Qué sola estás, Oaxaca

César Rito Salinas

Arte: Chucho Potts

¡Un mezcal, Cosijo! —cuentan que se escuchó un grito entre las celdas del penal federal de Nayarit, una noche del 2006.

Para corroborar las medidas de «suspensión de actividades no esenciales», salgo al centro de la ciudad: un sol intenso apura a los policías frente a los cafés y restaurantes cerrados, de vez en vez se acercan a las personas para recomendar el «quédate en tu casa».

Boleros y vendedores ambulantes tienen permiso de la pandemia para no suspender sus actividades; realizan la vida diaria como lo acostumbran hacer desde una fecha que ya olvidaron.

Compro el periódico en el puesto de la esquina —atrio de catedral y la Avenida Independencia—, subo por García Vigil, llego a la esquina de la Iglesia del Carmen Alto: a mi derecha, entre puestos vacíos, se extiende la Plazuela del Carmen.

—Soy de la sierra, de Ixtlán, fui huérfano a la edad de seis años, mi madre me mandó a ayudar a mis tíos, que eran campesinos; tuve un miedo terrible a los toros. Era un niño. Mis tíos me pusieron a caminar delante de las bestias con una barita para indicar el camino a los animales, para que el surco no saliera chueco.

Teodoro, el propietario de Cosijo, comercio que abre sus puertas frente a la Plazuela del Carmen, invita a pasar a la trastienda:

—Adelante, aquí todos son bienvenidos.

Nos recibe un corredor de unos 15 metros de largo que termina frente a las puertas del baño, hay sillas, de lo alto cuelgan dos campanas de bronce. Son las 13:00 horas, el piso está recién lavado, fresco.

Tuve cuatro años jurado, porque ya me estaba haciendo daño el mezcal.

La imagen de la Virgen de Juquila guarda la trastienda. A su lado, en el muro, cuelgan máscaras, figuras de herrería, una bolsa con latas de aluminio permanece frente a la imagen.

—Mi mamá me enseñó la venta de artesanías, que me dio mucha ganancia. No tengo estudios.

La tarde en el Valle de Oaxaca avanza con voz gentil, pausada, sobre que baja del cerro de San Felipe.

—De esta crisis tardaremos muchos años en levantarnos, tal vez nunca.

En la calle cunde el calor entre los muros, las puertas cerradas; adentro, en la trastienda, con el piso recién lavado, vibran emotivas las palabras, la camaradería crece en el Cosijo.

—Venía el maestro Toledo, mi vecino, pedía un Friko, que bebía ahí mismo, parado.

—¿Siempre era lo mismo?

—Siempre, Toledo pedía su Friko.

Sobre calles vacías la ciudad sueña, sin que nadie lo advierta. Nace el mito en los tiempos del coronavirus; corren versiones, anécdotas de trastienda, cuando una gran mayoría guarda silencio entre sus casas.

En 2020 comienza el principio del principio, la nueva fundación de la ciudad brota a la sombra de la trastienda.

En 2006 Teodoro, el dueño de Cosijo, usaba cabello largo, “una greña”, su establecimiento era frecuentado por insurrectos, vagabundos y temerarios que desafiaron el toque de queda que decretó la Policía federal; Teodoro hoy se mira, a sus años, como un señor bajito, cordial que cuenta sus recuerdos de tiempos pasados.

—De aquí salió Juan de Dios la noche en que la policía lo detuvo.

Las copas de mezcal se vacían y Teodoro las vuelve a llenar, sobre el cielo de Oaxaca se juntan las nubes, pero no las vemos en la trastienda porque nos cubre un techado de láminas.

—A mí me decían el Rigo, por mi cabello.

Teodoro lleva con el Cosijo, su negocio, 33 años. Aquella propiedad que compró por unos miles de pesos con la ganancia de las exportaciones hoy valdrá millones.

—¿Por qué no vendes y te vas de viaje?

—Porque los aviones están parados, no hay vuelos por el coronavirus.

—¿De dónde viene tu mezcal?

—Del lado de Miahuatlán.

Se escucha en la radio la voz de un astrólogo, el maestro Pedro Pablo:

—Para el amor, la brujería, la envida, consulte usted, no tenga pena —dice el adivino.

Del techo cuelgan, sostenidas por un lazo, dos campanas de bronce. Teodoro se levanta de su asiento y toca cada una de ellas.

—Son de timbres diferentes: una es grave, la otra aguda; así sé de qué parte de la trastienda piden servicio.

La tarde avanza, me pregunto si encontraré camión para regresar a San Martín; con la suspensión de actividades hay que recogerse temprano, antes de que entre la noche.

—Soy originario de Ixtlán de Juárez.

Discretamente tomo apuntes en la libreta, para no interrumpir el tono de la voz de aquel hombre que habla mezcal en mano, como en una larga conversación vespertina entre amigos.

—Tejo, era el nombre antiguo del plato de la balanza; se utilizaba para las distintas medidas: un cuarto, medio kilo o un kilo.

Señala una forma de metal que cuelga del techo.

—¿Hasta qué grado hizo la escuela?

—Yo, nomás la primaria.

—Cuando iniciaron el negocio, ¿vivían en la Sierra?

—Vivíamos allá, en Ixtlán.

—¿Cuál fue la primera casa que tuvieron acá en la ciudad?

—No teníamos casa, en un principio cuidamos el terreno de la gente.

Teodoro es un hombre que padeció en su infancia una vida de privaciones y hambres.

—Llegaba la tía al campo, llevaba tortillas, chile, sal… Ahí eso nos sabía a gloria en aquella hora del día, con aquella hambre.

—¿Pasará esta emergencia?

Sobre el techo de lámina se escucha la lluvia, la tarde avanza entre mezcales; cuando salgo de Cosijo, la lluvia ha cesado. Antes de alcanzar la parada del camión puedo ver sombras, gente con uniforme, armas. Avanzo rápido por calles vacías, un ebrio en la esquina grita:

—¡Qué sola estás, Oaxaca!

César Rito Salinas (Oaxaca, 1964). Escritor. En 2016 participó en el Interfaz del ISSSTE, que se realizó en el Centro Cultural San Pablo, en Oaxaca. Participó en el del año siguiente con la pieza El nuevo mapa de Juchitán, poesía callejera y registro visual. Algunos de sus poemas se encuentran publicados en Periódico de Poesía y Blanco Móvil.