June Miller (Poemas)

Lucía Estrada

Arte: Gabriela Lucas

June Miller

Mis gestos se complacen en la máscara,
en el viento feroz de no ser para nadie.

Me adorna el amor que no siento
como Salomé con todas sus joyas
y extraños perfumes.

Simulé olvidarme
frente a un mundo de puertas cerradas.
Reí tantas veces y deliré
bajo la transida Nínive,
acantilado de ovejas y verdugos.
Pero luego, sí, pero luego, estatuilla lunar,
mi cabeza fue arrancada
por la cruel guillotina del desamparo.

“La flor está en mis ojos”, dicen las bellas mujeres,
y el veneno circular en la punta de los dedos
siempre enrojecidos por el peso de la savia,
fruto ambulante,
corteza, fisura hiriente.

Vuelve, oh tú,
perfecta cuanto más alevosa,
fija con alfileres en mi mano
el nuevo destino.
Escribe, gitana,
que viajaré por vastas regiones,
que la tierra inundará mis pasos,
que la noche se hará boca de lobo
en la que pueda entrar y ser la torre imantada
que busca el rayo
desde lejos.

El silencio me toma del brazo
y como al niño ciego me conduce.

Algo en mí percibe su brillo de abeja misteriosa,
su enorme cuerpo invisible en el que palpitan
la sangre de antiguos dioses, los árboles de la infancia,
el mar de lo desconocido.

Queda su temblor en el aire.
Puedo tocarlo,
palpar sus formas, escuchar el sonido que produce
al entrar en el cuerpo vivo de una palabra,
la oscura vibración del silencio
                      cuando mi corazón
pulsa sus cuerdas.

Trazos

Hay una línea, entre todas las que elegiste, en la que empiezo a desaparecer. Y como el viento que mueve sin descanso las ramas de los árboles, vuelvo del fin a mi nacimiento. Basta un sólo gesto de tu mano en el vacío para poner en marcha esta nueva perplejidad de horas, de minutos, de sombras que se consumen… Camino alrededor de mí misma. Nada que interponga un límite, pero bien sé que cada paso lo guarda el invierno. Si enciendo una llama es para no perderme; si ante la luz cierro los ojos es para que viva en secreto tras los párpados. Cada cosa que haya existido, volverá a abrirse paso entre la hierba. Pero no sin riesgo. Aquí y allá todo cruje. El corazón siempre estará a la altura de su muerte. Cruzará para ella el aire, el agua, la herrumbre… La tinta negra de un mar negro va de tus manos a mis manos, aprieta el anzuelo, escupe palabras incomprensibles.

Pero he aquí que empiezo a desaparecer. La oscura línea continúa su curso. Tres vueltas de llave, y el cuerpo sentirá sus fantasmas, su sangre espesa, su absurda forma interior…

Aire, sangre, formas… palabras que agotan su estrella, círculos protectores que recuerdan cruelmente el tiempo de los sacrificios a un dios tan impalpable como el deseo de volver.

Piedra, arena, abismo. El silencio que sigue a todo estallido, a todo grito de guerra, a toda tempestad, se confunde con el mío, precario y blanco. Pero, ¿quién dice que estoy en el mundo? ¿Quién dice que este día es sólo un día y no me pertenece?

Lucía Estrada (Medellín, 1980). Poeta. Autora de La Noche en el Espejo (Fundación Gilberto Alzate Avendaño, 2010) y Las hijas del espino (Cobalto Ediciones, 2006) por los que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá (2010) y el Premio de Poesía Ciudad de Medellín (2005), respectivamente, entre otras obras. Que le han merecido, incluso, apoyos importantes como la Beca de Creación en Poesía (por Cuaderno del ángel) y otros reconocimientos. Ha sido traducida al inglés, francés, alemán, portugués, sueco e italiano. Próximamente la editorial Eulalia Books de Estados Unidos, publicará una edición bilingüe de Katábasis, en traducción de Olivia Lott.