Douglas Bohórquez

Desde los primeros textos en prosa poética que Octavio Paz denomina “Vigilias. Fragmentos del diario de un soñador” (1931-1943) hasta el extenso poema llamado “Carta de creencia”, del libro Árbol adentro(1987), toda la obra de este autor está atravesada por la búsqueda en torno al amor y el erotismo. También en esos esos primeros textos, como en toda su producción literaria, la poesía está estrechamente unida a la propia reflexión ensayística.La llama doble. Amor y erotismo(1993) como su título lo indica, es el libro que culmina y sintetiza las propuestas interpretativas de Octavio Paz en torno al amor y el erotismo. Escrito en el umbral de sus ochenta años, este libro despliega y condensa las reflexiones de su autor sobre estos fenómenos, una de las obsesiones que atraviesan su obra poética y ensayística. Ya en las palabras liminares del mismo, el autor reconoce que estos temas despertaron su atención desde su adolescencia, tal como puede constatarse por la presencia de los mismos en sus primeros poemas. De este modo, La llama doblees prolongación y síntesis iluminadora de una vasta y honda experiencia de escritura ensayística en la que se alían erudición y reflexión, visión personal y argumentación histórica y literaria.
Frente a las frecuentes teorizaciones en torno al amor y el erotismo desde la filosofía, nuestro autor opta por una indagación reflexiva desde la literatura, es decir desde mitos, textos, clásicos o fundadores que han expresado visiones particularmente trascendentes de estos fenómenos. Tal es el caso de las referencias a Teócrito, Apuleyo, Catulo, Dante, Petrarca, Shakespeare, Quevedo o a Flaubert, Proust, Joyce, por solo citar algunos. Evidentemente, el diálogo con ensayistas que son también ellos mismos eminentes conceptualizadores del amor como Platón, Freud, Bataille o Rougemont es insoslayable. Subraya cómo la literatura, tanto en Oriente como en Occidente, ha dado cuenta desde sus orígenes del erotismo y del sentimiento amoroso, y cómo ha expresado sus refulgencias y avatares a través del devenir de los siglos. Señala que será en grandes ciudades como Alejandría y Roma donde encontraremos sus primeras manifestaciones de esplendor, lo cual relaciona con la aparición de la mujer en la escena pública y con un cierto auge de libertades políticas. Tanto las patricias como las cortesanas son mujeres libres que deciden aceptar o rechazar a sus pretendientes. Vista como una verdadera revolución cultural, la figuración de la mujer, su libertad femenina, trae aparejada una mayor libertad en el amor.
La lucidez del lenguaje de Paz, su inteligencia hermenéutica para interrogar y problematizar los fenómenos del amor y el erotismo, hacen de este libro una referencia fundamental. Sugiere nuestro autor una ética renovadora de estos, que al gravitar alrededor de la poesía genere una reinvención de la noción de persona y nos reconcilie así con la vida, con el mundo, con la bíblica expulsión del paraíso. La tarea es inmensa, pero necesaria, pues para reinventar el amor, señala: “tenemos que inventar otra vez al hombre”[1]. Esto supone recuperar la fe en el amor para enfrentar el fracaso y la degradación de los sistemas políticos contemporáneos. En este sentido se ha dicho que el nobel mexicano “reclama la creación de una «aristocracia del corazón» moderna como la única solución posible en un mundo donde las panaceas políticas han fracasado rotundamente”[2].
Paz distingue entre el erotismo y el sentimiento amoroso, que han existido siempre, que asumen un carácter universal, y la filosofía o ideología del amor, que cambia de una sociedad a otra y varía de acuerdo a las distintas épocas. La concepción occidental del amor se gesta para él con la aparición del “amor cortés” en la Francia meridional del siglo XII, concretamente en Provenza, y desde allí se extiende a casi toda Europa. Su indagación interpretativa retoma conceptos y analogías consideradas en ensayos anteriores, tales como las relaciones entre amor, erotismo y poesía o entre amor, transgresión y sexualidad, pero examinadas ahora en una perspectiva más amplia que incluye su inserción y valoración en contextos históricos, filosóficos y literarios. Es decir, los fenómenos del amor y el erotismo son considerados ahora, en La llama doble, en los paisajes de la cultura antigua y moderna. El comentario de textos literarios se entreteje con el análisis psicológico, social, histórico y cultural para proponer una suerte de polifonía interpretativa de estos sentimientos. De objeto idealizado a sujeto histórico, Paz destaca las re-figuraciones y el rol que ha desempeñado la mujer en la conquista de una mayor libertad del amor y el erotismo. Nuevos conceptos y nuevas apreciaciones fundan también nuevas valoraciones.
La analogía entre los conceptos de alma, cuerpo y persona adquiere aquí una particular relevancia. Desde la prehistoria de la idea occidental del amor, en Roma y Alejandría, hasta lo que Paz denomina «barbarie tecnológica contemporánea», La Llama doble examina las nociones centrales del amor y el erotismo en una perspectiva a la vez histórico-literaria, ontológica y personal, que nos permite captar sus transformaciones y re-figuraciones, como la que expresa el amor cortés, pero también la continuidad arquetípica de las mismas. Ya lo señaló Freud: el ser humano es un sujeto de deseo. Para Paz este deseo define su condición existencial y ontológica: se nace y se vive en el deseo erótico; este, todo lo impregna y condiciona. Le interesa re-descubrir estos sentimientos en sus relaciones esenciales con el sujeto amante, con el sujeto deseante. Aunque el autor no se propone escribir una historia del amor en Occidente, el libro contiene datos, refutaciones y dilucidaciones históricas y culturales que nos permiten construirnos una suerte de horizonte que va desde su invención hasta los tiempos modernos, trazando así el esplendor de sus momentos fundamentales. Una perspectiva histórica que traza puentes con la poesía y otorga, por lo tanto, a la imaginación y a la sensibilidad sus papeles más destacados.
En las reflexiones sobre el amor y el erotismo de Paz, las analogías y relaciones conceptuales juegan un rol destacado. Desde sus primeros ensayos sobre estos fenómenos, recogidos en su antología Los signos en rotación y otros ensayos(1971), tales como “El más allá erótico”, hasta La llama doble, estas analogías le permiten al ensayista mexicano revelar la compleja trama de sentidos que encierran esos temas. Se trata de relaciones que son auténticos campos de tensiones de sentidos en los que se juega, no sólo con las semejanzas, sino también con las alteridades (lo que le permite al autor iluminar estos conceptos centrales, proyectando así inéditas interpretaciones sobre ellos). De este modo, el libro construye en buena medida su escritura argumentativa a través de las siguientes relaciones analógicas y conceptuales que constituyen una suerte de constelación interpretativa del amor y el erotismo:
- Erotismo-Amor-Sexualidad.
- Erotismo-Poesía.
- Erotismo-Amor-Misticismo.
- Amor-Alma-Persona.
Esta última es una nueva relación analógica a la que Paz presta aquí particular atención. La relación analógica Amor-Erotismo-Sexualidad está presente en los diversos ensayos de este autor dedicados a estas manifestaciones sensibles. La retoma en La llama doble. Para él, no hay amor sin erotismo y este a su vez es una manifestación de la sexualidad. La visión del autor, considerada desde nuevos elementos argumentales o eruditos, resulta ahora más amplia. Los ve como parte consustancial de la vida. Desde que escribiera un primer trabajo sobre Sade en 1960, han transcurrido más de treinta años de meditación en torno a estos asuntos. Refiriéndose a la sexualidad, su mirada gira hacia la ciencia, hacia datos aportados por la física y la biología modernas, para señalar que “la primera nota que diferencia al erotismo de la sexualidad es la infinita variedad de formas en las que se manifiesta”[3].
Mientras la sexualidad es animal y se propone servir a la reproducción, el erotismo es humano, gratuito e imaginativo. Aunque el dominio del sexo es más vasto debido a su dimensión biológica, los fenómenos del amor y el erotismo son más complejos, dado el carácter de los mismos, que moviliza elementos psíquicos, sensibles y espirituales. El erotismo y el amor, dice Paz, “son formas derivadas del instinto sexual: cristalizaciones, sublimaciones, perversiones y condensaciones que transforman a la sexualidad y la vuelven muchas veces, incognoscible”[4]. Sociedad, cultura y ética regulan la sexualidad a través del erotismo. Este vincula el amor al placer e incluso a la muerte; de allí la necesidad de que su modo de ser transgresivo sea socialmente controlado, reprimido. En este sentido, el erotismo es para Paz una «invención equívoca»[5], pues es a la vez represión y licencia. De algún modo expresa esa dimensión paradojal del amor en la que pueden converger sublimación y perversión.
La llama doble plantea la naturaleza plural y, en ocasiones, contradictoria de estas manifestaciones sensibles en las que convergen diversas tensiones, asediándolas desde distintas consideraciones: científicas, históricas, sociales, éticas, literarias e incluso políticas. Las heterogéneas tensiones hacen del amor y el erotismo fenómenos polimórficos que exigen una comprensión dialógica y transdisciplinaria, tal como lo propone la ensayística paceana. Su mirada, más allá de los modelos académicos y disciplinarios de las ciencias humanas (filosofía, sociología, psicología, historia o antropología), subraya el carácter subjetivo y, por lo tanto, imaginativo y ambiguo de estos fenómenos, a la vez que la estrecha vinculación que mantienen con el lenguaje y, en consecuencia, con la cultura.
De allí que la relación analógica erotismo-poesía se revele particularmente iluminadora. Como el arte verbal, el erotismo es sugerencia y representación. La imaginación es el puente que une erotismo y poesía, pues es una potencia transfiguradora que convierte el acto erótico en ceremonia y rito. No de otro modo procede la poesía con el lenguaje, convirtiéndolo en teatro y juego de signos. Acto simbólico por lo tanto, el erotismo comunica con la poesía, reitera Paz, pues es una «poética corporal», de la misma forma que la poesía es una «erótica verbal»[6].
Siendo en algún modo las mismas, poesía y erotismo son también realidades alternas que, fundándose en la imaginación y proyectándose hacia lo imaginario, trascienden todo objetivo pragmático. La analogía indica que, así como la poesía transgrede la comunicación verbal, el erotismo es también transgresión de las normas sociales y suspensión de la función sexual. Como la poesía, el erotismo es también máscara, forma que cambia con la historia y la sociedad. Estrechamente asociado al amor, y considerándolos a ambos marcas diferenciadoras de la persona, Paz sigue sus trazas indelebles en textos literarios clásicos y modernos que configuran su constelación simbólica en Occidente: la poesía provenzal, Dante y Shakespeare, pero también Joyce y el Marqués de Sade.
Amor-Misticismo
La llama doble asedia al amor en su relación analógica con el misticismo. Se trata de una relación que siempre ha despertadointerés en Paz y en muchos estudiosos del amor. La pasión amorosa, llevada a una de sus formas límites,es búsquedadeotredad, rocecon lo sagrado. La comunión amorosa es ese puente que une al amante con el místico al poner en diálogo cuerpo y alma. Tanto el uno como el otro desean la unión con un imposible: la amada o Dios. El frágil vínculo es el éxtasis. Ya en El arco y la lira(1956) Paz había señalado las estrechas relaciones entre la poesía, el amor y el misticismo. En el amor, a través del goce sexual, en su extraña singularidad, puede ocurrir un estremecimiento cuyo modo de ser indecible lo acerca a la revelación mística o poética. Visto en esta perspectiva, el erotismo se desplaza entre la sublimación y la perversión, la comunión con el otro y un sentido de la transgresión que, como lo ha visto igualmente Bataille, puede tocar los límites de la muerte. La llama doble retoma esta dualidad del amor y el erotismo señalada en ensayos anteriores: sexualidad y afán de otredad, crueldad y sublimación. Para Paz, como para Bataille, el erotismo se desplaza siempre en estas paradojales fronteras del lenguaje y de la subjetividad. Los textos de Sade, y buena parte de la literatura iconoclasta o herética (John Donne, William Blake, Rimbaud, Baudelaire, entre otros) afianzada en la unión de los contrarios que reivindica el surrealismo, les permite a ambos apuntalar estas relaciones.
Observa Paz cómo la unión entre la sexualidad y lo sagrado aparece como una constante de las grandes religiones, tanto en Oriente como en Occidente. Estas han generado sectas, grupos fanáticos entregados a liturgias “en las que la carne y el sexo son caminos hacia la divinidad”[7]. Algunos de esos grupos en distintos momentos y lugares tendieron lazos heréticos entre religión, erotismo y política. Es el caso, refiere Paz, de los Turbantes Amarillos (taoístas) en China o los anabaptistas de Jean de Leyden, en Holanda. Dos figuras emblemáticas y aparentemente opuestas encarnan para el autor mexicano modos coincidentes de erotismo: el monje y el libertino. Ambos, dice, “niegan la reproducción y son tentativas de salvación (…) frente a un mundo caído”[8]. En el lado contrario al místico, ve Paz al libertino, pero ambos estarían unidos por una pulsiónerótica que los empuja a una búsqueda deotredad.
El libertino no es el amante que idealiza a la amada, llegando a enajenarse en ella. Su único objetivo es lograr placer, más allá de toda ética. El libertino por excelencia es Sade, cuya filosofía del disfrute fue de algún modo también una crítica de la religión y de la moral represiva de su época. El sadismo no sería otra cosa que la manifestación de una conducta sexual cruel que produce goce a la persona que la inflige. La idea de misticismo remite, por supuesto, a la idea de alma, un concepto central en La Llama doble, que Paz vincula a la tradición platónica y neoplatónica, en las cuales es particularmente relevante la dualidad cuerpo-alma. Contrasta formas del misticismo en Oriente y Occidente y observa cómo muchos textos religiosos especialmente orientales “no vacilan en comparar el placer sexual con el deleite extático del místico”. En textos como el poema sánscrito de Jayaveda llamado “Gitagovinda” (segunda mitad del siglo XII), en el bíblico “Cantar de los Cantares” de Salomón, en la poesía de San Juan de la Cruz o en la mística sufí, señala Paz, el lenguaje tiene profundas resonancias eróticas. Es notoria en La llama doble la lectura crítica de Platón y, por lo tanto, el diálogo constante con sus ideas en torno al amor y el erotismo. Lo reconoce como el fundador de nuestra filosofía del amor, en la que es central la idea del alma, pero discute algunos de sus planteamientos. Para él, la filosofía de Platón no es una filosofía del amor sino más bien una “forma sublimada el erotismo”[9]. Su visión esencialista e idealista, observa, desconoce la mediación corporal.
El discurso central de Diotima en El Banquete, no es para Paz un discurso sobre el amor sino sobre Eros, un demonio o espíritu que vive entre los dioses y los mortales y es atraído por la belleza corporal. El autor mexicano opone a Platón una idea o concepto del amor que tiene inscripción histórica: es el «fine amour», luego llamado «amor cortés», surgido a finales del siglo XI en Francia (Provenza) y que se extendió durante el siglo XII por buena parte de Europa. El erotismo platónico, en su más pura expresión, piensa Paz, no admite la fidelidad, pues tampoco admite sujeto ni diálogo amoroso; es una suerte de escala que conduce a la contemplación mística de las esencias
Alma-Amor-Persona
La idea de «alma» es nuclear en la concepción del amor en Occidente y ha sido fundamento también de la noción de «persona». En las filosofías religiosas orientales como el budismo, el taoísmo o el hinduismo, por el contrario, la idea de amor no está asociada a un alma individual, pues esta misma no es precisa. Se le niega o se vincula a situaciones o vidas anteriores, a estados cambiantes. Paz la refiere a la filosofía platónica y al cristianismo, en los cuales es una noción cardinal, estrechamente ligada a nuestra concepción occidental del amor-pasión. El amor involucra al sexo y lo erótico, pero estos se ven trascendidos hacia una dimensión superior, que es la del alma. En el apartado titulado “Eros y Psiquis” de La llama doble, la introduce como una noción ligada a la trascendencia de la vida terrena, lo que le permite interrogar su lugar y sus relaciones con la idea de persona en la constelación ideológica y artística del amor y del erotismo en Occidente. El relato de Apuleyo representa un giro realista en la noción platónica del alma y, desde ese viraje, re-significa los fenómenos del amor y el erotismo. A través de Psiquis, personificación del alma, el autor romano introduce conceptos definitorios de la concepción occidental del amor y el erotismo: la transgresión, el castigo, la redención y la atracción.
Al confrontar el antiguo relato de amor de Eros y Psiquis con la moderna narración de los amores de Molly y Stephen Dedalus en elUlisesde Joyce, Paz quiere leer la aparición y re-aparición, en distintos contextos, de un mismo fenómeno: el erotismo. Mientras este involucra la aceptación del otro y la puesta en juego de ese espacio magnético y encantatorio que es la atracción, el amor es elección, espacio de la libertad, del libre albedrío. Sin embargo, uno es la condición del otro: aunque puede darse el erotismo sin amor, este no existe sin aquel. Es la atracción la que, al transformar al sujeto y al objeto del amor en personas únicas, convierte al amor en un sentimiento exclusivo. Para Paz, la belleza física “no juega sino un papel menor” en la atracción amorosa, un fenómeno que varía de una persona a otra, aureolado por el misterio, “una química secreta (…) hecha de humores animales y de arquetipos espirituales, de experiencias infantiles y de fantasmas que pueblan nuestros sueños”[10]. Antiguos saberes relacionan la atracción con el movimiento de los astros, los humores y la melancolía. Aunque hablemos de atracción fatal, esta está condicionada, piensa Paz, por la libertad inherente a la persona.
En efecto, el sentimiento amoroso y la atracción que este supone se juegan en un vínculo tan estrecho entre libertad y destino que constituyen un «nudo». Este «nudo» “es el eje en torno al cual giran todos los enamorados de la historia”[11]. La atracción apunta entonces hacia una enigmática química amorosa en la que el afán de completud priva sobre el deseo de belleza física. Nuestro ensayista insiste en que existe una vinculación “íntima y causal, necesaria” entre los conceptos de amor, alma y persona. Al amar a una persona confundimos en ella cuerpo y alma, pues para el amante se genera una suerte de transposición de lo corporal a lo anímico (o espiritual) y, de estos, a lo corporal. Exclusividad, persona y atracción son, pues, en resumen, los tres rasgos distintivos del amor.
Amor y Tiempo. Invención, imágenes y continuidad del amor
El tiempo es uno de los grandes desafíos del amor. Al valorar los avatares temporales a que el amor se enfrenta, Paz analiza una de sus paradojas constitutivas: otorga felicidad, pero también desdicha. Su desventura en buena medida está ligada a su condición temporal, a las contingencias de la enfermedad, la vejez y la muerte. Aunque pretende “hacer del instante una eternidad”, el amor es “conciencia de la muerte”. De este modo, el tiempo, al darnos una medida y gradación del amor, nos permite ver sus transformaciones anímicas, pues puede tener su reverso en el odio o mezclarse en él sentimientos de signos contrarios: antipatías, resentimientos. Esto indica, por lo tanto, que no es el amor un sentimiento puro, pues está sujeto a humores y gradaciones emotivas, a vaivenes o avatares temporales. El amor es «intensidad», dice Paz, y aunque parezca paradojal, involucra una “distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos”[12]. Sin embargo, enfrentado al tiempo, su duración es finita.
Por otra parte, Paz señala las diversas transformaciones que el arquetipo del amor ha tenido a través del devenir histórico. Observa que, mientras para la Antigüedad el arquetipo fue juvenil y dichoso (se representó en mitos como los de Dafnis y Cloe, Eros y Psiquis), la Edad Media y el Renacimiento propusieron modelos trágicos. Estos últimos nuestro autor los ve representados en parejas como Tristán e Isolda, Calisto y Melibea (La Celestina) o Romeo y Julieta. Pero la pareja primigenia es la de Adán y Eva, el mito fundador que narra la degradación del amor y del tiempo a causa del pecado. Después de ellos cada pareja de amantes “sufre la nostalgia del paraíso y la conciencia de la muerte”[13]. No obstante, frente a la expulsión de la naturaleza, el amor, piensa Paz, puede ofrecernos la reconciliación con la totalidad de los tiempos y del mundo.
Nuestro autor explora en algunas obras fundadoras de la cultura occidental las primeras imágenes del amor, sus notas o rasgos distintivos y su cercanía a la poesía. Así ve en los poemas de Safo, en “La Hechicera” de Teócrito o en textos de la Antología Palatinael surgimiento de un sentimiento amoroso expresado en imágenes eróticas que se desplazan entre el amor y el odio, el celo y el despecho o incluso indican ya la aparición del amor lésbico. Roma y Alejandría son los escenarios de lo que nuestro autor denomina una «prehistoria del amor». En esas prefiguraciones eróticas de la antigüedad grecorromana, el amor aparece ligado al dolor, pero también, evidentemente, al furor del deseo. Tal como lo expresa, por ejemplo, la poesía de Catulo, odio y amor, rechazo y deseo hacen parte del complejo sentimiento amoroso. En la obsesiva atracción que siente por Lesbia se alternan sufrimiento y felicidad, y se dibujan ya tres elementos definitorios del amor moderno: la elección, que involucra la libertad de los amantes, el desafío que implica la transgresión y los celos. Estos últimos le otorgan al amor una dimensión negativa, de cierta perversidad que es parte constitutiva de su imaginario psicosocial y se ha expresado de plurales maneras en la literatura moderna. Catulo, observa Paz, sería el primero en advertir “la naturaleza imaginaria de los celos y su poderosa realidad psicológica”[14]. Pasión desgarrada, delirio, el amor puede ser también una locura que enajena.
Paz, insistimos, distingue el sentimiento amoroso de lo que sería una doctrina o filosofía del amor. El primero es inherente a la existencia humana; la segunda es una elaboración ideológica y cultural que no se manifestará en Occidente, sino hasta el siglo XII, específicamente en Francia. Aun cuando el mundo antiguo conoció y expresó en muchas de sus variables y matices de intensidad el amor y el erotismo, careció de una doctrina de amor. La teoría del amor de Platón pudo tener, piensa Paz, esa función doctrinal, pero en ella más bien se desnaturaliza el amor y se transfigura en “erotismo filosófico y contemplativo”[15]. Además, agrega, de esa filosofía “estaba excluida la mujer”, por lo que, más que de amor, habría que hablar en Platón de una “aventura solitaria”[16] (en el Fedro la considera “un delirio”[17]).
Del amor cortés al amor moderno
En diálogo crítico con Denis de Rougemont, el celebrado autor de Amor y Occidente, Pazsostiene la idea de que habrá que esperar hasta la aparición del denominado «amor cortés» para hablar del surgimiento de una primera filosofía occidental del amor que ve en este una pasión sublime y trágica. Será un grupo de poetas, los llamados poetas provenzales, los que crearán toda una concepción inédita del amor ya no como un “delirio individual, una excepción o un extravío, sino como un ideal de vida superior”[18]. Adscritos al mundo cristiano, pero en buena medida transgresores del mismo, los poetas provenzales no sólo crean una nueva ideología del amor y del erotismo que presupone la inversión de la relación tradicional de los sexos, sino que crean también una nueva y refinada ritualidad erótica: una «cortesía» del amor.
En esa cortesía, la mujer pasa a ocupar la posición superior, es la «dama», y el hombre (o caballero) es su «vasallo». Paz, a propósito de un poema de Quevedo, “Amor constante más allá de la muerte”, se va a referir a la consagración de la amada como una de las nociones centrales del amor en Occidente. El «amor cortés» inicia una nueva retórica amorosa, pues la mujer deja de ser sólo un objeto sexual y es exaltada a una tal condición idealizada que se la considera un ser casi divino. Se trata de un nuevo código del amor, de tal relevancia y carácter subversivo que en ciertos aspectos ha logrado proyectar su vigencia. Lo poetas provenzales, señala Paz, no sólo proponen una nueva estética, sino también una ascética, pues es un amor un tanto sublimado que no persigue el goce corporal ni la reproducción. Permeado por la erótica árabe, el amor, que antes estuvo supeditado a matrimonios por conveniencias materiales o económicas, se torna un sentimiento puro, elevado. Para nuestro autor, a través del devenir histórico y literario se sucede toda una serie de imágenes cambiantes del amor y del erotismo, pero, más importante que esos cambios, algunos de los cuales se hacen particularmente visibles a partir de Dante —es decir, en la transición del feudalismo al renacimiento—, es la permanencia de nuestra concepción del amor.
Dante, dice Paz, “cambió radicalmente el «amor cortés» al insertarlo en la teología escolástica”[19], pero el arquetipo del amor apenas si ha sido alterado y es esencialmente el mismo que configurara el «amor cortés». En ese arquetipo se pueden distinguir las siguientes “notas o rasgos distintivos” propios del amor cortés, que, según el autor mexicano, han permanecido en nuestra modernidad: atracción-elección, libertad-sumisión, fidelidad-traición, alma-cuerpo, exclusividad-reciprocidad, obstáculo-transgresión. Son oposiciones binarias que configuran una especie de relato básico que subyace a una suerte de sistema transhistórico del amor. Estos rasgos distintivos a los que alude Paz, recuerdan su diálogo con la lingüística, con Jakobson, con la antropología de Levi Strauss. La llama doble es un brillante y personal rodeo en torno a una historia literaria y socio-cultural del amor y del erotismo. Una historia cuyas diversas imágenes cristalizan en un arquetipo o relato básico, como hemos dicho, en el que cada elemento, como si se tratara de un signo de una lengua, está en una relación de dependencia con los otros.
En un sentido estricto o especializado, Paz no construye la historia de las diversas imágenes o ideas acerca del amor en Occidente, pero la traza en sus grandes líneas. Al referirse a la historia del amor cortés en particular y a su legado, indica cómo este es parte de la historia de la civilización occidental. Sus variaciones y transfiguraciones remiten a la “historia de nuestra sensibilidad y de los mitos que han encendido muchas imaginaciones desde el siglo XII hasta nuestros días”[20]. En este sentido, observa cómo el legado provenzal, tanto en lo que respecta a formas significativas de la poesía como a la filosofía del amor, se proyecta hasta nuestros días, haciéndose visible no solo en el arte y la literatura de más elaborada tradición, sino también en mitos populares, en canciones y en el cine.
Sin embargo, al reflexionar sobre las transformaciones en las imágenes y en el ocaso del amor a fines del siglo XX, Paz reconoce por una parte que el poder del dinero y la publicidad han confiscado el sentido pasional del amor y la poesía del erotismo, convirtiéndolos en objetos banalizados por el consumo. Por otra parte, y como una consecuencia de lo anterior, observa el declive de las nociones de «alma» y «persona», estrechamente ligadas a la concepción occidental del amor.
Ensayar el amor y el erotismo. Erudición e interpretación
Considerada en general su ensayística, la erudición en Paz no es la del gusto por el dato o la información en sí, sino una erudición activa en función de iluminar determinado asunto, fenómeno, texto o relación. En esto se revela, una vez más en La llama doble, como uno de los grandes maestros del ensayo latinoamericano, heredero de la mejor tradición europea (Platón, Montaigne, Bacon, Unamuno, Ortega y Gasset, María Zambrano, etc.), pero también renovador de esa gran tradición hispanoamericana que tiene en Martí, Rodó, Mariátegui o Henríquez Ureña algunos de sus más conspicuos exponentes. El ensayo, precisamente por ser un género híbrido que combina erudición e interpretación, imaginación y argumentación, y por su vocación transdisciplinaria, más que la filosofía o la psicología propiamente, parece ser la forma que mejor se adecúa a la comprensión de estos sentimientos. Sin embargo, en el caso de América latina, los fenómenos del amor y el erotismo no estuvieron en la agenda temática del ensayo latinoamericano del siglo XIX o de principios del XX, urgido como estaba el continente de preocupaciones sociales, políticas o educativas. Después del avanzado boceto que hiciera José Ingenieros con su póstumo Tratado del amor en el Buenos Aires de los años veinte, será Octavio Paz quien haga de estos fenómenos auténticos asuntos de primordial relevancia para el ensayo hispanoamericano.
Quizás ningún otro ensayista latinoamericano haya iluminado estos complejos sentimientos con tanta hondura e inteligencia interpretativa. Su capacidad para sumergirse en ese océano tormentoso en los que se juega vida y muerte, en el que se pone a prueba no sólo el lenguaje sino la misma condición humana, es notable. Por eso Paz acude a la poesía, un lenguaje también poliédrico como estos sentimientos, pero que, desde su fulgor expresivo, desde su potencia hermenéutica, puede asediar la complejidad de los mismos. Como el amor y el erotismo son ellos mismos ejercicios de esos lenguajes límites e indecibles que son el arte y la poesía, el conocimiento de esta última, desde su propia experiencia poética, le permite a Paz tender un puente de plata para la interpretación de los mismos. Ese puente es el ensayo, un género en el que se alían razón y sensibilidad, imaginación y argumentación, conocimiento y especulación.
La llama doble se desplazaasí entre la valoración reflexiva y la consideración histórica de los grandes momentos del amor en Occidente: sus inicios, sus figuraciones estelares en la literatura, sus transformaciones, su crisis contemporánea. Paz señala mitos y textos literarios fundadores y clásicos en los que se expresan las formas y modos que han creado nuestros imaginarios del amor y del erotismo. Su ensayo a la vez que es una suerte de mural histórico-literario, es también un tapiz de relaciones que permiten pensar el amor y el erotismo desde conceptos fundamentales como la sexualidad, el alma, la persona, la atracción, la libertad humana y particularmente la libertad femenina; el despliegue de la imaginación poética y la invención, las prohibiciones, la transgresión, la servidumbre. En este sentido, llama la atención cómo Paz privilegia el diálogo intelectual con otros ensayistas que hicieron igualmente del amor y el erotismo preocupaciones esenciales. Tal es el caso de sus constantes referencias o alusiones a reflexiones de Platón, Freud, Bataille o Rougemont, por mencionar diversas visiones del amor y el erotismo que expresan una cierta comunión conceptual, pero también un desasosiego. Ensayar el amor y el erotismo es en ellos, como en Paz, ensayar, re-pensar e imaginar el conocimiento del otro a través de estos sentimientos que traducen la potencia creadora y subversiva de la persona, de su psique o alma.
De la idealización platónica a la subversión desacralizadora de Bataille, o la pulsión sexual de Freud, el amor y el erotismo son para Paz fuerzas que atan y liberan. Pero el amor no es solo la impetuosidad, la fuerza transgresora de la pulsión sexual, es también y de manera principal, una cortesía. En este sentido, como pasión idealizada en cortesía, ve con Rougemont su nacimiento en el siglo XII, en Provenza, en el mediodía de Francia. ¿Qué ensaya entonces La llama doble?. Ensaya, piensa, valora, diríamos, la potencia creadora de un mito, el amor, su constelación imaginativa a través de toda una literatura y una poesía en particular, que lo ha representado y transfigurado durante siglos, convirtiéndolo en su propia razón de ser. Amor y erotismo: una trama en la que se entrelazan mito, tiempo (historia) y poesía. La llama doble traza las huellas de su invención, esplendor y oscilante ocaso.
Bibliografía
—Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Colombia: Seix Barral, 1994.
—Pastén, Agustín, “Hacia una aristocracia del corazón: aproximación a La llama doble de Octavio Paz” en Jaimes, Héctor (coord.), Octavio Paz: la dimensión estética del ensayo, México: Siglo XXI, 2004.
—De Rougemont, Denis, 2001, Amor y Occidente, México: Conaculta, 2001.

Douglas Bohórquez (Venezuela, Maracaibo, 1951) Escritor, ensayista, crítico de literatura y profesor de la Universidad de los Andes. Parte de su trabajo ha sido publicado en revistas como Poesía, Revista Nacional de Cultura y Casa de las Américas. De su obra poética se destaca: Vagas especies (Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 1986), Fabla del oscuro (Monte Avila Editores Latinoamericanos, 1991), Árido esplendor (CDCHT de la Universidad de los Andes, 2001), Calle del pez (Monte Avila Editores Latinoamericanos, 2005), Como un discípulo del lobo (Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2011). Algunos de sus textos fueron seleccionados por Javier Lasarte para ser publicados en la antología 40 poetas se balancean (Fundarte, 1991), así como en la Antología de poesía venezolana (Panapo, 1997) de Rafael Arraiz Lucca. Recibió el premio “Fernando Paz Castillo” en 1985.
[1] Paz, Octavio, La llama doble, p 172.
[2] Pastén, Agustín, “Hacia una aristocracia del corazón: aproximación a La llama doble de Octavio Paz”, p. 81.
[3] La llama doble, p. 15.
[4] Ibíd., p. 13.
[5] Ibid., p. 17.
[6] Ibíd., p. 10.
[7] Ibíd., p. 20.
[8] Ibíd, p. 21.
[9] Ibíd., pp. 40-41.
[10] Ibid., p. 126.
[11] Ibid. p. 128.
[12] Ibid., p. 214.
[13] Ibíd., p. 220.
[14] Ibíd., p. 58.
[15] Ibíd., p. 75.
[16] Ibíd., p. 46.
[17] Ibid., p. 75.
[18] Ibíd.
[19] Ibíd., p. 98.
[20] Ibíd., p. 101.