Sobredosis de escritura o la peonza del chamán

César Fonseca

Arte: Canek Leyva

*Este es un apunte sobre el libro de Henri Michaux Las grandes pruebas del espíritu y las innumerables pequeñas (Tusquets editores, Marginales 82, Barcelona, 2000, 204 pp.).

Toda afición al uso de cualquier droga requirió de un rito de iniciación, un asomo de curiosidad o un simple acto de transgresión de cualquier tipo; nuestro tiempo secularizado expulsa las fuerzas sobrenaturales que custodiaban las puertas de entrada a esos mundos paralelos y deja pasar a aprendices e iniciados. Así, toda adicción es un anhelo consciente o inconsciente de un paraíso, acaso, prometido. Sin embargo, cuando esa clase de experiencias escatológicas se vuelve una exploración en la interioridad de un cuerpo y de una mente, desde un punto de vista dualista, se opta por indagar en las lindes, en los límites de lo físico y de lo metafísico. Georges Bataille enseñó que todo acto contra natura es una transgresión, así, escribir es un acto transgresor, no lo necesita la naturaleza; entonces, Henri Michaux comete una doble transgresión, por un lado, experimenta con drogas y, por otro lado, osa escribir de y sobre sus experiencias. En Las grandes pruebas del espíritu y las innumerables pequeñas nos invita a administrarnos una sobredosis de escritura, de su escritura que abreva en la observación intelectual asumiendo el papel de creador y protagonista de su odisea. Como toda droga dura que se precie de serlo, la escritura de Michaux no otorga concesiones, se pliega en su propia eficacia y levanta muros infranqueables; la crónica es puntual: “Por fin ingiero la sustancia… Prodigio jamás esperado… ¿Cómo no lo había conocido antes? Tras el primer minuto de sorpresa me parecía ya tan natural sentirme transportado al espacio. Y, sin embargo, ¿cuántas veces no había contemplado cielos tanto o más hermosos sin otro efecto que una verdadera y vana admiración? Lo estático, lo finito, lo sólido habían pasado a la historia. De ellos ya no quedaba nada, o como si no quedase. Despojado de todo, yo huía, proyectado; despojado de posesiones y de atributos, despojado incluso de toda referencia a la tierra, desalojado de toda localización, desnudez increíble que casi parecía absoluta, puesto que era perfectamente incapaz de dar con algo de lo que ella no me hubiese despojado…” 1 (Cita de Las grandes pruebas…, pp. 114-115) Michaux o su yo narrador se ciñen a la sintaxis cartesiana de todo buen intelectual francés aunque lo que se narre sea la experiencia de lo infinito: “La uniformidad de un cielo estrellado, súbitamente desaparecido, había desenmascarado su profundidad, que no tiene fin. No cesaba de adquirir profundidad. De vez en cuando, apartando la mirada, intentaba recogerme ‘contra él’, ya que me encontraba al límite de lo que podía soportar en cuanto a pérdida del yo.” 2 (Cita de Las grandes pruebas…, p. 115). A estas alturas ya estamos de lleno en el universo Michaux y los efectos de la dosis de su escritura que nos administramos son patentes. Michaux sabe que los terrenos que se pisan en los estados alterados acarrean dos experiencias muy cercanas: la de la locura y la de la muerte, en la narración de sus experiencias el chamán juega con el mundo y sus signos como con una peonza, entrelaza la descripción de los viajes con los efectos en la personalidad, así señala que: “Bajo los efectos de la excitación alienante del peyote, los indígenas de México, tal como se cuenta en las viejas crónicas españolas, eran incapaces de mantener los secretos.” 3 (Cita de Las grandes pruebas… pág. 166) Desde aquí, la escritura se encarga de conformar una visión, una atmósfera, un nicho donde la subjetividad navega en los mares de la eternidad de un desdoblamiento de la consciencia.

Posiblemente nos enganchemos con Michaux, posiblemente nadie nos lo prohíba, posiblemente, como seres maduros, podamos elegir drogarnos o no con una sobredosis de esta enervante escritura.

César Fonseca (Ciudad de México,1961). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas y la Maestría en Letras Mexicanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Su interés por artistas escandinavos como A. Strindberg e I. Bergman lo llevó a hacer estudios de sueco en Sala (Suecia), becado por el Svenska Institut en 1991. Ha publicado el relato Divertimento, la novela Fermín Casar. La ceremonia de las armas (Axial, 2013) y reseñas críticas de autores como Carlos Velázquez y Daniel Sada. Recientemente escribió La desobediencia del albacea, un breve ensayo sobre Franz Kafka.