Temperley (Poemas)

Mariano Rolando Andrade

Arte: Juan Pablo Pérez Martínez 

La casa del pastizal

Mucho antes de esta mañana,
caminó desde la estación al este
de la mano de su padre.
La cuerina marrón del asiento,
el vagón alto, y la locomotora
roja y amarilla diésel.

Cargaban un bolso
con herramientas, una vianda.
Era domingo y en Cangallo
una familia esperaba el 278
y un hombre buscaba
tardío pan bajo el sol.

Su padre lo condujo
por los pasillos de tilos
hasta la esquina
de la casa en el pastizal,
la casa bendita y maldita
donde vivieron y cayeron.

Estaba vacía, como hoy.
El frente blanco granulado
y la pared baja, una trinchera.
Una puerta muerta a la otra calle.
Adentro las frías baldosas
con pintas, las habitaciones frías.

Pastizales afuera, tierra reseca
y un viejo ciruelo inclinado
en el centro del fondo
que no era jardín ni patio
y era el corazón de la casa,
la casa bendita y maldita
                                     donde vivieron y cayeron.

La maldición

La casa del pastizal
fue maldita
sin que lo supieran.
Y más tarde
la maldición fue de ellos,
empezaron a hundirse
sin que nadie abriese los ojos.

En el jardín
al pie del granado
del frente de la casa
el padre cavó
y desenterró algo
de lo que jamás hablaron.
Desenterró una maldición.

La casa del pastizal fue maldita,
y con ella lo fueron ellos.

En la esquina
junto al cordón,
una mañana encontraron
una ofrenda
una brujería de flores y velas.
Una noche,
tiempo después, descubrieron otra.

La casa del pastizal fue maldita,
y con ella lo fueron ellos.

El teléfono sonaba
y nadie hablaba.
Sonaba y sonaba
varias veces por día,
meses y meses así, años.
El silencio del teléfono
era la maldición.

La casa del pastizal fue maldita,
y con ella lo fueron ellos.

Empezaron a caer.
La enfermedad
y la desgracia
los fueron cercando.
Resquebrajaron la casa
sus paredes, los corazones.
Sembraron el rencor y la ira.
Cosecharon la maldición.

El globo

La casa del pastizal
fue bendita también.
La larga mesa de las fiestas
se armaba
debajo del ciruelo inclinado,
cargado de bolas amarillas.
Los chicos en la calle
con cohetes y cañitas voladoras,
los grandes con la sidra
y la empanada gallega.
Las nueces, las almendras, el turrón
quedaban servidos
para que coman los muertos.
Y en la esquina,
con el barrio engalanado,
los vecinos encendían
el globo de los deseos,
aquel que nunca
lograba alzarse al cielo.

El ciruelo

Con el tronco añejo y rugoso,
vencido casi,
pero todavía fecundo,
durante años y años
entregó sus ofrendas
cada verano.

Frutos grandes
como pequeñas manzanas,
amarillos, tantos
que los baldes no bastaban
y la familia y los vecinos
partían siempre cargados.

Bajo las pesadas ramas,
sostenidas
con alambres a las paredes,
se almorzaba el domingo,
se mateaba las tardes,
se tomaba fresco.

El ciruelo inclinado
era el rey
vencido pero rey al fin,
rodeado de un limonero,
la Santa Rita a la calle,
malvones, hortensias.

Era el pequeño Edén
de fin de semana del padre
la radio Noblex 7 mares
encendida desde la mañana,
un relator de fútbol, el diario
sobre la mesa bajo el árbol.

Como hizo con cada ser,
la casa maldita
devoró al ciruelo y sus crías
y no quedó más
que tierra reseca.
Desolación. Nada.

El abandono

Ahora es sencillo
recorrerte vacía y sentarse
en el granito de las baldosas
a escuchar el zumbido
de los autos que se acercan,
los pájaros ansiosos del atardecer
y perros ladrando a lo que huyó.

Porque ni los fantasmas
han esperado.
Ni los contornos
de lo que fueron alguna vez,
los días y los años
que la vida ancló aquí
y unos crecieron y otros envejecieron.

La penumbra aquieta el pasado,
las habitaciones lo saben
y así se libran de ellos.
Hasta cuándo recordarán,
hasta cuándo levantarán
a los muertos de sus tumbas.

Para pedirles perdón
y volver a sepultarlos,
con sus voces y sus rostros
agotados de tanta pena no dicha,
de una alegría extraviada,
como los fantasmas y las sombras,
las de él y ellos, recorriendo la casa.

Mariano Rolando Andrade (Buenos Aires, 1973). Escritor y poeta. Ha publicado la novela Los viajes de Rimbaud (Editorial Vinciguerra,1996), la antología bilingüe Poesía Beat y el poemario Canciones de los Mares del Sur (ambos en la Editorial Buenos Aires Poetry, en 2017 y 2018, respectivamente). Fue seleccionado para la antología de poesía Buenos Aires no duerme (Eudeba, 1998) y ganó el Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional (RFI) al mejor cuento en lengua francesa (2001).