Roland Barthes, un enamorado que habla de amor

Arte :Mariana González

Douglas Bohórquez

                                                         “La infancia y el amor están
hechos de la misma materia:
el amor satisfecho es el paraíso
del que la infancia
me ha dado su idea permanente”;

                                                                                Roland Barthes

1. Un nuevo arte de la lectura

Roland Barthes (1915-1980) fue uno de los más importantes ensayistas franceses. Crítico literario y semiólogo, su escritura siempre renovadora rompió, sin embargo, moldes o esquemas. Escribió en vida más de quince libros imprescindibles en lo que respecta al conocimiento de la literatura, de la semiología y de diversos sistemas de signos como la moda, el mito, la fotografía o la retórica antigua. Fragmentos de un discurso amoroso(1977) es uno de ellos pues renueva la perspectiva de interpretación del amor. Al lado de libros como El amor y occidentede Denis de Rougemont o de La llama doble. Amor y erotismo de Octavio Paz es una de las más significativas tentativas de comprensión del discurso amoroso.

Barthes siempre hizo libros diferentes. Si creaba un método de análisis luego lo abandonaba para inventar otra cosa. Fue un subversivo en las áreas o campos de trabajo a los que dedicó su atención. Por eso, más que un estructuralista, fue un desconstructor, alguien que emprendió  una indagación crítica de los sistemas de signos o de los textos y discursos como exploraciones del sentido, y de los procesos de significación que les otorgaban su inscripción  en la esfera de la cultura y de la vida social. Pero quien escribió libros como El placer del texto (1973) o Roland Barthes por Roland Barthes (1975) no podía ser sino un escritor, es decir alguien con la sensibilidad educada en la práctica de la lectura de la mejor literatura francesa o europea. Y eso nos enseñó Barthes: más que un método, un nuevo arte  de la lectura, tal como lo propuso Montaigne en su tiempo. Cada libro suyo se aparta de la tradición crítica o lectora para abrir nuevos caminos en los campos de trabajo antes mencionados.

2. Fragmentos de un discurso amoroso

Su exploración del discurso amoroso no escapa a esta idea de la renovación y de la diferencia crítica. Una lectura crítica que es siempre imaginativa, creadora, ensayística, dada al ejercicio de una argumentación pautada por la agudeza intelectual y la sensibilidad, en la que bien pueden aliarse razón lógica y experiencia subjetiva. En este sentidoFragmentos…, como ocurrió con libros suyos anteriores, nos deja perplejos, pues se aparta de lo que ha existido antes en la tradición de los tratados de las pasiones o de las filosofías o teorías psicológicas o sociológicas acerca del amor. Nada de eso es Fragmentos…, tampoco historia o biología del amor. En realidad, este libro no es un libro sobre el amor, es un discurso en fragmentos, como su título lo indica, de un enamorado. Lo que Barthes propone es la simulación de la voz de un enamorado que construye un repertorio de figuras lingüísticas (muchas de ellas estereotipos) en torno al amor.

Estas figuras, nos dice el propio Barthes, suelen manifestarse en los pliegues del lenguaje como frases hechas: refranes, cantinelas, versículos de uso común entre las parejas de enamorados. Lo que persigue nuestro autor es la interrogación de ese mito del amor que se propone retratar este alfabeto de figuras y formas lingüísticas usadas como clisés y secretamente ligadas al orden inconsciente de «lo imaginario».  De allí que señale que el discurso amoroso es, por lo general, “una envoltura lisa que ciñe a la Imagen, un guante muy suave en torno del ser amado…”[1] Las relaciones amorosas parecen tejerse en nudos hechos de pequeños incidentes, celos, incertidumbres que hacen desplegar ese lenguaje codificado de frases como “¡te amo!”, “¡eres adorable!”, “¡pienso en ti!”, “quiero comprender(te)” o “¡tengo el corazón oprimido!” La carta de amor es una de la formas «literarias» del amor ligada a figuras emblemáticas de lo sentimental, como el «corazón», que despliegan esta retórica codificada de lo amoroso a la que alude el autor.

En el cruce entre experiencia, teoría y lenguaje, la mirada de Barthes es privilegiadamente existencial, opuesta a consideraciones ontológicas o metafísicas. Mira al amor desde su propia experiencia de sujeto amoroso sin olvidar la premisa semiológica de que, en un discurso poliédrico como este, todo significa: gestos, guiños, miradas, silencios, palabras, frases. “¿Qué pienso del amor?” se pregunta, y él mismo responde: “En resumen, no pienso nada”, y agrega: “Querría saber ‘lo que es’, pero estando dentro lo veo en existencia, no en esencia”[2].

Como todo enamorado, el autor se sabe ligado a imágenes que le devuelven en el otro, amado o amante, su propio rostro, y por lo tanto se reconoce sujeto especular de «lo imaginario». Por otra parte, el libro es fragmentario en diversos sentidos, no sólo porque el amor, dada su complejidad, es un discurso que se resiste a una perspectiva totalizante, sino también porque fue concebido y escrito como un diario en el que la reflexión acompaña la experiencia personal. En este sentido, dado que el amor, de algún modo, una trama (de anécdotas, de peripecias, de sentidos) el libro tiene mucho de novelesco sin la novela. De algún modo se trata de desconstruir esta trama de emociones y sentimientos en la que se pone en escena la figura (novelesca) del enamorado. Barthes siempre tuvo una predilección por la escritura en fragmentos, pues veía en ella una cierta subversión de formas establecidas y conclusivas, de verdades únicas o de significados finales, tales como la disertación o el artículo académico.

En una entrevista, el propio autor confiesa que su libro recoge mucho de sí mismo pero también fragmentos de conversaciones con sus amigos, a la vez que citas del Werther de  Goethe o “lecturas culturales que hice, de los místicos, del psicoanálisis, de Nietzsche…”[3] Fiel a su vocación de semiólogo, Barthes comprendió que el discurso amoroso es un discurso arduo, de diversas facetas o aristas, cuya comprensión escapa a un único método o disciplina de análisis. Una de estas facetas tiene que ver con la dimensión erótica y, por lo tanto, con la dimensión sexual del amor.

El lenguaje del enamorado es como una piel sensible a los deseos del otro y, por lo tanto, a sus signos secretos. En este sentido, la atracción erótica, el «flechazo» de amor, por lo general comienza a través de una imagen que tiene mucho de especular y suele llevar al galanteo. Este tanto puede expresarse en una mirada como en algunas palabras o en una imagen a las que responde el amante o la amada. Suerte de «relación sin orgasmo», Barthes califica a este cortejo erótico como un «coitus reservatus»[4], y lo vincula con la fascinación que el cuerpo deseado o amado expresa.

El drama amoroso no solo es un drama sentimental; es igualmente un drama de lenguaje oscilante entre las trivialidades, la angustia y la obsesión. Querer escribir el amor —dice Barthes— “es afrontar el ‘embrollo’ del lenguaje: esa región de enloquecimiento donde el lenguaje es a la vez ‘demasiado‘ y ‘demasiado poco’, excesivo… y pobre”[5]. Es precisamente esta amenaza de lo trivial, lo obsceno o lo sentimental, uno de los aspectos que hacen difícil la escritura amorosa, pues la hacen susceptible de deslizarse hacia lo cursi o lo melodramático. Distante de una supuesta y permanente felicidad que pudiera otorgar el amor, Barthes no deja de señalar la experiencia dolorosa, de sufrimiento, que como pasión a veces desgarradora, le es inherente.

Consciente, por lo tanto, de que el amor es también sufrimiento, el autor observa que el enamorado asume en ocasiones ritos de expiación. Puede, si se ve abandonado, convertirse en una persona triste, cortarse los cabellos, adoptar una vestimenta de luto, tornarse un poco loco, melancólico o histérico. La melancolía, lo sabemos, suele muchas veces acompañar el sentimiento amoroso, tal como lo confirma la poesía, los relatos o las canciones de amor. Hecho de paradojas, el amor es un discurso de sentimientos encontrados: la alegría o la euforia se alternan con episodios de abandono, de celos o de angustia. Desubicado, fuera de todo sistema, el enamorado, como fugitivo de su identidad, busca en el otro una imagen que lo reconcilie consigo mismo. Como un niño desconsolado porque ya no tiene el seno de la madre, el enamorado busca reconciliarse en sus sueños. Vuelvo al epígrafe: el niño que fuimos está de algún modo para Barthes en el enamorado(a) que somos

Bibliografía

—Barthes, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo XXI, 1998.

———————, El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980, México, Siglo XX, 1983.

Douglas Bohórquez (Venezuela, Maracaibo, 1951) Escritor, ensayista, crítico de literatura y profesor de la Universidad de los Andes. Parte de su trabajo ha sido publicado en publicaciones como la Revista Nacional de Cultura y Casa de las Américas. De su obra poética se destaca: Vagas especies (Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 1986), Fabla del oscuro (Monte Ávila Editores Latinoamericanos, 1991), Árido esplendor (CDCHT de la Universidad de los Andes, 2001), Calle del pez (Monte Avila Editores Latinoamericanos, 2005), Como un discípulo del lobo (Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2011). Algunos de sus textos fueron seleccionados por Javier Lasarte para ser publicados en la antología 40 poetas se balancean (Fundarte, 1991), así como en la Antología de poesía venezolana (Panapo, 1997) de Rafael Arraiz Lucca. Recibió el premio “Fernando Paz Castillo” en 1985.


[1] Barthes, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo XXI, 1998, p. 46.

[2] Ibíd., p. 66.

[3] Barthes, Roland, El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980, México, Siglo XX, 1983, p. 292.

[4] Ibíd., p. 82.

[5] Ibíd., p. 121.