jóvenes.

Mi marido dice que cuando vengan las nevadas va a poder conseguir más trabajo limpiando techos, pero no lo creo, a la gente le preocupa más salvar a sus enfermos que un poco de nieve en los tejados, y está gastando todo en médicos y remedios.

Octubre 18, 1832

Hoy conseguí unos huesos y algo de avena para hervir. Mi mujer es muy buena haciendo la comida, así que ya me estoy saboreando un caldo riquísimo. Hubiera querido tener también unas papas, pero la paga por labores de limpieza es cada vez menor. Los que hoy se están volviendo ricos son los curanderos, los que venden remedios o ataúdes.

De cualquier forma, hoy fue un día mejor, así que espero que mi mujer y el niño duerman bien, y mañana buscaré con un señor que me contaron que, parece, está ofreciendo un trabajo.

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Mi marido trajo unos huesos y un poco de avena para hervir y tener dos caldos. Creo que podemos utilizarlo para dos días más, lo vi tan contento que no tuve corazón para decirle que, aunque nos va a ayudar a calmar el hambre, yo lo que quiero es poder masticar y sentir algo sólido en mi cuerpo. Aun así, fue un alivio verlo llegar con los víveres a la casa después de todos los días que hemos pasado sin comer.

Por la mañana, salí por el agua para el caldo. El pozo estaba otra vez con muchas personas enfermas alrededor, así que tuve que ir al del pueblo del norte. Allí me encontré a mi prima y le conté por todas las que pasamos y cómo el bebé está sufriendo el invierno. Entonces ella me propuso algo innombrable.

Innombrable, sí, pero creo que mi prima tiene razón: todas las muertes en nuestro pueblo deben estar relacionadas con algo muy malo que se haya hecho aquí. Seguramente es la forma que tiene Dios de castigarnos por los pecados que se han cometido, y también sé que alguien debe sacrificarse para limpiarlos y librar al pueblo de este castigo que está siendo terrible. Pero, ¿es que ese alguien debe ser mi marido? ¿será que nuestra comida y salvación es suficiente para que él se condene?

No podría proponerle eso jamás, así que voy a pensar solamente en nuestro caldo y a olvidar ese pensamiento malsano al que mi prima me incitó.

Octubre 28, 1832

Ya tenemos otra vez algunos días con casi nada para comer y el niño no para de llorar; mi mujer dice que casi ni crece, que ya debería de estar más grande.

Ella está además bastante rara desde hace días, como si estuviera pensando en algo que pasa lejos de aquí, o igual y es el hambre (nada más que a ella la pone muy gruñona y a mi me hace ver cosas que no existen).

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Ya no puedo más, ya tenemos más de una semana sin comer, estoy desesperada y el niño también. La idea de mi prima me parece cada vez menos disparatada, lo he pensado mucho y es que, si él lo hace por nosotros y por la salvación de todo el pueblo, ¿no será Dios capaz de perdonarlo cuando él muera? Si Dios ha perdonado pecados más grandes, ¿podrá considerar que la intención es absolutamente buena?

Todavía no sé cómo decírselo, me gustaría que a él se le hubiera ocurrido antes. ¿O es acaso que no nos quiere? ¿Qué, no le importa si comemos o no? Yo no encuentro otra salida, si esto sigue así nos vamos a morir.

Noviembre 11, 1832

Ella dice que si no hacemos algo pronto no vamos a sobrevivir este invierno, pero me estoy quedando sin opciones y la sugerencia de mi esposa es impensable. Como impensable también es que mi bebé y ella mueran de hambre.

¿Será que ella tiene razón y lo único que me queda de valor es mi alma?  ¿Será que la única solución es entregarla a cambio de unas monedas? Durante esta temporada ha habido muchas muertes de jóvenes, de hombres y mujeres fuertes. Eso quiere decir que los pecados que se han cometido en el pueblo son imperdonables y que la única solución es entregar un alma, ¿será acaso que tendrá que ser la mía?

Noviembre 20, 1832

Lo he decidido, por la mañana iré a ver al párroco para decirle que yo voy a ser el nuevo devorador de pecados y que estoy dispuesto a sacrificarme por el pueblo. Seguro que, con ello, las muertes se van a detener. La oferta será demasiado tentadora y seguramente me van a pagar bastante con tal de que los pecados no afecten a los ricos. Con esto le entregaré a Dios mi alma a cambio de las del pueblo, pero mi corazón se queda con mi mujer y mi hijo, que merecen una vida mejor.

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Parece ser que él ya se convenció y por la mañana irá con el párroco para convertirse en el nuevo devorador de pecados. Me siento rota, dividida entre el alivio de poder alimentar al bebé y ver cómo es que él condena su alma por nosotros. He querido aparentar delante de él que soy fuerte y que Dios va a considerar los motivos, pero, la verdad, tengo mucho miedo.

Noviembre 21, 1832

Como lo esperaba, el sacerdote no pudo rechazar la oferta, así que me explicó cuál es mi papel: una vez que el cuerpo ya está preparado, yo recito la oración: «Te doy alivio y descanso ahora, querido hombre. No vengas por nuestros caminos o a nuestros prados. Y por tu paz empeño mi propia alma. Amén». Después, pondrán un pan y un cuenco de cerveza sobre el difunto y yo tengo que comerlo y beberlo lo más rápido posible.

Por la tarde, fue mi primer funeral. Como me indicó el sacerdote, declamé la oración y después pusieron un pan bastante grande sobre el cuerpo tendido de un joven que murió al medio día. Sabía que ya tenía que comerlo, pero al principio dudé pensando qué clase de pecados lo llevaron a esa muerte tan prematura. Luego, el sacerdote me miró fijamente e hizo señales para que comenzara a comerlo, así que tomé el pan y, sin pensarlo más, le di la mordida más grande que pude y seguí hasta terminarlo. Después pusieron un cuenco grande de cerveza para que lo bebiera, ¡Ah! ¡La cerveza fue lo mejor, ya había olvidado ese sabor!

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Él llegó con seis peniques, verduras, pan y hasta un conejo a la casa por la noche y me los entregó con mucha emoción. Traté de fingir que estaba también feliz de recibir los víveres y el dinero, pero no dejo de pensar que quizá el precio fue muy alto. Yo fui la que sugerí que él hiciera el sacrificio, así que no puedo dejar que él me vea titubear.

Noviembre 25, 1832

Murió el hijo del dueño de la casa más grande del pueblo, así que esta vez, la paga fue mucho más. También el pan y la cerveza estuvieron mejor, inclusive esta vez pusieron también un gran vaso de leche para que lo bebiera, así que supuse que tendría más pecados. Y por supuesto, mientras más recursos, hay más formas de portarse mal.

La verdad es que yo no me siento mal: estoy satisfecho con la comida y la bebida, y contento con la paga. Sé que mi mujer e hijo también están mejor. ¿Será que en algún momento voy a sentir el efecto de todos los pecados en mí?

Enero 25, 1833

Durante el funeral del día de hoy, el pan sabía mejor que nunca y la cerveza me llenó el estómago y el espíritu. Cada día espero con más ansias volver a comer y a recibir esta paga tan rápida y sencilla con la que mi familia cada vez está más contenta.

Estoy seguro de que es por eso que no he cambiado en absoluto, y que no me ha afectado ninguno de los pecados de los finados, por más fuertes que hayan sido.

Marzo 13, 1833

No sé cómo es que dudé para tomar este trabajo, creo que es lo mejor que me ha pasado, y aunque a nadie le puedo confesar, los alimentos con pecados saben bastante bien, ¿será que también es rico comerlos y no solamente cometerlos?

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Estoy muy preocupada, veo a mi marido cada vez más serio y más distante. Yo creo que el trabajo de come-pecados le está pesando; seguramente, le afecta el sacrificio enorme que implica dar su alma y me da miedo que acabe por echármelo a la cara. Me aterra pensar que no es solamente él y que mi alma está también condenada.

Julio 10, 1833

Ya conozco el sabor del pan, la cerveza y la leche llenos de pecados y, aunque no se lo pueda decir a nadie, me gusta. Si es que así saben los pecados y si ya he condenado mi alma, me pregunto: ¿qué sabor tendrá el pecador?

Mirtha Gómez (México, 1986). Escritora. Tiene un gran gusto por la literatura y las artes en general.