Siempre queda un lugar al cual volver

Adrián Rodríguez Tonche

Arte: Gabriela Jaime

I

Qué te puedes llevar que no sea mi inacabada existencia entre tus manos. Qué puedes querer sino un racimo de amarillos papeles sobre el suelo. Caja donde guardo mis ojos. Pétalos; cenizas circundan bajo la cama. Horrísono sonido de ventanas vacila con la aurora. Cicatrices blancas, alfombra como remedos a negras palabras. Llévate, días de verano y tiempo; ningún tiempo ahora. Despertar del niño una mañana lluviosa. Eso queda, imagen tuya, muerte, silencio alto, jardines donde mora mi existencia.   

II

Tengo miedo de mi voz y busco mi sombra en vano.
Xavier Villaurrutia

Tierras oscuras advierten el miedo; pena de vendaval. Antiguo dolor de estómago penetra ahora al escribir estas letras. El terror anuncia su delgada y frágil existencia. La existencia es sombra, se detiene y acaricia mi rostro.

III

Nada visto sobre mi cuerpo. Hebras hilan el agosto del verano. Minutos, tiempo y silencio de hojas aplastadas. Cadáver, hijo y sombra en débil mano. No cargo en bolsillos plumas negras que alguna vez tuvimos en los ojos, ni ojos color cedro pintaron casas de ese viejo barrio. Negaré tu presencia, como quien niega el dolor de la distancia, como el mar la muerte ante cada ola. Préstame tus manos de alba para amasar la arena mojada que se cuela entre mis dedos. Detente sobre la hierba, polen, polvo amarillo se incrusta en el calendario que ya no marca los días de tu tiempo. 

IV

Madre, el silencio del mar ha llegado a nuestra casa. El silencio de las olas embravecidas de ese mar negro. −El silencio− madre, ahoga niños en ese remoto, solitario y profundo abismo de cigüeñas prietas. Ahoga el grito. Ahoga mujeres al ser sepultadas bajo la roca.  La roca se vuelve ceniza cuando es partida en la hoguera.

V

¿Qué mariposa es esta que vuela de negras y retorcidas alas? Es un insecto en la redondez del alma de un viejo poeta que vaga por el camino. El insecto trae consigo recuerdos y el dolor revuelto. Sus colores sobre tallos, paredes y alas grandes dibujan allí el espacio de su vuelo. La muerte le detiene. Cae en los claros de un bosque marchito. Suena el murmullo en la altura.

VI

Que cansado es ver los cuerpos abrazados a la muerte. El inmaculado dolor brota de los ojos en lágrimas. El murmullo, silencio y altura de campanas. Este suelo lleno con mierda de aves que posan sobre gárgolas que nos miran con rostros terribles. Frío sabor a hierbas es una bala en la cabeza. Afuera se extingue inevitablemente la palabra, cae, como quien cae de un puente sobre el asfalto. Los muertos traen a la muerte. Se cuelan en el alma llenándola de vértigo. Que cansado es ver a la muerte y sus blancas alas de ángel que nos cubren.

VII

Quien niega tu nombre, niega tu casa. Desvanecidos poemas guardan la cosecha de tu alma. Impera un ritmo en la música de tu palabra. También hay quienes duermen en tu regazo bajo el silbido del cierzo afuera. Nada me dice tu rostro magro que enmudece a los viajeros. Nada tengo que decirle a los que pasan y llenan sus cuencos de agua negra. Quieta está tu presencia como el inmutable árbol dormido que viste de niebla. Quietas están tus manos cuando amasan el maíz en la piedra. No llores, llévate las cicatrices de este tiempo que huye y es imposible de atrapar. A lo lejos se escucha la voz que tu corazón guarda en añoranza. Tristeza… es querer volver al nombre que guardó tu alma, ahora la puerta está cerrada. 

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Adrián Rodríguez Tonche (Coatzacoalcos 1990). Ha participado en las antologías Poetas virtuales (Editorial Portafolio, 2010), Letras por Coatzacoalcos (2011), DSM (2014), Otras voces nos agitan (Capitulo Siete, 2019). Es autor de los fanzines poéticos Fragmentos (2011), Las llanuras de la Italia (2012) y La voz de una máquina (Ediciones El Humo, 2017).