
Luis Antonio de Villena
Alfonso Reyes (1889-1959) ha sido uno de los grandes de las letras mexicanas de ese siglo —Octavio Paz quiso en parte seguir sus huellas—; poeta, narrador y un magnífico ensayista e investigador literario. Nacido en Monterrey, murió en México, D. F., con 70 años, después de haber vivido no poco tiempo, por cierto autoexilio o por tareas diplomáticas, fuera de su país. La sombra de su padre, el general Bernardo Reyes (cercano a Porfirio Díaz) pesó sobre él. El general Reyes no era precisamente revolucionario —con don Porfirio fue gobernador de Nuevo León y Secretario de Guerra y Marina—. Acaso por ello, en 1913, protagonizó un intento de golpe de Estado contra el presidente Francisco Madero, y el general Reyes murió ese mismo día en la plaza del Zócalo. Huyendo de un clima que le era hostil, Alfonso Reyes llegó a fines de ese año a la Embajada de México en París, donde le dieron un puesto con pobres recursos. Y en 1914, en una situación económica mala, Reyes llegó a España donde viviría y trabajaría —en Madrid— durante diez años consecutivos, llegando a ser entonces, principiando a ser, un gran personaje de las letras hispánicas. Trabajó en el Centro de Estudios Históricos, con Ramón Menéndez Pidal, y escribió y tradujo Manuales sobre Quevedo y Gracián en 1918. Un año antes su estudio, Góngora y La Gloria de Niquea. En 1919 publicó su versión prosificada del Cantar de Mío Cid. Escribió cuentos, poesía y un libro de imágenes madrileñas, titulado Cartones de Madrid, de 1917. Colaboró con muchos artículos en el célebre diario El Sol y colaboró en revistas tan notables como la Revista de Filología Española, la Revista de Occidente de Ortega (recién fundada) o la francesa Revue Hispanique. Además, fue amigo de Azorín, de Juan Ramón Jiménez, de Gómez de la Serna, de Unamuno o del gran Valle-Inclán que había estado en México; se carteó con amigos de allá, como Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Luis Martín Guzmán o Genaro Estrada. En 1924 —ya calmada la Revolución— regresó a México pero por poco tiempo, pues lo reclamaron puestos diplomáticos en París, Buenos Aires o Río de Janeiro. Reyes jamás olvidó su muy fructífera etapa española: ayudó a los exiliados y en 1939 presidió La Casa de España en México, que se convertiría después en el Colegio de México. En 1938 comenzó a construir esa casa/biblioteca que sería la «Capilla alfonsina» y en 1946 fue elegido miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Cuando Luis Cernuda pidió una beca para escribir el estudio que sería Pensamiento poético en la lírica inglesa, Reyes (que apenas lo conocía) lo avaló, y Cernuda tuvo la beca. Propuesto para el premio Nobel varias veces, nacionalistas e indigenistas —que jamás simpatizaron con Reyes— dificultaron ese camino, que tuvo como valedora a la chilena (Nobel ya) Gabriela Mistral. Mexicano de fuste y muy hispánico de mente y corazón, el gran universalismo, el saber y la calidad de Reyes, nacieron —con su parte de azar— en los 10 años que vivió en España, trabajando y conociendo mucho. Su despedida en 1924 (decía él) fue uno de los actos entrañables de su vida y no por el homenaje. Alfonso Reyes demuestra que España y México no están tan lejos.

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951). Poeta, ensayista, narrador, crítico literario, traductor y periodista español. Es licenciado en Filología Románica y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille (Francia). Su obra se ha traducido a diversos idiomas y cuenta con varios galardones literarios–el Premio Internacional de Poesía Generación del 27 (2004), y el Premio Nacional de la Crítica (1981) son algunos–. Entre su vasta obra podemos encontrar El viaje a Bizancio (Colección Provincial, León, 1979), La muerte únicamente (Visor, Madrid, 1984), y El afán desmedido (Universidad Veracruzana, Xalapa, 2017). Recientemente vieron la luz sus dos últimas obras: Las caídas de Alejandría (Pre-Textos, España, 2019) y Grandes galeones bajo la luz lunar (Visor, España, 2020). Actualmente, colabora en la Radio Nacional de España.