
“El desierto es la norma”, dice un poema de Raquel Vázquez (Begonte, 1990), como en los demás que, en su obra, tienen el presentimiento de la herrumbre, hablando de misiles, del desastre atómico, y de las palabras que se agostan, oportunamente, para recordar un fin. ¿Qué se recuerda? ¿Que el «hogar» de uno es “el tiempo que le falta”? ¿Aquel lugar de equívocos que va, «tiempo cangrejo», atrás y encima de nosotros, quienes no aprendemos a “tender la mano antes de lo absoluto”? No, no puede ser tan simple en una poeta que no cede al pesimismo, aunque este sea el abono de la abrumadora mayoría de plumas jóvenes (en cualquier época). Pero tampoco necesariamente a lo contrario. Sutileza o paradoja: estas parecen ser las claves de su voz, abierta a un mundo que es “apenas luz y sombra como siempre en desorden”. Y ese mismo caos, que se traduce en limpidez como en dolencia, sirve para que la poeta encuentre un modo de afirmarse, en donde no haya otras certezas, salvo el gris o el frío, y lanzar su imperativo: “seguiremos nevando”. Ha sido, pues, dicha virtud la que le dio a Raquel el Premio de Poesía Loewe a la Creación Joven 2019, y la que le ha puesto a mitad del escenario últimamente, cuando las distancias y la cuarentena siembran frío en las lenguas, pero no debe evitarse la palabra. “No hay lugar más desierto que lo que no se dice”, afirma nuestra autora, que ha escogido algunos poemas para su presentación en la revista, sumamente honrada con la participación de alguien que empieza, línea a línea, a tener peso significativo en su generación y que, esperamos, siga en este diálogo continuo entre naciones.