
Manuel de Jesús de Corral
Epístola a una amistad literaria: SobreLa lección de Steiner[1]
Estimado amigo Demian Ernesto:
¡Cuánto me alegro de habernos encontrado aunque sea por este medio! Y me alegran también sus juveniles emprendimientos intelectuales. El texto que ahora me obsequia es una delicia: ensayo con altura literaria y, para más, con elevación poética. No se cuente entre los poetas sin poemas. Su lectura ha mitigado la dolorosa experiencia de esta pandemia. Rebasa mis expectativas de alguien que pasó por mi [j]aula. Su lectura me ha cuestionado e invitado a revisar mi vida y mi desempeño dentro y fuera de esa [j]aula. Me confirma en varios temas que me han perseguido, y beneficiado, por años. Menciono algunos que he encontrado a lo largo de su texto:
La duda, que, en sus palabras “habla bien de mi salud mental”. Cierto. Con Husserl siempre he procurado poner entre paréntesis muchas de mis seguridades circunstanciales. En mis tareas cotidianas he procurado adoptar, procuré hacerlo en mis largos años de docencia, actitudes críticas y autocríticas para superar o enmendar mis errores. Cuando usted pregunta ¿No se nos debió enseñar que la primordial cualidad del pensamiento es dudar? me vinieron a la mente las ideas de Simón Rodríguez, José Enrique Rodó y otros nuestroamericanos me que confirman en las bondades de la duda. Duda, crítica y autocrítica me han ayudado a avanzar. Le cuento: leía hace tres o cuatro años el libro La Vida Interior de Ginette Paris. Interesantísimo. Cuestionó mis seguridades y me movió el piso. Esa fue mi respuesta a la pregunta de un compañero maestro sobre mi lectura. Y repreguntó: ¿Y a estas alturas dejas que te muevan el piso? Sólo atiné a contestar: sí, porque de lo contrario corro el riesgo de ser víctima de mis esquemas mentales y afectos. A pesar de lo antes dicho, quizás en mi docencia pretendí sembrar más certezas que dudas. Y quizás me empeñé a enseñar «a repetir más que a disentir». Error. ¡Cuánto lo lamento ahora!
Cabe destacar su propuesta de establecer una nueva sentimentalidad. Ya en mi tesis de maestría advertía yo sobre la necesidad de aprender a pensar-sentir y utilicé el término sentipensar. Esta idea se reforzó cuando leí en Edith Stein (fenomenóloga asistente que fue de Edmundo Husserl) el concepto pensamientos del corazón. Sí, apoyo definitivamente su propuesta de una nueva sentimentalidad. Algo intenté decir en mis libros Cuerpo, comunicación y sensibilidad y Entramados de la Comunicación en América Latina.
En mi formación y en mi producción bibliográfica el silencio, y su necesidad, ha ocupado un lugar central. Internalicé bien el verso: “Dichosa soledad, silencio amado…”. En la sociedad del ruido y de la prisa, ¡cuánta falta hace saber hacer silencio! El silencio habla y equilibra el uso de la palabra. Al respecto he escrito varios textos que circulan en algunas publicaciones. Recuerdo dos: El valor comunicativo del silencio y Hombres y mujeres con luz adentro. Y sí, coincido con usted en que «si aprendemos nuevamente a dar un valor a la palabra, así como al silencio, habremos hecho mucho». Sí, dejemos “¡hablar al silencio, ese es el Paraíso!” En cuanto a la risa y al sentido del humor, a alumnas o alumnos que sabían sonreír les decía: nunca pierda esa sonrisa. Dice usted bien que reír es un arte y ello requiere tener sentido del humor, hasta para reírse de uno mismo.
En mis clases de comunicación estuvo latente su atinada pregunta: ¿por qué no comenzar a pensar desde la diferencia y no desde la competencia? Siempre insistí en que a la competencia habría que contrarrestarla con las relaciones de cooperación o, como aprendí de los zapatistas, con la compartencia.
Qué bellas y razonables son las ideas que usted vierte sobre la utopía. La utopía invita, en efecto, a la duda y a la curiosidad. Estoy convencido de que trabajar en el ámbito teórico de la utopía es socialmente productivo. Aunque nunca sea realizable en su totalidad la utopía ayuda a caminar. Estupendo el rescate que usted hace de Montaigne acerca de que “las utopías, si bien nunca se alcanzan, nos sirven de guía, igual que las estrellas». Pugno por una utopía como expresión de la esperanza, acompañada ésta de su hermana menor (Paul Claudel dixit), paciencia, y que dé entrada a nuestra vida al humor y a la risa. Recuerdo que a mis alumnas y alumnos que siempre me regalaban una sonrisa les sugería que nunca perdieran, como dije, su capacidad de sonreír. Finalmente hay que ir aprendiendo a vivir con congruencia, aunque en ello nos vaya la vida.
Y una cosa más. Es atendible su acertada observación acerca de las letras clásicas. Coincido plenamente con usted. Cito en su totalidad el párrafo porque me encantó: “La importancia del griego clásico y el latín es puesta en entredicho en estos días. Hablar una lengua muerta es casi inútil para el mundo laboral y práctico. Posee, más que otra cosa, el carácter ligado a la herencia, así como a la tradición. Para muchos de los que amamos la poesía, hay realmente pocas cosas que superen a la Ilíada, ¿qué se compararía a escuchar el canto del ciego en su idioma original? A veces me sueño inserto en la guerra de Troya donde soy partícipe gracias a la lengua. Steiner considera imposible acceder al conocimiento pleno de nuestros idiomas modernos si no hacemos una parada antes en Atenas y Roma. El regreso al origen para comprendernos, nuevamente…”. Por las mismas razones que usted aduce, el griego y el latín no son ‘lenguas muertas’. Me resulta una ofensa catalogarlas así. Dígamelo a mí que dediqué veintinueve años a la enseñanza de griego. Gracias Demian por este regalo que me ha hecho. Habrá de llegar el momento en que nos encontremos cuerpo a cuerpo. Espero firmemente que, a pesar de los pesares, la humanidad vencerá a este bicho inmundo que nos mantiene físicamente separados. Y entonces habrá espacio para un abrazo solidario. Lo felicito por este su primer hijo y le deseo lo mejor.
[1] Demian Ernesto, La lección de Steiner, Ediciones Digitales Punto de Partida, Dirección de Literatura, UNAM, México, 2019.

Manuel de Jesús de Corral ( ) . Estudió filosofía en el Instituto Libre de Filosofía (1961), periodismo en la Escuela Carlos Septién García (1974) y periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS)-UNAM (1980). Tiene la maestría en Ciencias de la Comunicación en la FCPS-UNAM (1986) y Doctorado en Estudios Latinoamericanos, con énfasis en filosofía, en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM (1994). Entre sus publicaciones, destacan La Ciencia de la Comunicación en México, (Trillas, 1986). Comunicación y Necesidades Radicales, (Premia Editores, 1988), Cuerpo, comunicación y sensibilidad (2009, UACM) e Interioridad y Transformación Social. Una Lectura desde la Ladera Sur (Abya Yala, 2015). Ha sido miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y en 1998 recibió el Premio Universidad Nacional en el área de Docencia en Educación Media Superior.