La muerte a los 18 (Poemas)

Pamela Monge

Arte: Juan Pablo Pérez Martínez 

La muerte a los 18

Le cierra los párpados

con cinta de aire

para que no se escapen

las historias que capturó con sus pupilas.

En el río Candelaria

Busco mi cara debajo de las piedras.
Mis brazos entre las hojas secas.

Busco mi boca en medio del barro.
A mis ojos los encuentro entre ramas con espinas.
Busco mi cráneo entre la tierra.

Mi cerebro aparece habitado por un montón de moscas.

Entre las guarias blancas aparecen mis manos raspadas y llenas de sangre,
mis piernas rasguñadas son acariciadas por el agua turbia del río. 

Busco mis pulmones y están en la raíz de un árbol.

Mis pies huelen a boñiga 

¡Cállese!
No me contradiga, 
escuche lo que digo,
cuidado se curte.      

                        Con furia limpia la mesa, las ideas se esparcen, se convierten en líneas,
                                                            líneas que se juntan sobre las hojas a revelar historias. 

Escuche atenta.
No salga,
no sea pata caliente.
Tranquila.

                                                        El sonido de los martillazos que clavan los pies a la tierra.
                                                        Inundada de gusanos, sólo con la mirada puede caminar. 

Respete y no hable, 
cámbiese los zapatos para salir.
No se le ocurra comer frutas del suelo 
y menos con las manos sucias.                                              

                                                              Me comí una guayaba con gusanos,
                                                                                             sin lavar.

Toñito

Limpia el aire de recuerdos y telas de araña;
como si las patas no volvieran a construir
y la memoria no regresara tirando piedras a la ventana.

A veces, hay que coser los pies a la cabeza
para caminar sin hundirse en las franjas del recuerdo.

Ella lo hizo bien.
Pero nunca cesa de limpiar el aire.
En las noches no duerme,
¿será que escucha piedras en la ventana?

Al comedor le sobra una silla.
Hoy cumple años, no comimos queque.
Recogimos flores, celestes, así eran sus ojos.
Ella hizo un rezo y me obligó a ir a misa.
Cuando fuimos a dejar las flores, pensé que cada gesto
era un regalo a nosotros mismos.

Sin él, soy la mayor.
Los menores llevan ventaja,
cuando tienen que pasar
el portón ya está abierto. 

Un aguacero me despertó,
las tres de la madrugada.
Dicen que se fue a esa hora
con la carita tierna y más mangueras que cuerpo.

                                                             Las salas de los hospitales están llenas de esperanza.

Llenas de mentiras, telas de araña
y mangueras atascadas.                                    

                                                  Una piedra choca contra el vidrio y pregunta:
                                                          ¿dónde van los niños cuando mueren?

No volví a comer arroz con leche los domingos 

Mamá palmeaba tortillas, chorreaba café
y papá abría la pulpería, desde muy temprano
para que ninguno de mis hermanos se fuera a estudiar con hambre,
los primeros siete ingresaron a la universidad,
yo quise estudiar una carrera que no se impartía en Costa Rica. 

Con una beca y el cafetal entre las uñas, me fui.
Mamá vendía cerdos para enviarme dinero,
mi hermana me cuenta que las lágrimas
saborizaban el café y la masa para tortillas.

Con el título y una muchacha de la mano, volví
me casé
viví un año en el pueblo
pero a mi esposa le gustaba el frío del norte. 

No volví a comer arroz con leche los domingos
ni olla de carne
ni café con tortillas 

no volví a sentir el cafetal entre las manos
no conozco la voz de mis sobrinos
mis hijos no conocen el abrazo de sus abuelos 

no tomé fotos en sus bodas de oro
no los pude alimentar en el hospital
no he ido a dejar flores al cementerio. 

Ayer encontré la reseña histórica de la Escuela de Veterinaria,
dice que empezó funciones en 1974.
Un año después de haberme ido.

Cuando todos duermen yo salgo a caminar por el cafetal

me quedo de pie junto a un árbol
su rama se cae y me empuja
tomo conciencia de que respiro aire y que trago agua, 
que vomito sacos de palabras 
y que deseo sembrar mis pies en la tierra.  

Cuando todos duermen yo salgo 
a caminar
porque me asfixian las paredes.   

Reflejo

He atravesado semanas
con un saco en la cabeza,
sensación como del brote de una ola de viento
que revienta contra el muro y deshoja la enredadera. 

Siento que un río nace entre los labios
hace cauce entre mi cuello y termina adornando la raíz del pecho.

He atravesado paredes
con mis manos invisibles y mis ojos de piedra,
cada calle esconde mis verdades y cada cara mi reflejo,
reflejo en el que se estrellan los pájaros y mueren

Pamela Monge (Costa Rica,1995). Poeta. Fundó el Grupo de Teatro Acosta, organizó el primer Festival Artístico Acosta 2017 y el Art/Design Night en la Universidad Veritas, así como otras actividades relacionadas con la expresión del arte y el diseño. Ha sido publicada en la antología de poesía Certamen Desierto (editorial Fruit Salad Shaker, 2018), en la antología de relato breve Paseo con Animales (UCR, 2018) y en la antología de poesía latinoamericana La Espera Infinita. Su obra también se puede encontrar en las revistas costarricenses Comelibros, Petra y Antagónica; en las revistas mexicanas Larvaria, Ojo de Pez y Materia Escrita. Ha participado en diversos festivales y recitales, entre ellos el Art City Tour 2014 y en la Feria Internacional del Libro Costa Rica 2018 y 2019. Es miembro del Taller Literario Joaquín Gutiérrez y la Colectiva Jícaras.