Gloria Susana Esquivel

Llamada de larga distancia
Recibo un mensaje que anuncia su viaje de regreso.
Lo leo y entiendo lo que somos. Nada más que una tentativa de
dibujo. Geografías virtuales y silencios,
una placa continental antigua, tejida en magma y tierra seca, de
esas que se han borrado del atlas.
Suena el teléfono.
Con cada timbrazo me reviste el poder de un vidente
y mientras me habla desde su isla veo —en cada pedazo de
nuevo mar donde anteriormente se imponía el continente— todos
los años que ya pasaron.
Me anuncia que por fin compartiremos coordenadas.
Del otro lado de la línea promete que me hará un collar con las
escamas de una serpiente.
Dice que acamparemos cerca al mar,
cazaremos tortugas con la boca y roeremos con nuestras muelas
la parte más gruesa de la montaña.
Tomo el teléfono con la lengua como si quisiera besarlo.
En lugar de lamer sapos, lamo la incandescencia de la pantalla.
Soy capaz de ver el futuro. La adivinación continúa:
Volverá y por un tiempo viviremos en el mar. Repetiremos la
misma rutina durante meses.
En las mañanas hundiremos la nariz en la arena.
En las tardes bordearemos la costa persiguiendo cangrejos.
En las noches veremos televisión agropecuaria. También
acumularemos libros debajo del lavaplatos.
Luego él viajará de vuelta a casa e intentará olvidarme en cuatro
actos, cada uno anunciado por un huracán con nombre de mujer:
Auralís Indira Karina Marisol
Pasarán cinco inviernos antes de que vuelva a llamarlo.
Bucearé entre las profundidades de toda esa vida juntos que no
hicimos.
Llegaré hasta a él con la piel de un tiburón como ofrenda.
Le escribiré. Me besará. Y resistirá el sabor seco de la montaña
que alguna vez se asentó sobre nuestras muelas.
Tal vez este sea el lugar del fuego
Muy cerca de mí, al lado o encima, una voz ronca repite un poema de Keats sobre
el fuego
y yo solo río y murmuro una canción
fire fire bla bla bla.
ya pasó, ya la vida nos salió al revés y solo queda esto:
Una voz que cuenta una historia sobre un caballo
y que escucho adormilada, con los ojos secos.
Por fin tengo los oídos dulces.
Una voz que dice que nuestra piel es como la de los reptiles.
Es inevitable que se junte. No podemos estar lejos.
Unas manos dentro de mi falda que juegan al que pasaría si…
Cada respuesta que doy es más perversa y más obscena y más deshilvanada.
Me calienta que hablemos de nuestros hijos.
Una voz que susurra el complot de un asesinato. Me habla de su gusto por el
sacrificio humano.
Hoy soy la señora de la casa. Adulta responsable que sonríe entre el desmadre
de discos viejos y la vida.
Reímos como locos, la voz y yo reímos como locos, imaginando perros
mongólicos mientras
el amanecer rasguña la fiesta.
Nos vamos juntos, a que estar juntos nos pase un rato.
Tomo una foto para no olvidar este océano.
Recito para mí
a word
exploding from you in gold, crimson
To be lit up from within
vein by vein
To be the sun.
Tomo una foto. Tomo una más y otra y otra de ti hablando. Luego escribo.
El lugar queda acá, entre la foto y la bruma.
El lugar del fuego.
Un verdor
Vida hoy en su verde más verde. Vida acá en su verde más verde.
Verde efervescente que pareciera reverdecer con cada palabra, como si la vida brotara en cualquier rincón de la noche, como si fuera tan fácil cuidar de la vida —solo luz del sol, agua y calor, dice él—. Y la fuerza de la madrugada y la fuerza de las palabras y la fuerza de un cuerpo incesante que pide bailar porque es inquieto, porque busca sanar, porque reverdece en sus heridas y porque de sus heridas brota la vida como si fuera así de fácil. Como si la vida verde estuviera aguardando, escondida, detrás de un tumulto de palabras y de heridas y cimientos que se mueven porque necesitan moverse, y con cada rama que se agita, con cada rama que baila, aparecen nuevos animales anunciando que llegará el fin del miedo y con él la vida. Y la dulzura y el calor y el pelaje de unos gatos que parecieran estar amaestrados por un hechicero que sabe hablar con ellos y que los mantiene vivos.
Otra vez la búsqueda incesante por salirme un rato de mí.
Él dice que no entiendo a los gatos y que por eso llega la fobia. Yo le digo que tiene razón y que no hablo planta y que por eso se secan. Y él repite luz del sol, agua y calor, como conjuro para todo aquello que es verde y yo pareciera colmarme de preguntas y palabras y de excesos y me siento efervescente, me siento ligera, me siento reverdecida
y voy un rato a la cocina y bailo.

Gloria Susana Esquivel (Bogotá, 1985). Periodista, poeta y traductora. Posee un Máster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Autora del libro de poemas El lado salvaje (Cardumen libros, 2016) y de la novela Animales del fin del mundo (Alfaguara, Neón Ediciones, University Texas Press, 2017). Ha colaborado en medios colombianos e internacionales y actualmente tiene un podcast sobre feminismo y cultura con la revista 070. Sus cuentos han aparecido en la antología de narrativa colombiana Puñalada trapera (Rey Naranjo, 2017) y es profesora de la Maestría de Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo. Desde hace ocho años tiene un proyecto de escritura personal que puede leerse en http://juradopormadonna.tumblr.com/archive.