El suplemento México en la Cultura. Escaparate de una generación

Arte: Mariana González

Armando Gutiérrez Victoria

Durante mucho tiempo la historia de la literatura mexicana se ha construido en función del culto al libro. Este producto cultural se ha erguido como la consagración tan anhelada por una gran camada de autores contemporáneos; razón por la que los críticos se han centrado en su estudio, su tránsito y sus rostros. Se suele olvidar que la historia de la cultura y la literatura mexicanas se ha construido desde distintos bastiones, ámbitos diversos y medios dinámicos. Uno de estos espacios, recientemente recuperado por algunos investigadores, son las publicaciones periódicas. En este universo constituido por revistas, periódicos, novelas por entregas o hasta folletos, destaca el papel de los suplementos culturales en la conformación del campo intelectual y del canon literario mexicano del siglo XX.

La historia de las publicaciones periódicas es una pieza clave para reconstruir y conocer las condiciones que permitieron la consagración de ciertos nombres, obras o grupos que jugaron un papel importantísimo en las letras mexicanas del pasado siglo. Desde revistas como Contemporáneos hasta publicaciones como Vuelta, Taller y Diorama de Cultura han servido como escaparate, espacios de sociabilidad y medios de difusión de una gran cantidad de obras e ideas en el complicado medio cultural mexicano.

En este ámbito, indudablemente destaca el papel de un suplemento cultural insigne del siglo XX en territorio nacional: México en la Cultura. Esta publicación apareció cada domingo como el suplemento del diario Novedades en la capital del país. Durante mucho tiempo la mancuerna de Fernando Benítez (director) y Vicente Rojo (director artístico) moldeó la cara de las letras y las artes nacionales a través de sus páginas.

Esta aventura editorial nació el domingo 6 de febrero de 1949, cuando vio la luz el primer número del suplemento. Cabe destacar que Benítez había sido despedido recientemente del periódico El Nacional, el cual era el órgano de difusión del gobierno en turno. Su llegada a las salas de redacción del Novedades, según Víctor Manuel Camposeco, se dio en medio del cambio de propietarios del rotativo y de la voluntad de posicionar un periódico que no estaba del todo a la altura de sus competidores: El Universal y Excélsior.

Luego de más de diez años al frente del suplemento, en 1961, Fernando Benítez dejó su dirección y se llevó consigo a todo el grupo de intelectuales que se conformó alrededor de él. Su nueva casa fue la revista Siempre!; su nuevo nombre, guiño innegable de su propiedad intelectual, fue La Cultura en México. Se cerraba en aquel 1961 un capítulo crítico en la historia de la literatura nacional.

En el gran campo de los lectores mexicanos, muchas veces suele olvidarse la estrecha relación que establecieron escritores como Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Josefina Vicens, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Emmanuel Carballo, Alí Chumacero, entre otros, con un suplemento como México en la Cultura. Nuestras modernas prácticas, consagradas al libro como soporte ideal de la literatura, han olvidado que muchos de estos nombres comenzaron y se consagraron no en los tomos encuadernados, fetiches de la cultura letrada; sino a través de estas publicaciones, a través de una exposición masiva y más accesible como lo puede ser un diario.

Esta «mafia», como comúnmente se le conoció en la época, conformada por un gran número de plumas destacadas, logró una proyección insospechada a través de las páginas del suplemento. A tal punto que, puede decirse que la consagración de un escritor se resumía a la pertenencia de este grupo y a la posibilidad de publicar en sus columnas.

Interesa sobremanera el estudio de esta publicación, en la medida en la que la pensemos como un mecanismo de exposición de cierto campo intelectual de escritores en medio de la esfera pública de las letras y la cultura mexicanas. Este suplemento fue un producto cultural capaz de proyectar y exhibir la creación de una gran cantidad de artistas, que de otro modo no hubieran podido llegar a conformar ellos solos un espacio de enunciación que traspasara sus pequeños círculos intelectuales. México en la Cultura cumplía la función de acercar al lector promedio de Novedades a las actualidades en materia de literatura que había por estas tierras y por el mundo. Así también, gracias a sus páginas, vieron la luz adelantos de novelas clave como La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes o los primeros textos de un joven José Emilio Pacheco; por ejemplo, “De algún tiempo a esta parte”.

Otra veta de acceso interesa a aquellos estudiosos del diseño, la pintura y las artes gráficas. Vicente Rojo se encargó de delinear un discurso visual característico que rompía de manera abierta con la tradición muralista-nacionalista que por aquel momento vivía sus últimos momentos de esplendor. Las portadas de México en la cultura son experimentos arriesgados en materia de plástica que ponían de manifiesto la voluntad por innovar y encontrar una identidad propia en medio de las publicaciones nacionales. Todavía está pendiente un estudio que problematice los vasos comunicantes entre estas piezas y los textos que las acompañaban, ya que, en una publicación de esta naturaleza, la visión interdisciplinaria es un requisito indispensable para adentrarse en sus páginas y conocer todas sus posibles lecturas.

Una de las primeras preguntas que conviene hacerse es saber cuál fue la imagen que proyectaron estos escritores en el ámbito de la cultura letrada mexicana. En primera instancia, puede decirse que se preocuparon por mostrarse como un grupo de creadores en constante diálogo con las novedades internacionales. No sorprende encontrar alusiones a grandes escritores como Boris Pasternak, de quien se anunciaba el 31 de julio de 1960 un “Inédito castellano. Una novela corta de Boris Pasternak. El convenio de Apeles”. Así como artículos de la exponente francesa de la nouveau roman, Nathalie Sarraute, como “Tolstoi y la novela contemporánea”, del 30 de octubre de 1960. Del mismo modo, lucía sobremanera la pluma de un Henry Miller, con artículos como “Arts. Una atmósfera de asilo de locos”, aparecido el 29 de mayo de 1960 en sus páginas. Sin lugar a dudas, un lector de la época tenía la impresión de estar al tanto de las novedades internaciones en el mundo de la literatura. Simultáneamente, estos recortes incluidos en los números, posicionaban a sus creadores como escritores universales preocupados por el panorama extranjero y en constante diálogo con sus homólogos.

En el ámbito de Latinoamérica destaca la inclusión de textos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, César Vallejo, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Y a pesar de que probablemente en su mayoría fueron «colaboraciones involuntarias» —es decir, recortes de textos que originalmente aparecieron en otras revistas—, este fenómeno de concatenación donde, así como aparecía un texto de Agustín Yáñez o un texto de Henry Miller, también podía ver la luz un cuento de Borges (todo en un mismo número), vale la pena ser estudiado, puesto que propone una lectura integral de estos nombres como un conjunto articulado en una sola publicación.

De manera singular, destacan los lazos con los escritores españoles de la posguerra y con los escritores cubanos arrastrados por el tifón de la revolución castrista. Sobre los primeros, resalta la presencia de colaboraciones de Juan Goytisolo y su preocupación por analizar la realidad de la literatura española bajo el franquismo. Muestra de ello es un texto titulado “El realismo de los novelistas españoles irrita a los inquisidores de Francisco Franco”, del 8 de mayo de 1960. En ese sentido, la posición política que asumió el suplemento era abiertamente en apoyo a los escritores perseguidos por este régimen español que arrastró al exilio a muchas plumas. Por su parte, luego de los acontecimientos de la Revolución Cubana, Benítez fue uno de los principales promotores de sus artistas en territorio mexicano. Prueba de ello fue la presencia de unos jóvenes Carlos Fuentes y Elena Poniatowska en la isla, por aquella naciente década de los 60. Paralelamente, en las páginas de México en la Cultura se dieron a los lectores adelantos de novelas de Alejo Carpentier, poemas de Lezama Lima y artículos de Cabrera Infante. Nombres que años más tarde tendrían un destino paradójico en los avatares de los medios culturales latinoamericanos, pero que, mientras tanto, adornaron y se exhibieron en las páginas de esta insigne publicación.

Naturalmente, un fenómeno cultural de estas proporciones tuvo repercusiones trascendentes en la conformación del canon nacional. En ese sentido, conviene preguntarse hasta qué punto aquellos escritores que todavía hoy gozan de cierto renombre se vieron beneficiados por la exposición y proyección que esta publicación les proporcionó. Del mismo modo, conviene preguntarse si géneros como la novela y el cuento consolidaron un público lector en la segunda mitad del siglo XX como consecuencia de la constante promoción que este suplemento siempre dio a estas modalidades de escritura.

El análisis de México en la Cultura debe ser una regresión crítica que ponga de manifiesto un fenómeno con consecuencias que se extienden hasta nuestros días. ¿Sabía acaso este grupo de jóvenes inexpertos en materia de literatura las repercusiones que su aventura tendría en la conformación de las letras mexicanas? Probablemente, no; sin embargo, es posible identificar una voluntad por posicionarse como un campo capaz de armar un espacio de enunciación poderoso desde el cual hacer oír su voz.

Considero muy actual una discusión que se centre en el análisis de estas modalidades de publicación. Hoy en día, bajo condiciones distintas, todavía se vive algo de estas dinámicas. ¿Qué son, entonces, toda la gama de revistas, foros, blogs y canales de video que nacen cada vez más en las redes sociales, sino los nietos de estas empresas editoriales? Pienso que un fenómeno como México en la Cultura, quizá visto con desprecio por los altos jerarcas y críticos literarios del momento, comprueba hasta dónde puede llegar a incidir un grupo de «chamacos» con la voluntad de alterar las buenas prácticas de la literatura.

Conviene voltear a nuestra historia inmediata para comprender los fenómenos del presente. Conviene nutrirse de sus soluciones, estrategias y aprender de sus errores para explicar el hoy. Por su parte, los críticos tendrían que estar más atentos a estas modalidades que, sin darse cuenta, se les pueden ir de las manos y conformar un fenómeno rico y complejo en nuestro tiempo.

Los espacios de sociabilidad actuales y sus mecanismos de exposición se abren como un campo infinito e inquietante para la experimentación y el estudio del fenómeno literario. No sorprendería que, en un futuro, los estudios de aquellos especialistas atados en sus monasterios universitarios tornen la mirada a estos ámbitos y encuentren semejanzas y afinidades con estos grupos, descendientes directos de suplementos como México en la Cultura.

Tlalpan, agosto de 2020

Fuentes

—Bourdieu, Pierre, Campo de poder, campo intelectual. Montessor, 2002.

—Camposeco, Víctor Manuel, México en la Cultura (1949-1961). Renovación literaria y testimonio crítico. Conaculta, 2015.

—Delgado, Verónica y Rogers, Geraldine (eds.) Revistas, archivo y exposición. Publicaciones periódicas argentinas del siglo XX. FaHCE; Universidad de la Plata, 2019.

—México en la Cultura. Suplemento de El Novedades. (1949-1961). Base de datos personal.

Armando Gutiérrez Victoria (Ciudad de México, 1995). Actualmente cursa el Doctorado en Literatura Hispánica en el Colegio de México; ha editado el libro colectivo Cien años de cultura y letras en Excélsior (UNAM, 2020) y escrito el prólogo a la reedición española de El éxodo y las flores del camino de Amado Nervo (Ediciones Evohé, 2019). Además, ha colaborado en distintos seminarios de investigación dentro de la UNAM. Sus líneas de interés son el estudio de las publicaciones periódicas, la literatura mexicana y la literatura cubana de los siglos XIX y XX.