Ángeles

Kalton Harold Bruhl

Arte: Daniela Mariel Villalobos Ramírez

Rosa ya no cree en los ángeles. No después del accidente. Esa tarde su madre la llevó al cementerio. Se sentía incómoda con aquel vestido negro. Además, ella era la única niña de su clase. Por lo menos era la única que no estaba dentro de uno de aquellos feos cajones. Su madre la abrazó con fuerza mientras el cura comenzaba a rezar. Rosa no le prestó atención. En ese momento pensaba en cómo serían las clases. No sabía si se quedaría ella sola en el salón o si la trasladarían a otra sección del mismo grado. Esperaba que si se producía un cambio la llevaran a la sección de la profesora Norma. Ella era amable y siempre estaba sonriendo. El cura habló de la tragedia. Los designios de La Providencia son inescrutables. Rosa no entendió a qué se refería, pero en ese momento su madre la apretó con más fuerza. Toda la clase había salido de paseo hacia el campo. Todos menos Rosa que se había enfermado la mañana del viaje. Su madre la había dejado en cama antes de irse a trabajar. El autobús había volcado en una curva recién iniciado el viaje. Todos son ahora unos ángeles, dijo el cura con la voz entrecortada. Rosa frunció el ceño y apretó los puños con fuerza.  No es posible que Simón sea un ángel, pensó. Mucho menos Estela. Ninguno de ellos merecía un precioso par de alas. Cuernos y un rabo, por supuesto, pero jamás unas lindas alas. Ahora cantan alabanzas en el cielo, afirmó el cura. Para Rosa aquello era demasiado, con lo que le había costado planearlo todo: fingir la enfermedad, salir a toda prisa en la bicicleta, apostarse en la curva y plantarse frente al autobús. No es justo, se dijo y comenzó a llorar. Primero fue un llanto quedo que muy pronto se transformó en unos lastimeros aullidos de frustración. Conmovió a cada uno de los presentes, incluso el cura que se detuvo y llegó a consolarla. Ahora tienes 30 ángeles de la guarda, le dijo acariciándole el cabello. Perdón, rectificó, 31 con el tuyo. Rosa miró con rabia el suelo, se mordió el labio y lloró aún más fuerte. 

Kalton Harold Bruhl (Tegucigalpa, Honduras, 1976). Ha publicado varios libros de relatos, entre los que destacan El último vagón (Ediciones Irreverentes, 2013), y La intimidad de los Recuerdos (Perseo, 2017), además de una novela: La mente dividida (Ediciones irreverentes, 2014). Entre los reconocimientos que ha merecido se encuentra el premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”. Es miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua desde 2015.