The House on Mango Street: ensoñaciones de una chica mexicanoamericana

Belinda L. de la Torre

Arte: Pablo Inclán

En mi país
la gente escribe poemas de amor
llenos de nada más que felices sílabas infantiles.
Todos leen cuentos rusos y lloran.
No hay fronteras.
No hay hambre, ni
graves hambrunas ni gula.

Lorna Dee Cervantes

Hablar de migración en México es hablar, en la mayoría de los casos, de dificultades, pero también de esperanza. Algunos lucran con los deseos de gente que anhela un futuro mejor para sus hijos, o los estafan, o los desaparecen, o los venden o los matan. Quienes se sumergieron en una travesía sin alcanzar la meta regresan a casa después de haber sido atrapados por la migra, esperando sólo un corto tiempo para intentarlo de nuevo, sin abandonar su american dream. Pero los todavía más afortunados pasan esa profunda y poderosa frontera tantas veces manchada con sangre y abren sus ojos a ese nuevo destino que les augura prosperidad y armonía.

Sandra Cisneros escribe en 1984 The House on Mango Street, una novela corta con una adolescente como protagonista, quien narra a través de un lenguaje sencillo, pero a su vez poético y sagaz, historias de seres con nombre y rostro que forman parte de su vida. La novela es poseedora de una fuerza que sólo se consigue con la empatía. Esperanza Cordero, la jovencita de origen mexicano que vive en un peligroso barrio de Chicago, junto a sus padres migrantes y sus tres hermanos (Carlos, Kiki y Nenny) relata situaciones que se viven allá, en un país al que todavía no logra comprender en su totalidad.

Si bien la mayoría de estos relatos son resaltados por la presencia de mujeres, Cisneros inserta con minuciosidad fragmentos de todo el espacio cultural que rodea la década vivida. Nos lleva a los lugares comunes, pero también significativos por los que transita Esperanza, comenzando con esa casa en Mango Street de la que se avergüenza por ser tan fea, o la tienda de usado donde se venden todos los objetos —excepto una cajita musical—, hasta la casa de Elenita, la brujahechicera que lee las cartas y aleja los malos espíritus. Cada sitio y situación se describe con detenimiento, el lector disfruta de una vista en primera fila donde observa atento los movimientos de vecinos y husmea por decenas de espacios.  

Cisneros diseñó su novela con capítulos cortos que parecen ser trocitos o cuentos breves marcados por un sello distintivo que oscila entre lo natural de expresiones de una pequeña chica, lo irónico y lo reflexivo, para finalmente exponer temas que van ligados a la subordinación de la mujer, a la importancia de la vida familiar, a la añoranza del país de origen, a las limitaciones establecidas por la cultura que domina y a las barreras raciales. Con cada uno de los personajes que nos describe Esperanza se ejemplifican esos temas. Mientras más cerca se está de ellos, es más sencillo terminar de entender el dolor que se desprende luego de ese difícil proceso de readaptación que implica el ser un migrante.

Para poder comprender lo que es la identidad chicana en los Estados Unidos, es necesario advertir el proceso de desplazamiento. La Doctora Elsa Leticia García Argüelles, en su ensayo Migración y literatura chicana femenina: narrativas y ciudades, explica que hay dos sentidos en él: el de los «desplazados» (displaced) y el de los «autodesplazados» (self-displecement) que “determinan la forma de comunidades enteras mediante los constantes movimientos geográficos y la posición de los sujetos que viven esa realidad cultural”[1]. No hay que perder de vista el momento histórico que dio origen al primer tipo de desplazamiento (aquel que se llevó a mexicanos que vivían en el área de Texas, California y Nuevo México antes de que se llevara a cabo la Guerra de Intervención Norteamericana de 1846 y después del Tratado de Guadalupe Hidalgo). Y el segundo, el de los que viajaron a ese destino con la ilusión de un futuro mejor.  

Al ser un grupo minoritario, los abusos cometidos por la cultura dominante de los Estados Unidos hacia las demás van desde la discriminación hacia la mujer (racial, cultural y social), además de la presión por adoptar la cultura extranjera. Es importante señalar que el término chicano antes de la década de los sesenta era empleado de forma despectiva; con el inicio del Movimiento Chicano la etiqueta se redefinió cargándola de fuerza y orgullo por la herencia mexicana. Desde entonces el chicano no cesa en su lucha por hacer valer sus derechos desde el reconocimiento y la aceptación como ciudadanos estadounidenses, tomando así una postura cultural y política que resalta elementos étnicos y raciales, conocidos también como la «otredad».

Al habitar entre fronteras, los chicanos cohesionan multiplicidad de formas con la intención de hacer regresar lo mexicano al país en el que habitan. Retoman costumbres, mitos, leyendas, juegos, canciones y símbolos, de modo que influyen notoriamente en su día a día reforzando así sus orígenes. Figuras como la de la virgen de Guadalupe, la cultura prehispánica y la vestimenta inspirada en los pachucos, conforman una identidad heterogénea entre lo anglosajón y lo mexicano que está “sustentada en el nacionalismo, entendido éste como el punto aglutinador que trasciende todas las facciones de clase, políticas, económicas y religiosas, a favor de un común denominador que permita amalgamar a todos los miembros de la comunidad”[2]. Además, el tema del idioma representa otra gran esencia del chicano, quien combina particularidades lingüísticas del español con el inglés, creando así una mezcla ecléctica que permite observar la originalidad y la lucha constante por una identidad propia.  

Donna Kabalen de Bichara establece que, en la literatura chicana, la palabra y el mundo se convierten en una dualidad manifestada a través de experiencias y tensiones a las que se enfrentan las personas que viven entre dos mundos: “común a su misma experiencia en la cual se encuentran individuos y comunidades de personas que viven entre […] entre dos lenguas, dos memorias, dos culturas, dos identidades”[3]. Así pues, la literatura chicana evidencia los viajes de migrantes, testimonia situaciones de injusticia y expresa la realidad de los grupos minoritarios, donde muchas veces se hace uso de la herramienta autobiográfica, pero con un tono íntimo que busca, a la vez, la reivindicación de la cultura a partir de la escritura.

Cisneros con The House on Mango Street nos expone múltiples situaciones que corroboran lo antes señalado. En esta, que es su primera novela, arroja una serie de datos vividos durante su adolescencia, reencarnados con el personaje protagonista, Esperanza; pero también nos expone diversos temas que inician con el destino y con la adaptación del nuevo espacio, acentuando siempre el anhelo por México, por ese lugar conocido a través de las películas y del que sabe, hay una parte de él dentro de ella.

Otro elemento que se vislumbra desde el arranque: es el tema de la familia, mismo que es resaltado en su novela Caramelo or puro cuento, con las cuatro generaciones de la familia Reyes. En La casa en Mango Street observamos a una familia unida que con mucho esfuerzo consiguió comprar una casa en Chicago, la que no es bonita y está situada en un barrio peligroso, pero al menos es propia:

La casa en Mango Street es nuestra y no tenemos que pagarle renta a nadie, ni compartir el patio con los de abajo, ni cuidarnos de hacer mucho ruido, y no hay propietario que golpee el techo con una escoba. Pero aun así no es la casa que hubiéramos querido[4]

Por otro lado, Esperanza Cordero jamás deja de darles nombre a sus personajes, comenzando con sus padres y hermanos, a quienes describe con puntualidad, resaltando las características físicas y algunas veces hasta psicológicas. Al inicio de este texto se señaló que la novela está dividida en lo que parecen ser capítulos, cada uno con un título que hace referencia a algún personaje que luego el lector va identificando conforme transcurren las historias presentadas. Pues bien, cada personaje trae consigo un tema trascendental. En el pasaje de la novela titulado «Geraldo sin apellido» Esperanza nos cuenta la historia de un chico llamado Geraldo, al que conoce su amiga Marín en un baile. El chico muere en un accidente y Marín es interrogada por la policía, ya que no había ningún tipo de información sobre él, ninguna identificación o algún número telefónico con quien pudieran comunicarse. Sin embargo, ella no puede decir demasiado ya que apenas lo conocía. El breve relato nos muestra el destino de muchos ilegales mexicanos que, como Geraldo, viajan a la frontera y trabajan como braceros o en la llamada comúnmente pisca: personas que sufren abusos, que están siempre desprotegidos y que se cuidan a toda costa de ser deportados. Gente que termina en una fosa común por no haber sido identificados por nadie, mientras que sus familiares, allá en su país, sufren su ausencia: “Su nombre era Geraldo. Y su casa está en otro país. Los que le sobreviven están muy lejos, se preguntarán, van a encogerse de hombros, recordarán. Geraldo –ése se fue al norte… nunca volvimos a saber de él”[5].

En el capítulo «No speak English» Esperanza narra la historia de Mamacita, una mujer que fue llevada a Estados Unidos junto a su nene-niño por un hombre que trabajó día y noche para ahorrar dinero y cubrir así todos los gastos de su traslado. La mujer no sale jamás a la calle, según la teoría de Esperanza, porque no sabe hablar inglés; pasa todo el tiempo en la ventana y sintoniza la radio para cantar en español todas las canciones nostálgicas de su tierra. Y por más que el hombre que la llevó pinta las paredes del departamento del mismo color rosa, como el que tenía en su casa del otro país, no es igual. Mamacita no sólo sufre la barrera del idioma, el primer obstáculo al que se enfrenta un migrante quien, movido por la necesidad, embiste el muro y lo rompe, no importa que sean sólo unas cuantas palabras que le permitan sobrevivir; sino que también sufre el proceso de adaptación. Estar lejos de casa es para los migrantes que tienen a su familia lejos un desconsuelo, quizá la parte más complicada del proceso migratorio. También, dentro de este relato, el nene-niño comienza a aprender ese idioma a causa de los comerciales televisivos, lo que provoca en Mamacita una profunda tristeza. Este relato también da cuenta de esa situación bastante común en la que la primera generación de hijos de padres mexicanos crece sin dificultad con el idioma que tanto esfuerzo le costó aprender a los padres, si es que lo aprenden en su totalidad.

En cada uno de los relatos que narra Esperanza aparece su voz reflexiva, con la que inserta puntos de vista, ya que “decide y elige: 1) la actitud reflexiva para convertirse en mujer y su percepción de la sexualidad; 2) la capacidad de autonombrarse; 3) el deseo de ser escritora, y 4) el deseo de un espacio propio”[6]. En diversas ocasiones dichas reflexiones le permiten desear un futuro mejor para algunos de sus personajes, sobre todo los femeninos. Tal es el caso de Sally, una guapa jovencita de su edad con quien logra congeniar, hija de un padre estricto y religioso que no la deja salir. En Sally, inicia el despertar sexual y comienza a vincularse con los chicos, lo que trae consigo rumores falsos, pero Esperanza aboga por una identidad autónoma que le permita a su amiga emanciparse:

Sally, ¿no deseas a veces no tener que ir a casa?, ¿no te gustaría que un día tus pies siguieran caminando y te llevaran lejos de Mango Street, muy lejos, y quizá tus pies se detendrían en una casa bonita, con flores y grandes ventanas y escalones para que los subas de dos en dos hasta arriba donde te espere tu recámara? Y si abrieras la manija de la ventana y dieras un empujón los postigos se abrirían de pronto y todo el cielo entraría.[7]

Tanto en Mamacita como en Sally y en muchas otras mujeres de la obra de Cisneros, hay un elemento que representa la sumisión en la que ellas se ven sumergidas: la ventana. En esta novela las nociones del hogar están marcadas por estándares socioculturales de tipo patriarcal que limitan o impiden en su totalidad una emancipación, un desarrollo y una creación de identidad propia. Estas mujeres se encuentran en un área hostil: el hogar, el cual no les permite ser realmente lo que ellas desean ser; por el contrario, se sujetan a las normas y costumbres impuestas sacrificando así su libertad.

The house on Mango Street es un valioso viaje a la cultura chicana. Nos permite reforzar una conciencia colectiva que advierte lo que ocurre cruzando la frontera. Podemos palpar a los personajes que conforman el mundo de Esperanza, podemos sentir su dolor e imaginar que sus situaciones algún día serán distintas, el día que crucen la barrera del miedo y se abran en pos de sus sueños.

Belinda L. de la Torre (Zacatecas, 1990). Narradora. Licenciada en Letras por la UAZ y Maestra en Literatura hispanoamericana por la misma universidad, está especializada en literatura chilena y ha publicado en diversos suplementos y revistas culturales como La gualdra (periódico Imagen), La testadura, Tachas (Es lo cotidiano) y Confluencia (Revista Hispánica de Cultura y Literatura). Actualmente forma parte del colectivo de literatura escrita por mujeres Líneas negras.


[1] García, Arguelles Elsa, Migración y literatura chicana femenina, p. 92.

[2] Ramírez, Áxel, Historia de las ideas: repensar la América Latina, «La identidad de los latinos en Estados Unidos», UNAM, México, 2006, p. 250.

[3] Actas XV Congreso AIH (Vol. IV). DONNA KABALEN DE BICHARA. Identidad y la literatura chicana: dos obras de Sandra Cisneros, p. 33.

[4] Cisneros, Sandra, La casa en Mango Street, Vintage español, Estados Unidos, 1994, p. 3.

[5] Ibídem, p. 67.

[6] García Arguelles Elsa, Migración y literatura chicana femenina, p. 95.

[7] Cisneros, Sandra, La casa en Mango Street, Vintage español, Estados Unidos, 1994, p. 84.