Jack Farfán Cedrón

A ti, que fuiste el lugar del amor
Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo
y aun muerta te seguiría buscando,
a ti, que fuiste el lugar del amor…
Alejandra Pizarnik
A ti, que alumbraste cada objeto que el mar cubrió incesante
Hasta dar una rama de manos que el oleaje duda cada estruendo
A ti, que en el rasguño del resucitado o en el alarido de quien se salva de una improbable pesadilla
Has despertado
Luego de todo
Luego de que la furia ya no sirve más que para envejecer
Primero que nuestros enemigos
A ti, que en el votivo olor de las rosas amargas
Maquinas un pequeño alumbramiento que deja caer un grano como un mundo
A ti,
Que te levantas a pesar de mil caídas juntas que jamás se vuelven a tropezar contra el polvo de la loca muchedumbre
Por una masa junta que la envidia no pueda derrocar
Por una morena a quien hay que venerar hasta la demencia
Porque sólo ella nos habría de salvar en las peores tempestades
Juntos en el oleaje a ultramar
En la vil batalla por ser lo soñado
Que más no se recuerda
Como lo que somos
Mientras una casa se espabila contra los muros
Mientras una cantinela sucede mientras llegamos tarde
Y no somos más que el instante que se pierde
Así el gas que ya no nos encuentra
Así el ladrido que avanza
Así en ti es el rezo que sana con ternura
En la medida de los brazos que el dolor excomulga
Y sabrás que la excusa de siempre
A pesar de todo
Y en la medida en que nos juntemos
Para resguardar el nombre de los hombres
Que ya no cierran el peso de la luz
Para que la mar se junte
Para que se abran los brazos
Hacia la pura luz,
A ti,
Acompañándote
Un suicida resplandor (inédito)
Dios está a la puerta
Ante las dudas, que tormentosas crecen, ante la borrasca invisible del desánimo y lo que comporta el dejar de hacer, o mal hacer; ante el sol, esta misma sombra, cuadrante de los deltas, en que el tarot destino se cuece innecesario, y ni la misma voz recrea los actos difusos del que se funde con el viento, infernal o viento. Serenos, leyendo, o trazando con la línea azul de la mirada el horizonte del mar, ese buen recuerdo que nos llevaremos a la sagrada platea, vacía existencial, donde un solo aplauso es batido por una palma, y ya no hay más espectadores, sólo César Moro afirmando que “Dios está a la puerta”, arrodillado, sufriendo a su sagrada creación, llorando ese ser del cual está ya decepcionado: el hombre. Sábanas santas nos engrandecen, y no las mentiras ni las repentinas rupturas nos mellarán más, ni a punta de friccionar los dados enfermos en una sola mano, no se degradará el destino, ni las almas condenadas a ser barridas por plenos espacios de conciencia. Borraré mi destierro: sobre los deltas de la ciudad en ruinas se erige mi partida. Me llevo unas flores, unas cartas amarillas, algunas personas besadas en el corazón que ya se me pega al espíritu, ahora. Bellos, maravillosos recuerdos, el reguero del amor que a nadie le importa, ni al mismo amor, cuya existencia efímera colapsa repentinamente, porque ya es hora de partir. La ciudad, mi morada de luces, mis ropajes andrajosos y el costal de libros de camino a un calvario elegido. La ciudad, a punto de desgalgarse en ociosos lamentos, se aleja conforme la miro en avanzada. Hace un frío sin medida, la música electrónica de mi reproductor se rarifica con cánticos tribales. Somos de la fe, de la misma ruta encendida por la cual nos movemos hacia un acantilado lacustre, en esa búsqueda inexplicablemente jodida, donde por fin atraparemos las hojas enrarecidas por algún infierno solar. ¡Ah, sí!, las hojas cunden al sueño eterno, a un colapso neuronal inesperado, donde el cruce de las tierras, de los repuntes o llamémosle crecidas advertidas del corazón, se aferran más al bendito recuerdo de un nombre, del clavo que remplaza la herida, del ritmo segundero que atrapa la música de las palabras con que ahora voy escribiendo esta nota auto necrológica, donde qué caparazón, qué piedra caída apocalípticamente al continente que se pierde en otro océano, tañen para mí su tamborileo de pasos, de peregrinaciones de un paria descontento, del bipolar suicida cuyas frustraciones han embarrado la puerta del Cordero, de las lágrimas votivas que encendieron una mina de gas cáustico donde fluye a nubarrones, a polvaredas extremas, la pena. Y el sol se trifurca, y la divinidad del Uno y Trino me persigue, me bendice, soy el anti profeta del camino, el ser empequeñecido por las personas simples, la sencillez demasiado depurada para entrar al reino del ojo del camello; la antimateria manufacturada, cuyo destape hace cáustica una aparatosa performance en plena vía púbica, escandalizando a las gallinas Segundo Imperio. Los ratatás floridos, ensordecedores, las tarolas de carnaval en fondo de las luces arredran la ciudad ahora, la bendita ciudad coludida por el polvo de mierda. Una florida estación de corrientes azules y magentas enloda el gran charco putrefacto en que me solazo, cerdo de mortandades, para sitiar el Momentum calamitatum, que por última vez se me escabulle de los brazos. He vivido, sí; he soñado, sí; he amado demasiado, sí. Y ahora, esta anti profecía sobre mi propia destrucción, ya que todo paso surreal es una aparición hueca, andante, alevosa, casual, insincera. Una maldita conmoción lacera mi espíritu. Colgaré esto en las redes, y me llevaré los blandos, bellos y maravillosos recuerdos, hasta la tumba de siempre: ¡el hastío!
La tumba irradiaba como un corazón apagado (inédito)
El hielo de las zarpas
Tras cada meta hay una frustración.
No siempre las decisiones nos redimen
ni los pasos detonantes activan regueros de polvo.
Calar hondamente el cieno desmoronado.
Dando traspiés en falso.
Hacia la cadencia dextrógira de una escala apolillada.
Durante el manto acuariano se disuelve la neblina en dos cénits:
uno al fondo
otro en el limbo del cielo que pisas.
Piensa concentrado
aquél hombre que se abisme
a la sustancia del riesgo.
Seremos de una pedante afonía.
Acaricia tus yemas.
Algo por quien declinar
alguien por lo que habrás de verter
el lomo de las Sacras Escrituras.
¡Y
solaz acaricia
la cruenta agonía galopante!
Desdémona lamiendo su fuente polvorienta de algún ahorcado.
Y moteada por vidrioso entresijo diamantino
entrevén
suplicante
aquí
ex votos
que esperan dictando
voz
fuego de días azul cremado.
Entre flor
entre abrigo
y danzas musicales
élitros salvajes
vuelos metafísicos
de muertos en vida
dando un sol al hambriento
para unos panes rociados de harina
recién salida del molino
para el hambre.
¡Lamiéndose las garras poderosas!
Entre mandrágora final
y raíz eyaculando ajenjo de lava calcinante:
¡Madre fluvial
garra fabulosa
alimentando la vida
que aparenta extinguirse!
¡Y que pervive!
Lejos de todo mal resta siempre persignarse
ante el destino que cruje.
Ante rasantes tempestades azules
que vidriaran
el fuego poderoso
escamas de oro desasido
de ti
de mí.
Creerán que el encuentro no es casual
creerán que aquel encuentro
nada causal
ancla de invierno.
Creerán que lo menos casual de todo
es lo que seduce.
Ante escarlata mancha
que ha estampido un santo día
en la capa morada del mundo.
Morará estelas de cielo hacia nosotros
morará
la recitación de fuentes mejores
santos velando por ti
su mejor velorio en el fogón de luces.
Entonces
una flor del paraíso
cayó a mitad del Edén
levantando el polvo de los sepultureros.
Los folios desperdigados
ante la morada paciendo
a todos los exiliados
su búsqueda sin cabo
su ala oscurecida
galopando salvajemente
hasta despuntar alvéolos rugientes
en el torrente de agua de la vid:
¡Agua de la vid!
¡Agua poderosa del alba eres!
Al otro lado de la mano
el final
calando hondo
hasta lo difuso del tiempo.
El aire rozo ahora
rozo la brisa de mano imperceptible.
El hoy arreciando sus huestes.
Apenas galopes próximos regarán
la miel
la duda.
Aquel arco de palabras distantes
por los que despertar.
¡Se hace a la mar
nunca a lo resquebrajado
de un viejo continente
que desaparece
en otros mundos hundidos!
¡Palabras!
¡Palabras!
¡Se hace a la mar
y no al tiento de los ahogados!
¡Cada vez!
Bañado en el perdón de una madre fluvial y sus gritos
como ríos portentosos arrasando
la paz de chozas tranquilas
como abrazos de recién llegado.
¡Abrazos de fiera!
¡cuyas zarpas azules!
¡cuyos blandos sístoles!
¡cuyos diástoles tantos!
¡Doblan!
¡La blanda sepultura!
Bajo la luz terrestre (inédito)

Jack Farfán Cedrón (Perú, 1973). Poeta y escritor. Ha publicado, entre otros libros, Gravitación del amor (Municipalidad Provincial de Cajamarca, 2010), y Las consecuencias del infierno (Edición del Autor, 2013). Modera el blog ‘El Águila de Zaratustra’, además de editar la revista digital Kcreatinn Creación y más. En 2012 dio a conocer un volumen de reseñas literarias de una veintena de novelas de la literatura universal: El fragor de las quimeras (bajo la producción de Kcreatinn Organización, de la cual forma parte). Algunos de sus textos han aparecido en revistas como Letralia (Venezuela), Periódico de poesía (UNAM), Destiempos y Síncope (México), Revista de Letras (España), El Hablador, Fórnix, Sol Negro (Perú), Letras hispanas (USA) y Resonancias (Francia). En 2016 formó parte de los 105 poetas de todo el mundo invitados al III Festival Internacional de Poesía de Lima, FIP Lima.