
¿Qué significa regresar a los silencios, presentir en lo sagrado la “inequívoca belleza de lo oculto”? ¿Aún puede haber poesía veraz en torno al surgimiento diario de la luz? Aquellos son motivos de celebración, esté Eros de por medio o no, y Sofía Sánchez, Melissa del Mar y Alina López lo han atestiguado, lúcidas. Por otro lado, aquella tradición de la que parten nos obliga a recelar, a cuestionar si “nuestros frutos” no son “máscaras de los temores”, como dice Wendy Ayala, y si el ambiente no vira a otras agonías, según asoma en la obra de Miguel Orozco. Aun la poesía con signos vitalistas debe reflejar en sí lo atroz, la confusión de los “cuadernos enterrados”, como escribiría Mariana Rubio, o la sofocación diaria de las habitaciones, con su tiempo arisco y sus “locomotoras de concreto”, por citar a Víctor Hugo Hidalgo… Queda apenas esperar que su labor no encalle en oídos indecisos, desecados. Justamente, para Pablo Antúnez, tal espera obliga al poeta a una elección: la libertad o la barbarie (“aléjate de los malos lectores”, nos dice). Cada artista mencionado pone en juego, muy a su manera, sus contornos, sus creencias, por lo que el oyente corresponderá enfrentando, aquí, al letargo, a la palabrería achatada del presente. Que ello sea la invitación y el reto, la señal y el punto cero de esta Muestra.