Daniel Araya Tortós

Nadie
En una parada de tren
—una noche sin trenes,
a la espera de nadie—.
Un hijo sin padres
aún se pregunta qué hizo
mal esa tarde del 2007.
Sigue creyéndose culpable
el más inocente de los seres,
como si hubiese parido
ese tren que lo dejó huérfano.
La posición fetal y el llanto son
los sellos que lo marcan entre los transeúntes.
«El Nadie», lo llaman. Ya es figura del panorama.
Sin cédula, sin apellidos, sin apoyo, ni siquiera
patria o sílabas con las cuales ser llamado.
«El Nadie» ha sido el único nombre de su vida.
Nada entre las fatalidades le ha privado
de una zancada de atleta olímpico.
En una parada de tren, una noche sin trenes,
a las 8:44 p.m. Nadie corre.
El humo de un cigarrillo fantasmal fue su
línea de partida.
Cien, doscientos… quinientos metros.
Los prejuiciosos le creyeron caribeño
o africano cuando lo vieron correr.
Nadie es imparable, ni siquiera Nadie.
El destino tomó forma de tren para él.
El tren de un paro cardíaco.
Nadie murió a las 9:04 p.m.
Sin quién lo vele, le llore, le reconozca
o entierre su cuerpo.
Nadie es ahora un fantasma que corre
sobre las alas de los desafortunados.
Verbo inútil
Sobre la niebla roja
se inflan los violines
y el ocho perfecto de las hojas
trae el eco de esos mismos cantos.
La gente desconoce la chispa.
Los calcos que rondan, tuertos;
sin palabras y con las faldas por dentro.
Quienes nunca han jurado
a la bandera ni gritan contra lo dicho.
No conocen la chispa.
Puede que de nada sirva.
Que en cincuenta, cinco o un año
andemos las mismas calles
con los mismos cantos herrumbrados
y hasta les pongan derechos de autor.
Podemos recaer entre los calcos,
que me arranquen la cara
si me ven con el flautín de la indiferencia.
La poesía, efectivamente, no hace nada.
Nada, en serio, nada.
Es absurdo el tiempo, los rasgueos;
arañarle la cara al gato de la palabra.
Sí, hasta intentarlo es un desperdicio
para quienes estudian el fuego,
los incendios, los martillos;
pero nunca se han quemado
con una chispa.
Remodelar en mala hora
Amanecí en la sala;
no… bueno, sí, sobre la cama.
Había que desalojar la habitación.
Desnudo, pero debo empezar.
Desde el desabrigo se nace,
se muere y se renace.
Hay que correr la basura:
mesas, cajas, escritorio, muebles;
la cama estuvo fuera desde siempre.
Sobra el polvo, hay que barrer una hora,
sacudir los relojes para que haya tiempo.
Atrapo monedas; una alergia, dos alergias;
poemas en llamas y cenizas en blanco.
Un muñeco mal vestido y el gato de la infancia.
Veo un rodapié tan estorboso como una planta.
Urge arrancarlo. Duermo con comején entre los dientes.
Saco barrenillo, más polvo, otras cinco alergias.
Donde estuvo una cama encuentro lágrimas
Para las noches en que sean necesarias.
Hay paredes rotas, un juguete con frío;
Libros desechados y cartas de febrero sin destinatario.
Caras para ocasiones imposibles,
un hoyo que llega a otras diez habitaciones
y silencios que se filtraron hasta la prensa.
Aquí todo está roto.
¿Y con la habitación?
No, aún no empezado.
Sigo desnudo en la cama.
Tres bofetadas en media noche
I
Guardar silencio
sólo funciona para
parir tornados.
II
Vestir el cuerpo
no nos salva de andar
con frío eterno.
III
¿Me he desmayado?
Nunca esperé tal golpe.
Vi mi cadáver.

Daniel Araya Tortós (Costa Rica, 1998). Es estudiante de la carrera de Filología Española en la Universidad de Costa Rica. Ha formado parte de varios talleres literarios y participado en varios recitales de poesía a lo largo del país. En el año 2019, participó con el poema Sobre una última caminata en el mar, en la Antología Y2K de poesía y microcuento, organizada por la Editorial Estudiantil de la Universidad de Costa Rica. Ha ayudado en la formación del Taller de encantamientos literarios de Turrialba Literaria y participado como jurado en diversas etapas del Festival Estudiantil de las Artes en Costa Rica. Actualmente, es parte del equipo editorial de Nueva York Poetry Press, donde publicó Reposo entre agujas, su ópera prima, en el año 2019