Escultor de esperanzas: Ernesto Cardenal en versos

José Luis Rangel

Arte: Mariana González

“No he venido a hacer guerras en la tierra,

sino a cortar flores”.

Cantares mexicanos

Inolvidable resulta aquella fotografía que en cierto instante recorrió el mundo: la mirada del sacerdote que escoge un sendero distinto, transgresor y mágico: el del verso; el rostro del pecador que ha decidido erigir su camino a la revolución, otra hija de la poesía. Y al otro lado, el líder espiritual que señala y reprende: Juan Pablo II sobre Ernesto Cardenal. El segundo, ligeramente alegre, con la rodilla en suelo. Ambos, defensores de causas que se bifurcan y separan de manera notoria. Ambos, permanentes, en el blanco y negro distante de 1983.

Conocí a Ernesto Cardenal en un recital de poesía que organizó la Feria del Libro de mi Ciudad (Xalapa). Por supuesto, para conocer a un autor no hay acto más sincero que el acercarse a su obra escrita. Lo digo porque sus versos –desde los amorosos epigramas hasta los cantos en memoria a los antiguos mexicanos‒ me han acompañado desde entonces de una manera casi permanente. Descubrí en Cardenal a un poeta de carne y hueso, barba blanca y boina negra, y no sólo ese nombre impreso que se encuentra en una antología cualquiera; yo encontré al hombre que leía, de manera pausada y casi fervorosa, sus poemas al público…

Poco antes del recital donde por primera vez vi al poeta, descubrí esa ligera antología que resumía su trayectoria: su Poesía escogida. Una vez explorada, como uno de sus versos juveniles “me fui a mi cuarto y escribí un artículo” sobre su obra; pero yo mismo fui, como ocurre a veces, mi único tirano inclemente: al ver a Ernesto Cardenal, quise obsequiarle mi escrito. No me atreví. Todavía me arrepiento. De aquel apunte entusiasta surgen estas palabras. 

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Cardenal presenta de manera esquemática su obra: “Objetiva, concreta, realista, comprensible”. Yo agregaría otros adjetivos: inicialmente amorosa, su poesía se sorprende ante los lugares propicios para el candor y la pena: el amor y sus mil y un formas de expresarse. Cada nuevo rostro le sorprende y, como etnógrafo ante la novedad, apunta en verso; posteriormente, revolucionaria, ardid del cambio radical y significativo. Su poesía, además, es idealista y humana, pues refleja las penas de los hombres que parecen cíclicamente repetirse en la historia del mundo. Se observa su aspiración en construir una utopía: aquella que en América Latina soñó tantas veces y defendió con vida y escritura.

El artista, cargado de creatividad y misterio, no hace otra cosa que hilvanar su percepción del mundo. Sin saber el momento preciso, sufre una lenta y efímera apoteosis pues el lenguaje, dador de vida y aliento, le ha permitido cambiar y transformarse. “El universo es música”, dice un verso al azar. En ese sentido, Ernesto Cardenal ha sido elevado a un rango de misticismo donde su obra no contiene sombras, sino que es el resultado de los destellos en un propio e íntimo camino personal.

Crear, nos sugiere en Este mundo y otro, es encontrarnos en comunión con los astros. Nos vuelve continuadores de la obra de dios, la cual trasmite su generosidad en el cosmos. El todo se vuelve una infinita consecuencia del universo mismo: desde la energía que nos hace respirar hasta la luz de la tarde, producto de una estrella a ciento cincuenta millones de kilómetros: “Somos polvo de estrellas”. Decirlo, además de poético, nos remite a una historia milenaria y oculta, al misterio de nuestros días por este mundo: “¿…por qué giran las galaxias?” se pregunta el poeta en su búsqueda, sin nosotros tampoco saberlo.

Interesante resultaría preguntarse en qué momento surgen las inquietudes de una poética. El afán por detenerse en el universo se muestra en la poesía de Ernesto Cardenal desde sus Epigramas iniciales. ¿O acaso no remite a esa misma pulsión el que dice: “Ileana: la galaxia de Andrómeda / a 700 000 años luz / que se puede mirar a simple vista en una noche clara / está más cerca que tú”? Su pasión por el cosmos lo orilló a estudiar la ciencia y encontrar en ella cierta inspiración lírica; de allí surge su Canto cósmico, nerudiano ejercicio de escritura incansable, espejo de uno mismo ante la inmensidad: “¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos”.  

Cardenal refleja una inmensa fe cristiana; pero su dios, como el de muchos, es múltiple y se evidencia en la comunión del hombre con su entorno: representa la voz maravillada de culturas ancestrales, la protesta histórica del marxismo, el afán de la ciencia por desvelar lo innombrable, el amor a Cristo. Sus Salmos, por ejemplo,recrean la antigua tradición de la enseñanza en un marco de denuncia social; esbozan a los opresores y sus códigos de castigo y vigilancia que suelen cambiar de nombre, pero no de procesos. Son nombrados los fariseos de nuestro tiempo: los dictadores, las cofradías secretas, los poderosos. Y, sin embargo, como una reescritura de la voz salmista, retorna a la ancestral lección: “Aun de noche mientras duermo / y aun en el subconsciente / te bendigo”.

Disfruté mucho sus Cantares mexicanos por dibujar la cosmogonía de los pueblos originarios. Nos permite imaginar escenarios de lucha, culturas nuestras que a pesar de ello se encuentran tan alejadas de nosotros. Estos poemas contienen el mensaje que aparece en una brevedad de Augusto Monterroso: anhelan la recuperación de cierta sabiduría olvidada. Nos recalcan la subestimación de Occidente hacia los pueblos americanos, aquel rechazo a su ciencia, a su cosmogonía, su ética, y cómo nosotros hemos caído en esa red. Disimuladamente, parecería como si Ernesto Cardenal nos devolviera a esa zona recuperable con la imaginación.

Hubo un tiempo, pareciera decirnos en “Economía de Tahuantinsuyu”, donde América no fue saqueada ni empobrecida. Había oro en abundancia, pero no hacían dinero: el dinero solamente nos empobrece. Su visión idílica de los pueblos precolombinos remite a una tradición que en la literatura se ha afanado por pintar la utopía como ese pasado perdido. En sus poemas hay un intento por construir ese espacio soñado; en su afán revolucionario hay otro. Me recuerda a un poema del también nicaragüense Pablo Antonio Cuadra que finaliza con la siguiente equivalencia: “Cacao: dólar vegetal”.

En la poesía de Ernesto Cardenal se distingue una defensa de la permanencia. Por eso la “Oración por Marilyn Monroe” evidencia, en oposición, los valores de caducidad y desperdicio de un sistema capitalista pestilente. La plegaria debería asociarse con ese otro poema que retoma la “Quinta avenida”de Tablada: “Como latas de cerveza vacías y colillas / de cigarrillos apagados, han sido mis días”. La vida y los anhelos de la actriz, indirectamente, resultan los de todos: la orillamos a eso. Cualquiera en este mundo aspira a los reflectores. No más que una falsedad dirigida, una proyección de la naturaleza muerta de los yankees. Los ídolos de ellos son también nuestros ídolos. El amor, encuentro a la vez efímero y eterno, parece ser lo único que nos salva, si sabemos tratarlo. Porque si no, viviríamos en una película de Hollywood, y nuestra vida jamás podrá ser eso, nos ocurriría lo que a Marilyn, cuyos “romances fueron un beso con los ojos cerrados”.

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Ernesto Cardenal fue también escultor plástico; sin embargo, su barro más fecundo fue el apoyo a otros hombres. Después de permanecer en la orden trapense como discípulo de Thomas Merton, regresó a Nicaragua para fundar su propia comunidad.  La de Cardenal sería una utopía polisémica que remite a una misma brecha: la esperanza. No sólo sus poemas se construyen de eso; también lo fueron las manos de muchos otros a quienes acompañó. Así, su guía en Solentiname le permitió devolver color a un pueblo y enseñarlo a esculpirse. 

Semejante a Gauguin, encuentra el paraíso: gracias a él y a otros artistas, surgió el esplendor en su propia tierra. El archipiélago de Solentiname, “lugar de huéspedes” en náhuatl, fue un sitio de resistencia donde los lugareños aprendieron en conjunto a procurarse con talleres de lectura, compartir los alimentos entre la comunidad, dar sitio al intercambio. Entre pitahayas y oropéndolas, Cardenal promovió las artes a escala evangélica; elaboró una activa campaña de alfabetización y enseñó a otros a sacar los frutos de sus manos. Logró que los habitantes encontraran en la pintura una fuente de subsistencia. Fue el milagro de la plástica. Otro, sin embargo, ocurrió al poco tiempo: durante años, ninguno de los habitantes sabía que el líder de su tribu además de sacerdote era poeta. Al descubrirlo, mayor fue su encanto.

No sé exactamente qué distingue al poeta del revolucionario, pero sí encuentro cierto vínculo importante: la poesía puede transformarse en una semilla subversiva. El lector que, más allá del verso, se anima a superar su circunstancia y atravesarla se vuelve revolucionario. Es un asunto cercano al argumento de Don Quijote, pues abandona su biblioteca para avanzar al mundo. El caso de Cardenal en ese sentido me sorprende, pues consigue ambas cosas: funda en Solentiname su guarida para allí mismo cultivar el verso. Ambos actos quizá no sean tan nutridos por la volición, sino como él mismo escribe sobre uno de sus héroes: “Sandino no tenía cara de soldado / sino de poeta convertido en soldado por necesidad”.

Además de ser uno de los pilares de la poesía hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX, Cardenal acompañó a muchos nicaragüenses a cultivarse y a aprender de la poesía. El último de sus frutos aparece en el documental Solentiname: su taller de escritura con niños enfermos de cáncer. De dicho esfuerzo se elaboró un librito: Sin arcoíris fuera triste. No hace falta demasiado esfuerzo para emprender una misión, para esculpirnos juntos. La poesía de Ernesto Cardenal se muestra como una invitación a conocernos y maravillarnos del amor y nuestra tierra. Hacer a un lado lo material y pensar más en los “los malinches en flor” de cada día. Lo que escribe sobre nuestros antiguos mexicanos es de sus mejores enseñanzas, memorable para retomar el camino y emprenderlo: “Sólo venimos a soñar aquí en la tierra / y dejar unos manuscritos iluminados / como sueños”.

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José Luis Rangel (Xalapa, 1997). Estudió un diplomado en Creación Literaria en la Universidad Veracruzana y actualmente cursa la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Entre 2012 y 2016 publicó en el Diario de Xalapa una serie de artículos relacionados con la literatura contemporánea. Desde 2015 ha participado en coloquios académicos de distintas universidades del país y es miembro permanente de Soga viviente, proyecto de fomento a la lectura en Hueyapan, Morelos, organizado por el Instituto de Investigaciones Filológicas.