Volver a ti

Yanier H. Palao

Arte: Aurora Quiterio

Cuando me hablaste por primera vez, yo estaba encima de unas tablas que alguna vez estuvieron barnizadas. Miraba el árbol de grosellas, tu voz entró. Volver a ti. Tú diciéndome, cuando llegaste a este país, un 18 también. Volver a la pregunta que siempre me he hecho: qué es lo que busco, por qué estoy aquí. ¿Por qué miro los cristales hirientes de las botellas rotas empotradas donde terminan los muros? Y más arriba de esos cristales, alambradas con electricidad. Tanta protección me asusta. Dentro de estos patios tapiados siempre merodea un perro que respira fuerte al sentir mis pasos. Un puente, una mujer que avanza por él. La fuerte construcción parece que colapsa; debajo el asfalto, la ciudad. Esta ciudad, este país, están hechos para el abrigo. La lluvia es suave y al fondo las montañas protegiendo y encerrando, haciendo que todos miremos al cielo, porque aquí es imposible disfrutar de la línea del horizonte. El frío me cuartea los labios, la piel de los codos se reseca; esta ciudad hace que sangre por la nariz. Avanzo por las empinadas calles… pareciera que la luz no fuera fuerte pero el sol quema; también hay frío. Quiero morder este momento, desprenderlo del hueso de la existencia, desmesurar la carne, tener consciencia de que me estoy matando, de que me he ido asesinando en la medida que soy más sincero. Esa sensación la tuve al oírte, tú también te has apuñalado. Al escucharte, olfateé el mar, el vaho repulsivo del mar de la Habana; tantos ahogados en él. “Una salmuera para conservar los cuerpos”, como me dijo mi hermana cuando estudiaba Medicina. Qué ciencia más humana y más cruel. El ajuste, la sintonización, ¿acaso sexo? No. Ella llegó un 18, igual que yo. Y eso es lo que se repite en mi cabeza. Traía unos zapatos de tela roja y una blusa escotada, a pesar del aire. Llevaba un perro y me miró, para hablarme de lo que aún no ha conquistado, pero se detuvo. En nosotros la única derrota: ninguno de los dos ha logrado alcanzar la batalla. Hace tres horas atrás y veinticinco días que he visto cómo las mujeres e maquillan en el bus, cómo se aplican una gruesa capa de polvo facial, aislándolas. Esta ciudad es femenina. Es más bien útero, vagina enquistada en medio de los Andes. Vi a una joven curvear sus cejas con el borde de una latica de mentol, esa maniobra hace que los pelos crezcan. Estoy entumecido, sigo sangrando por la nariz. Las noches parecen apacibles, me pongo otro abrigo. Solo luces, una encima de las otras, por las quebradas. Camino por los altos y modernos edificios, en yuxtaposición con las cimas de las montañas y las nubes. Esta ciudad, al parecer, siempre ha estado en diálogo con la exuberante naturaleza que le rodea. En una esquina una mujer indígena vende granos, semillas, fragmentación contenida en pequeños platos de un material sintético. Los cristales oscuros de las modernas construcciones no me recuerdan nada la identidad de este país. El color de la zona es más bien gris, a veces de una azul metálico, tono que favorece el resalte, el colorido de las vestimentas de las mujeres indígenas. En sus blusas, en los bordados: aves, flores, muy alegres y festivas; sin embargo, su mirada es de resignación, como si algo las obligara a usar esas prendas, como a nosotros, que aún sabiendo de nuestro fracaso, de nuestra incapacidad, tratamos, buscamos, sin ningún resultado, cómo arder sin consumirnos. En las afueras de la ciudad, al norte, están las fincas que cultivan unas de las mejores rosas del mundo, la feminidad, la belleza efímera se exporta. Estoy ecualizándome con este ambiente. Las rosas de por aquí pueden durar, sin marchitarse, hasta cuatro semanas; la mayoría de quienes las cultivan son mujeres. La luminosidad y los rayos de sol que caen perpendicularmente sobre ellas hacen que tengan un color más intenso, saturado; esa misma luz, ese mismo sol es el que produce cáncer en la piel en cientos de personas que habitan la ciudad. Ayer en la noche apacible, más bien aburrida, una mujer fue asesinada en un bar, cerca de donde vivo. Por lo que dice la nota de prensa, todo empezó como a las 11:45 de la noche; yo a esa hora miraba un gato vagabundo, y lo miraba tratando de sellar, de una vez, todo lo que se me escapa, como si lo que quisiera se licúa y no puedo retenerlo, y mi mejor opción es decir adiós.

Yanier H. Palao (Cuba, 1981) Escritor y artista visual. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, ha publicado los cuadernos de poesía: Sombras del solo (Ediciones Holguín, 2005), Peces en bolsas de nylon (Ediciones Ávila, 2009) Música de fondo (Ediciones La Luz, 2010), A la intemperie (Ediciones Holguín, 2011), Vaciados (Ediciones Aldabón, 2011) por los cuales ha recibido diversos reconocimientos, entre otros. Recibió la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, dirigido por la escritora Reina María Rodríguez, en 2016. Recientemente, publicó Óxido (Letras Cubanas. 2018) y es director de arte de la editorial PlumAndina.